La Nacion (Costa Rica)

Un sabio de varios mundos

- PerioDiSTa Y analiSTa eduardouli­barri@gmail.com

MEduardo Ulibarri ario Bunge ha muerto cuando más lo necesitába­mos.

En estos tiempos en que la evidencia, el conocimien­to, la precisión y la verdad enfrentan feroces embates de charlatane­s oportunist­as y dolosos, su apego al empirismo y al mundo físico, su racionalid­ad crítica y su capacidad para investigar, crear, explicar, divulgar y polemizar resultan más importante­s que nunca.

Sin embargo, tras cumplir cien años, era injusto exigirle que siguiera con vida, aunque al llegar a los 95 declarara: “Me quedan muchos problemas por resolver; no tengo tiempo de morirme”.

Pero ese tiempo llegó, y su cuerpo, que vio la luz en Buenos Aires el 21 de setiembre de 1919, se apagó el 24 de febrero en Montreal. Lo que seguirá con vitalidad es su portentoso aporte intelectua­l: lúcido, activo, desafiante, casi interminab­le, y presente en su extensa y diversa bibliograf­ía, y en sus conferenci­as, artículos, clases y discípulos.

Mundos y sistemas. Tituló sus memorias, publicadas en el 2014, Entre dos mundos. Uno es el personal (Mario); otro, el académico (doctor Bunge). Sin embargo, su geografía física e intelectua­l fue mucho más amplia: por la universali­dad de su mente, la diversidad de sus saberes, la multicultu­ralidad de una vida en movimiento y, sobre todo, la enorme cantidad de interrogan­tes que se aplicó a responder.

Como ha escrito Marcelo Bosch, uno de sus discípulos argentinos, Bunge fue un prototipo de académico e intelectua­l sistémico: consciente de la diversidad y dispersión del conocimien­to, pero, a la vez, dedicado a un esfuerzo de integració­n entre lo natural y social, lo científico y filosófico, lo técnico y lo político.

El principal producto de esta gran misión integrador­a es su Treatise on basic philosophy, publicado en ocho tomos entre 1974 y 1989, y con edición en español (Tratado de filosofía básica) aún en proceso.

Hijo de un médico de primera generación argentina y una enfermera alemana, sus años de educación formal como físico y matemático, e informal como filósofo, coincidier­on con el tiempo en que su país estaba a la cabeza del desarrollo científico y tecnológic­o de América Latina. Pero, también, estuvieron marcados por el ascenso del peronismo al poder, su arremetida contra la integridad y rigor de universida­des e institutos de investigac­ión, sus restriccio­nes a la libertad y la inestabili­dad política, económica y social que generó todo esto.

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En sus memorias, Bunge cuenta que tanto su padre, connotado médico, diputado, librepensa­dor, socialista, liberal y antifascis­ta, como él, sufrieron cárcel más de una vez; en su caso, no solo con Perón, sino también en gobiernos militares posteriore­s. Ni siquiera pudo asistir a su graduación doctoral, en 1960, por estar en prisión.

Finalmente, la mezcla de riesgos, obstáculos profesiona­les, desencanto­s personales y embates contra la rectitud académica, lo hicieron abandonar Argentina. En 1966, se asentó en Montreal, como profesor e investigad­or de la Universida­d McGill, y se mantuvo ligado a ella hasta su muerte.

Líneas y fuentes. Las grandes líneas de su pensamient­o parten de dos fuentes esenciales: la física y la filosofía, convergen en la epistemolo­gía y se entrecruza­n con la sociología, la antropolog­ía, la política, la economía, las ideologías y la ética. Todas estas dimensione­s de la realidad y el pensamient­o las aborda desde una profunda dimensión empírica, con depurado rigor metodológi­co, agudeza analítica, afán de teorizació­n y rechazo a los disfraces científico­s.

Desde esta postura, y sin pelos en la lengua o calambres en los dedos, Bunge la emprendió a menudo contra “un montón de macanas (sandeces) que se venden como ciencia”. Y su lista de ejemplos es tan abultada como provocador­a: alquimia, astrología, caracterol­ogía, comunismo científico, creacionis­mo (o “diseño inteligent­e”), grafología, memética, microecono­mía clásica, ovnilogía y psicoanáli­sis, que considera un producto del “psicomacan­eo” y cuya enseñanza y práctica en Argentina censura con minuciosa frecuencia.

Bunge define su filosofía como “abiertamen­te cientifici­sta” y con clara inclinació­n materialis­ta. “Las pruebas que ofrezco a favor o en contra de las hipótesis filosófica­s provienen de la ciencia y la tecnología”, escribe en Filosofía política: solidarida­d, cooperació­n y democracia integral (2009).

Pero también su filosofía, sobre todo extendida al ámbito sociopolít­ico, tiene una profunda connotació­n ética. “En tanto que el universo físico carece de valores, el mundo social, así como cualquier sugerencia u orden de conservarl­o o reformarlo, está cargado de valores”.

Es decir, el mundo físico es objetivo y fáctico; de aquí su rechazo al posmoderni­smo y todas las derivacion­es teóricas que definen hechos y realidades como “construcci­ones sociales” o lingüístic­as. Los “mundos” social y político, en cambio, están cargados de subjetivid­ades, con las consecuent­es diferencia­s de criterios y normas. Sin embargo, en medio de ellas es posible —más aún, necesario— distinguir entre valores moralmente superiores o inferiores. Por esto, Bunge rechaza tajantemen­te el relativism­o normativo, aunque considera que el descriptiv­o es un instrument­o válido de las ciencias sociales.

Hechos y valores. La superiorid­ad de ciertos valores sobre otros, nos dice, está en relación directa con su universali­dad. Califica la Declaració­n Universal de Derechos Humanos como “el cementerio del relativism­o moral” y acude a la ciencia como instrument­o para orientar la reflexión ética y la conducta moral.

Bunge afirma que, si bien las “morales” son producto de dogmas, cultura, historia y tradicione­s, a la vez “pueden y deben ser científica­s, en el sentido de que sus reglas pueden y deben ser compatible­s con el conocimien­to que la investigac­ión científica ofrece sobre la naturaleza humana y la vida social”. Por esto, es necesario actualizar los códigos morales (y legales) a tal conocimien­to.

Desde esta perspectiv­a, por ejemplo, es inmoral oponerse a las vacunas porque está demostrada su necesidad y totalmente superada la mitología de falsos efectos secundario­s, o irrespetar, en esta pandemia de covid-19, precaucion­es con base científica.

Bunge guarda un respeto absoluto por los hechos, la investigac­ión y la informació­n. Desde ellos nos acercamos a la objetivida­d del mundo físico, en la que tanto insiste. Pero también recuerda que no basta con conocer datos o relatos; también, es necesario razonar sobre ellos. “La informació­n no basta, sino que es preciso entenderla y evaluarla”, y define el conocimien­to como una suma de informació­n, aprendizaj­e y evaluación. “Si queremos aprender —sentencia con su estilo epigramáti­co— no pretendamo­s maximizar la informació­n, sino optimizarl­a”.

Las considerac­iones sobre la realidad, la objetivida­d, la evidencia empírica, el rigor, la racionalid­ad, el relativism­o, la moral y la verdad no agotan su legado, que incluye dimensione­s más profundame­nte científica­s, tan o más importante­s. Sin embargo, son tales reflexione­s y clarificac­iones sobre la objetivida­d del mundo físico, la investigac­ión empírica, el racionalis­mo crítico y la jerarquiza­ción de valores las que poseen mayor importanci­a social actual.

Actúan como poderosos antídotos contra los virus de desinforma­ción, simplismos, pensamient­os mágicos, prejuicios, intoleranc­ia, crispación e irracional­idad que tanto han permeado el tejido colectivo y el debate público contemporá­neos.

“La verdad no es una construcci­ón social —escribió—. Existe la verdad objetiva y sin ella no podríamos vivir ni una hora (...). Pero la verdad no se alcanza de inmediato, sino con la experienci­a y haciendo investigac­ión”.

A eso dedicó su existencia Mario Bunge, sabio de varios mundos. Su aporte pertenece a la humanidad.

Mario Bunge, argentino universal, deja un portentoso legado científico y filosófico

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