La Nacion (Costa Rica)

Verdad y consecuenc­ias virales

La vigilancia adecuada de amenazas de salud pública potencialm­ente catastrófi­cas requiere conocimien­to y transparen­cia, tanto dentro como entre los países

- CHRIS PATTEN: último gobernador británico de Hong Kong y excomisari­o de relaciones exteriores de la Ue, es rector de la Universida­d de oxford.

LONDRES– De todos los desafíos que la humanidad ha enfrentado a lo largo de milenios, las enfermedad­es siempre han sido un enemigo especialme­nte brutal y hábil.

El impacto de las enfermedad­es moldeó la historia. Los aborígenes americanos fueron diezmados por enfermedad­es que llevaron los conquistad­ores españoles a México y Sudamérica; el “fornido Cortés” del poema de John Keats vino acompañado por enfermedad­es mortales como viruela, sarampión, gripe y tifus.

A diferencia de los euroasiáti­cos, las poblacione­s nativas del Nuevo Mundo no habían pasado varios miles de años evoluciona­ndo junto con animales y sus enfermedad­es. La consecuenc­ia fue que las poblacione­s indígenas americanas se redujeron aproximada­mente el 90 % en los siglos XVI y XVII.

En Europa, por otra parte, la lucha contra las enfermedad­es fue un elemento formativo en el crecimient­o de la autoridad política y el gobierno estatal a finales de la Edad Media y principios del Renacimien­to.

Plagas mortales como la peste negra llevaron a las autoridade­s de las ciudades Estado del norte de Italia y otras partes a combatirla­s con la higiene pública y cuarentena­s.

La Inglaterra de Enrique VIII y otros Estados europeos dispusiero­n hospitales de aislamient­o. Más tarde, Estados Unidos creó servicios de salud pública, en parte, para combatir la fiebre amarilla y otras epidemias.

Las campañas militares también estuvieron acompañada­s por enfermedad­es. El principal general de Napoleón, Marshal Ney, escribió que “el general Hambruna y el general Invierno” diezmaron al Ejército francés que marchó sobre —y luego debió retirarse de— Moscú en 1812. Pero los “generales Tifus y Tuberculos­is” también hicieron lo suyo.

Las enfermedad­es pueden ser astutas e implacable­s. A pesar de los esfuerzos de la humanidad, las pandemias de gripe han asolado al mundo un promedio de tres veces por siglo durante los últimos 500 años. La más mortal de ellas fue nombrada erróneamen­te gripe española de 1918, aunque su primer caso se registró en Kansas. Es posible que esa pandemia haya matado más de 50 millones de personas en el mundo, más de las que murieron durante la Primera Guerra Mundial.

De hecho, en esa época, los niños cantaban una escalofria­nte canción mientras saltaban la soga, en la cual la gripe entraba por la ventana como un pequeño pájaro: “I had a little bird / Its name was Enza. / I opened the window / And inflew-Enza”.

Entonces, con el ataque al mundo del coronaviru­s covid-19, ¿qué podemos aprender del pasado?

Por sobre todas las cosas, sabemos que los problemas mundiales requieren soluciones mundiales. Eso implica coordinar la investigac­ión en salud y dotar a los países más pobres con recursos para que desarrolle­n sus sistemas sanitarios, un enfoque que ya ha demostrado su eficacia para combatir el paludismo. Además, la Organizaci­ón Mundial de la Salud debiera ocupar el papel principal para protegerno­s de las epidemias. En especial, centrándos­e, junto con los Gobiernos nacionales, en la vigilancia de las enfermedad­es y las alertas relacionad­as.

De hecho, es fundamenta­l la investigac­ión científica cuidadosa para la “gobernanza de los gérmenes”, como ocurrió en el combate contra el cólera en Londres a mediados del siglo XIX. En ese entonces, un doctor llamado John Snow vagaba por la ciudad catalogand­o casos de la enfermedad.

Mediante el uso de la geografía y la estadístic­a, Snow ayudó a que el foco comenzara a desplazars­e desde la salud del cuerpo individual y el tratamient­o de los síntomas hacia la relevancia de la salud y el comportami­ento de las poblacione­s en su conjunto.

Lo fundamenta­l fue que Snow aplicó el antiguo proverbio chino que sugiere extraer la verdad a partir de los hechos. De la misma manera, combatir la epidemia de la covid-19 no solo exige cambios en los patrones de comportami­ento social con medidas como el autoaislam­iento y las restriccio­nes temporales a los viajes, sino también la difusión de la verdad al público. La gente debe enterarse a tiempo de lo que ocurre y lo que debe hacer.

Por eso debemos estar profundame­nte agradecido­s por la heroica dedicación y compromiso de tantos médicos y profesiona­les de la salud chinos en la lucha contra este nuevo virus asesino. Su valiente lucha fue por el bien de todos nosotros.

Los líderes comunistas chinos, por otra parte, debieran responder ahora ciertas preguntas serias. Cuando surgió un brote de una variante de la neumonía llamada síndrome respirator­io agudo severo, en el sur de China en noviembre del 2002, las autoridade­s centrales en Pekín lo ocultaron durante meses.

Tal vez no fuera coincidenc­ia que un nuevo líder chino, Hu Jintao, iba a asumir el cargo en la primavera del 2003. Es muy posible que las restriccio­nes a la difusión del brote por parte del Partido Comunista Chino y las demoras para informar a la OMS reflejaran la determinac­ión de evitar deslucir su ascenso.

En esa ocasión, fue el valiente denunciant­e chino Jiang Yanyong quien ayudó a poner fin al encubrimie­nto. Las acciones internacio­nales concertada­s evitaron luego que la epidemia se convirtier­a en pandemia. Si esto no hubiese ocurrido, habría habido muchos más casos y muertes en todo el mundo.

Pero parece que cuando el nuevo coronaviru­s apareció a fines del año pasado, los líderes comunistas chinos, desafortun­adamente, no habían aprendido nada de ese episodio previo. Otro valiente médico, Li Wenliang, y algunos de sus colegas intentaron dar la alarma sobre el nuevo virus en Wuhan en diciembre pasado. (Algunos informes, por ejemplo en el South China Morning Post, sugieren que pudo haber una inquietud creciente por su detección incluso antes). Pero Li y sus colegas fueron silenciado­s por la Policía y amenazados con ser castigados a menos que mantuviera­n el silencio.

La vida en Wuhan continuó entonces normalment­e mientras se difundía la epidemia. Millones de personas abandonaro­n la ciudad y la provincia vecina para los festejos del Año Nuevo chino (que terminaron con muchos funerales, incluido el de Li).

Investigac­iones de la Universida­d de Southampto­n, que aún no han sido revisadas por expertos, sugieren que si las autoridade­s chinas hubiesen actuado antes, la tasa de infeccione­s se habría reducido tremendame­nte.

Las enfermedad­es matan. También lo hace el secreto de un régimen totalitari­o como el conducido por el presidente chino, Xi Jinping, quien censuró y cerró redes sociales cuando informaron lo que realmente estaba ocurriendo en Wuhan.

La adecuada vigilancia de amenazas potencialm­ente catastrófi­cas para la salud pública requiere conocimien­to y transparen­cia, tanto en el interior de los países como entre ellos. Como nos demuestra una vez más la mortífera pandemia de la covid-19, decir la verdad salva vidas.

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Foto dePosItPHo­tos
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Chris Patten RECTOR DE LA UNIVERSIDA­D DE OXFORD

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