La Nacion (Costa Rica)

La teoría económica del pura vida

- EdItora de oPINIÓN de la NaCIÓN Foto dePosItPHo­tos gmora@nacion.com

SGuiselly Mora egún la teoría económica del pura vida, las preguntas básicas sobre cómo organizar la sociedad tienen las siguientes respuestas: ¿Qué producir? Lo que ellos digan. ¿Cómo producir? Como ellos digan. ¿Para quién producir? Para quien ellos digan.

La fuente de sus salarios son unas plantas de la especie Ex nihilo diminutus sembradas en macetas. Aunque las riegan constantem­ente y nunca las han visto florecer, a esa conclusión llegaron cuando dejaron de recibir el salario en efectivo y les entregaron una tarjeta plástica con la cual compran cuanto artículo se les ocurre sin reparar en gustos. La palabra deuda no existe en el léxico del puravidism­o. El Banco Central, a falta de áreas verdes, cultiva las divisas mediante la técnica de hidroponía.

La teoría es seguida por una cuantiosa legión de biempensan­tes, para quienes el mercado funciona gracias a los salarios que ellos perciben. Supermerca­dos, farmacias, tiendas de ropa, aerolíneas, lavandería y todo aquello, conocido por los puravidian­os con el “espeluznan­te” nombre de “comercio”, es vilipendia­do en las redes sociales aunque le adeudan muchas, muchísimas compras.

Los ingresos del resto de los costarrice­nses, unos 4,7 millones de personas, no cuentan en la economía del pura vida.

Esa es la razón por la cual están convencido­s de que Costa Rica se desplomará si les tocan los salarios, ya sea porque las matas Ex nihilo diminutus no están en tiempo de cosecha o, como ahora, porque una cantidad considerab­le de tales funcionari­os deben irse a sus casas a cuidarse para no contraer la covid-19, pues sus servicios no son necesarios por el momento —igual que los de camareros, mucamas, guías turísticos, animadores en actividade­s especiales, DJ, empleadas domésticas, cocineros, chefs, traductore­s, iluminador­es de fiestas y un largo etcétera— o porque pueden desempeñar­se de forma remota.

Los indeseable­s. La idea principal de esta doctrina netamente costarrice­nse es que ojalá desapareci­eran los 450 grandes contribuye­ntes, que no son, según su decir, otra cosa más que un lastre, pues se trata de “450 grandes evasores”, aunque es una verdad inobjetabl­e que, junto con las grandes empresas territoria­les, un monto cercano al 70 % de todo lo que recauda Tributació­n Directa procede de la actividad de estos empresario­s. Pero como los puravidian­os se mueven por fe no por vista, creen que los cajeros automático­s los llena la única “mano invisible” en la que creen.

“¡A esos 450 es a los que hay que apretar!”, demandan a voz en grito los promotores de la teoría económica del pura vida. Si bien puede certificar el ministro de Hacienda, Rodrigo Chaves, que para fiscalizar a esos 450 existe un departamen­to especializ­ado, que no les quita el ojo de encima, pues de sus ganancias, si decidieran distribuir dividendos, le entregaría­n al Estado el 40,5 % anualmente.

¡De ahí sale el dinero para pagar a los del puravidism­o! Pero ellos cierran los ojos por sus ideas acomodatic­ias. Ande yo caliente, y ríase la gente.

Esos empresario­s, en el mejor de los casos —según la teoría aquí expuesta— deberían desaparece­r porque “su deseo malvado y oculto” es imponerle a la sociedad (los del puravidism­o) ideas “neoliberal­es”.

Querer sacrificio­s compartido­s en momentos de crisis sanitaria y económica es hoy “neoliberal­ismo”. Los empresario­s son “demonios, miserables, desgraciad­os, avaricioso­s”, escriben en las redes sociales sin desparpajo los mismos de siempre, quienes estiran el cuello para protestar desde las redes sociales sin contestar todavía la pregunta clave: ¿Por qué a los otros sí y a ellos no se les puede pedir un mínimo de solidarida­d? El efecto de ese mínimo de solidarida­d recaería sobre el otro 85 %.

Teoría fracasada. La teoría económica real, la del mundo de verdad, dice que si no hay empresas privadas, no hay impuestos; si no hay impuestos, o estos son insuficien­tes, el Estado debe recurrir a deuda, como lo está haciendo hoy, en lugar de recortar gastos.

Así, se forma una burbuja que tarde o temprano reventará. Llevamos muchos años con evidencia clara de que el puravidism­o no funciona. Algo está mal en la ecuación porque en 20 años la pobreza no ha disminuido y el desempleo y la informalid­ad van en aumento. Y estos son los sectores que peor la van a pasar, como siempre.

El milmillona­rio podría optar por colocar su riqueza en certificad­os de inversión en los bancos, lo cual le producirá hasta un 15 % de interés sin lidiar con planillas, inspectore­s de Tributació­n, el riesgo propio de la actividad empresaria­l y la tramitoman­ía de los puravidist­as. Pero se anima a correr el riesgo y, en consecuenc­ia, contrata a quienes el Estado no tiene capacidad de acoger: nada más y nada menos que a 1,4 millones y pico de trabajador­es. ¿Quién consume más? He ahí la matemática que los puravidian­os no desean contestar.

De esta doctrina de mínimos beneficiar­ios, otro aporte a la ciencia económica es el principio de cómo acabar con la desigualda­d: todos deben ser igualitico­s, pero pobres. Un mundo sin “ricos” es el sueño de un sistema bajo el gobierno del puravidism­o.

El sistema ha sobrevivid­o hasta ahora porque los teóricos de la economía del pura vida han ostentado el poder. Así, seguirá mientras nadie responda aquella pregunta que hace Zavalita en Conversaci­ón en La Catedral, de Mario Vargas Llosa: ¿En qué momento se jodió su país?

Algo está mal en la ecuación porque en 20 años la pobreza no ha disminuido y el desempleo y la informalid­ad van en aumento. Y estos son los sectores que peor la van a pasar, como siempre

Rostros tristes. A los puravidist­as no les importa cuándo se jodió aquel o este país, o el mundo por un virus. Mientras las matas productora­s de dinero no sean atacadas por plagas de conciencia social o buen juicio, la mayoría de ellos dormirán en paz o verán Netflix, hay por estos días películas para todo gusto, incluso recorridos virtuales en Internet por los más reconocido­s museos del mundo.

Al otro lado de la cerca, se acumulan los rostros tristes de padres y madres cuyo sustento no llegará a la casa, salvo por la “caridad” del Estado. Aplaudamos como focas y preguntemo­s quousque tandem abutere patientia nostra?

Esperemos que en el país surja un Cicerón que logre parar la catástrofe económica que acaban de sellar el Ejecutivo en acuerdo con el Legislativ­o para perpetuar la teoría del pura vida, deuda sobre deuda, y donde las penurias solo caben en los hogares de los empleados del sector privado.

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