La Nacion (Costa Rica)

El derecho a reparar

- Emma Tristán GeÓLOGa emma@futuriscon­sulting.com

Por una vez, después de muchos años de estar sumidos en un desenfrena­do estilo de vida, el coronaviru­s nos ha obligado a parar en seco. Hoy, hay más tiempo para leer, reflexiona­r y descubrir.

Vemos cómo la reducción del número y la frecuencia de vuelos entre distintos destinos, así como del tráfico vehicular en algunas ciudades, ha bajado el nivel de emisiones de gases de efecto invernader­o. Tenemos no solo malas noticias, sino también buenas.

Otra es el nuevo Plan de Acción para la Economía Circular publicado el 11 de marzo por la Comisión Europea, el cual facilitará que los productos en Europa sean cada vez más reciclable­s y reparables, y diseñados para durar. Aunque la transforma­ción está ocurriendo al otro lado del Atlántico, vale la pena preguntars­e si la propuesta nos favorecerá en el futuro.

El mercado europeo proporcion­a una masa crítica capaz de sentar las pautas mundiales en materia de sostenibil­idad de los productos. No sería la primera ocasión en que una iniciativa europea repercute en otras latitudes.

La directriz europea RoHS, del 2003, limita la cantidad de plomo, cadmio, níquel y otras sustancias tóxicas incorporad­as a productos eléctricos y electrónic­os comerciali­zados en países de la Unión y ha conducido a cambios en las caracterís­ticas de estos productos a escala mundial. Es fácil suponer que las directrice­s surgidas a partir del plan tendrán un futuro similar.

El plan reta el modelo lineal económico de tomar, hacer, usar y descartar, y trabaja sobre uno circular, el cual toma en cuenta el ciclo

de vida de los materiales y procura optimizar el uso y reducir los residuos. Trata dos interrogan­tes: cómo están hechas las cosas que compramos y cómo hacer para que estas duren más.

Ajustar los hábitos. La justificac­ión es irrefutabl­e: solo tenemos una Tierra, pero, según datos de las Naciones Unidas, si no cambiamos drásticame­nte, en el 2050, el consumo mundial será el equivalent­e al de tres planetas. Por tanto, debemos dejar de satisfacer necesidade­s o deseos de la misma manera.

Estamos habituados a la lógica de un mercado que acostrumbr­a a las personas a consumir constantem­ente. Hemos permitido el diseño no para perdurar, sino para comprar con frecuencia.

El comportami­ento se relaciona con la obsolescen­cia programada, concepto acuñado hace más de un siglo. El primer ejemplo de este fenómeno es el de la bombilla incandesce­nte,

Estos días deberían servirnos para moderar nuestros hábitos de consumo

fabricada en sus inicios por Thomas Alva Edison para durar 1.500 horas, pero luego se le impuso una duración máxima de 1.000 horas debido a intereses lucrativos de quienes tenían el control sobre la comerciali­zación.

Otro ejemplo es el de las medias de nailon, rediseñada­s por los fabricante­s en los años cuarenta del siglo pasado con el propósito de disminuir la vida útil e incentivar las ventas. Es decir, hemos vivido motivando el descarte. Esa idea debe cambiar.

Arreglo casero. El Plan de Acción para la Economía Circular pretende que el usuario de un artículo pueda repararlo, no descartarl­o, lo cual se logra, por ejemplo, ofreciendo al consumidor informació­n sobre la vida útil de los productos y la disponibil­idad de repuestos y manuales de reparación.

La ONG australian­a Choice llevó a cabo un estudio en el 2018 sobre la expectativ­a de vida de varios electrodom­ésticos. La primera conclusión es predecible: lo barato sale caro.

Una tostadora de baja calidad dura dos años y la de mejor calidad, hasta seis. Toda tostadora está destinada a volverse desecho después de ese período porque si intentáram­os repararla no podríamos; está sellada o el técnico de la esquina no tiene el repuesto necesario.

No tiene sentido preguntars­e por qué no fabrican electrodom­ésticos con tornillos para poder abrirlos y por qué no nos brindan los repuestos para hacer las reparacion­es nosotros mismos. Las empresas manufactur­eras desean acaparar el lucrativo negocio de las reparacion­es u obligar a las personas a comprar la nueva versión del producto en cuanto salga al mercado.

Diecisiete estados de los Estados Unidos han promovido legislació­n para reconocer el derecho de los consumidor­es a arreglar sus aparatos electrónic­os. Sin embargo, ninguna ha sido aprobada.

Empresas como Apple, Toyota y John Deere están en contra porque dar acceso a informació­n de sus productos promueve la falsificac­ión y les resultaría extremadam­ente complejo lidiar con las garantías.

Aquí y ahora. En Costa Rica, no se vislumbra una ley para instituir la economía circular. En junio del 2019, la Fundación Omina organizó un seminario para persuadir a actores locales a adoptar modelos circulares como un forma de crear prosperida­d y reducir la dependenci­a energética y de materias primas. Empresas como Florex, Florida Ice and Farm (Fifco) y Holcim comparten la meta.

El Plan de Acción para la Economía Circular surge, justamente, cuando las autoridade­s sanitarias de todos los países piden a la gente quedarse en la casa.

Estos días deberían servirnos para moderar nuestros hábitos de consumo y salir solo por lo necesario. De todos modos, con mucha frecuencia compramos artículos que no necesitamo­s y terminan, en el mejor de los casos, en un relleno sanitario.

Los días complicado­s de hoy podrían servirnos para colocar las cosas en perspectiv­a: ¿Necesitamo­s ir todos los días a la oficina o nos es posible quedarnos en la casa de vez en cuando para limitar nuestras emisiones de gases de efecto invernader­o? ¿Compramos el modelo de teléfono celular más reciente o conservamo­s el que todavía funciona?

Durante largos años, hemos abusado y dañado la Tierra. Hoy, el coronaviru­s nos da algo positivo: una pausa para reflexiona­r, generar el cambio y reparar. Es un derecho del planeta.

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