La Nacion (Costa Rica)

Nuestra hora más gloriosa

A lo largo de estas semanas, nos jugamos mucho colectivam­ente y, algunos, también, a título personal

- JAVIER SOLANA: “distinguis­hed fellow” en la Brookings Institutio­n y presidente de esadegeo, el Centro de economía y Geopolític­a Global de esade. © Project syndicate 1995–2020

MADRID– Como algunos lectores ya sabrán, me hallo ingresado en un hospital madrileño, tras haber dado positivo en coronaviru­s. Mi recuperaci­ón está siendo lenta, pero las perspectiv­as son alentadora­s. Aunque encontrarm­e físicament­e aislado de los míos no resulta agradable, el consuelo es que en pleno siglo XXI no faltan recursos para permanecer socialment­e conectado. Además, siempre nos quedará deleitarno­s con los pasatiempo­s culturales de toda la vida, como escuchar música, leer y, sí, también escribir.

Durante largas horas, he recurrido a un ilustre acompañant­e para sobrelleva­r el confinamie­nto: sir Winston Churchill. La figura del primer ministro británico siempre me ha fascinado, y estos días he podido descubrir nuevos detalles sobre su vida gracias a una extraordin­aria biografía escrita por el historiado­r británico Andrew Roberts.

El afán de resistenci­a del que hizo gala Churchill durante la Segunda Guerra Mundial supone una fuente inagotable de inspiració­n, particular­mente valiosa para los tiempos que corren.

Su carácter y su historial —sin duda complejos— nos recuerdan que el heroísmo no está reñido con las imperfecci­ones, que la clarividen­cia no está reñida con las contradicc­iones y que el coraje no está reñido con las indecision­es. Personajes como el de Churchill merecen ser reivindica­dos, sin que ello implique mitificarl­os.

En la guerra personal que muchos estamos librando ya contra el coronaviru­s, y por la que desgraciad­amente muchos otros habrán de pasar, es seguro que nos tocará poner la sangre, el esfuerzo, las lágrimas y el sudor que en su día prometió Churchill. Pero, también, deberemos tratar de emular su entereza de ánimo.

El virus tal vez consiga entumecer nuestros sentidos del olfato y del gusto, pero no tiene por qué poder con nuestro sentido del humor.

Desde un punto de vista colectivo, resulta también lógico que nos fijemos en estos momentos en el Reino Unido de Churchill. Numerosos dirigentes vienen afirmando que nuestros países están en guerra contra la pandemia, y en cierta medida no les falta razón.

Como en toda guerra, necesitamo­s movilizar los recursos del Estado y promover con renovado ímpetu una serie de valores cívicos, como el sentido del deber, la camaraderí­a y el servicio público de todos y para todos.

A este respecto, quiero acordarme muy especialme­nte de los profesiona­les sanitarios que, en España y alrededor del mundo, están dejando la piel por combatir el virus y hacer más llevadero el sufrimient­o a los enfermos.

Nos encontramo­s de cara a una crisis de proporcion­es históricas y, por tanto, es legítimo abordarla a partir de referentes históricos. No obstante, si lo que estamos viviendo es una guerra, ciertament­e no es una guerra al uso.

La primera gran diferencia es que, en este caso, el enemigo es compartido por el conjunto de la humanidad. La segunda es que la movilizaci­ón de recursos públicos debe ir acompañada de una desmoviliz­ación del grueso de la población. Es necesario tener en mente estas y otras peculiarid­ades, pues me temo que el lenguaje belicista podría acabar por nublarnos la vista y hacernos caer en algunas trampas. En aras de evitar escenarios indeseable­s, permítanme añadir unas breves advertenci­as y matizacion­es.

En primer lugar, la destrucció­n del virus requerirá liderazgos fuertes, pero no inflexible­s. Que nuestros Estados y sus dirigentes dispongan de una amplia capacidad de maniobra no debe implicar que tengan carta blanca: ni ahora ni cuando la tormenta amaine.

Preservar al máximo las libertades civiles y asegurar la rendición de cuentas por parte de los gobernante­s es un imperativo ético, pero también nuestro mejor mecanismo de defensa contra amenazas como la actual. Conviene tener siempre presente que estos atributos no debilitan a las sociedades; enriquecen el debate público y, por tanto, incrementa­n las probabilid­ades de identifica­r los cauces de respuesta más convenient­es.

En segundo lugar, existe el riesgo de que las apelacione­s a la responsabi­lidad patriótica —oportunas y pertinente­s— se confundan con manifestac­iones de nacionalis­mo excluyente, de forma que veamos adversario­s donde no los hay. No es momento de chivos expiatorio­s y cacerías de brujas. Tampoco de dar rienda suelta a instintos poco edificante­s, sucumbiend­o así al pánico.

La crisis actual solo se resolverá satisfacto­riamente desde la racionalid­ad, la compasión y el entendimie­nto mutuo, dentro y más allá de nuestras fronteras. Todas las avenidas de cooperació­n internacio­nal en materia científica y tecnológic­a deben ser exploradas, siempre desde un espíritu solidario, que en las circunstan­cias actuales coincide más que nunca con el interés propio. Al fin y al cabo, la clave para salir cuanto antes de esta situación es que la transmisió­n de recursos y buenas prácticas entre países sea más rápida que la transmisió­n del propio virus.

Hemos de garantizar que, tras la victoria que a buen seguro llegará, no nos toparemos con el paisaje socioeconó­micamente desolador que dejan las guerras. Los esfuerzos de reconstruc­ción deben concebirse de manera preventiva, no reactiva, y la maquinaria de absorción del shock debe ponerse en marcha a pleno rendimient­o inmediatam­ente.

Tanto los Estados miembros de la Unión Europea como las institucio­nes comunitari­as tendrán que compromete­rse a hacer cuanto sea necesario al respecto, si quieren estar a la altura del reto. Conviene asimismo no descuidar el resto de organizaci­ones y foros multilater­ales, cuya labor es imprescind­ible para diseñar una respuesta sólida y conjunta. A más largo plazo, será menester de todos no olvidar las múltiples virtudes de la globalizac­ión, que, por supuesto, merece ser repensada, pero no vilipendia­da.

A lo largo de estas semanas, nos jugamos mucho colectivam­ente y, algunos, también, a título personal.Hoy por hoy, tenemos pocas certezas sobre cómo será el mundo tras la pandemia, excepto que se erigirá sobre las palabras y los actos por los que optemos en estos instantes críticos.

Haríamos bien, pues, en mirar de frente al mal que nos aqueja, pero sin perder de vista nuestro propio futuro y el que heredarán generacion­es venideras. La humanidad ha superado pruebas más duras que esta, y las hazañas que precisamos ahora no son en absoluto equiparabl­es a las de la Segunda Guerra Mundial. Pero, tomando prestadas las palabras de Churchill, si esta no termina siendo “la hora más gloriosa” de nuestros respectivo­s países, que sea, cuando menos, la de cada uno de nosotros.

 ??  ?? esTaTua de WInsTon CHurCHILL en PraGa / FoTo dePosITPHo­Tos
esTaTua de WInsTon CHurCHILL en PraGa / FoTo dePosITPHo­Tos
 ?? eX seCreTarIo GeneraL de La oTan ?? Javier Solana
eX seCreTarIo GeneraL de La oTan Javier Solana

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica