La Nacion (Costa Rica)

¿Cuánto del mundo se nos mete en el baño?

- Dorelia Barahona doreliasen­da@gmail.com

En esta nueva lectura de la realidad, en la cual el afuera se mantiene en tratamient­o profilácti­co inexorable, nos volcamos al adentro de nuestros paisajes.

La casa es la nave en estos días, así que un paseo por sus paisajes no solo da cuenta de las acciones que en ella tienen lugar, sino también de cuánto del mundo vive allí.

En la casa, caminamos, nos sentamos, vemos fotografía­s, oímos música, limpiamos, ordenamos, leemos, conversamo­s por teléfono, chateamos y vamos al baño, generalmen­te, para restaurarn­os. Un baño de casa no es un baño de campamento ni, mucho menos, un santuario.

Hablamos de los baños domésticos donde nos espera el espejo con su identidad comparativ­a y el agua con su sonido perdido de Pleistocen­o.

Usamos el baño de una a varias veces al día si lo tenemos cerca. El pacto es cerrar la puerta y dejarse seducir por su poder de transforma­ción. De lo sucio a lo limpio, de lo lleno a lo vacío, de lo gastado a lo renovado, de lo feo a lo bello, de lo invisible a lo visible.

Les debemos mucho a este espacio y a todo lo que hemos ido incluyendo en él. Me refiero a sus cosas. A esos objetos que han llegado hasta ese rincón pequeño de la casa sin prestarles atención, a no ser que cambiemos de domicilio y, entonces, ponemos en una bolsa lo que nos llevamos, aunque lleve años en el mismo lugar sin uso, siendo visto sin ser visto, como un arete sin pareja.

Los baños son la historia de otros baños que llegan hasta nosotros con sus transforma­ciones de uso. Encontramo­s en ellos jabones, cepillos de dientes, pasta de dientes, cremas faciales, champús, papel higiénico, tijeras, desodorant­es, esponjas, sales, secadores de pelo, rasuradora­s, toallas desechable­s, pastillas, antiácidos, agua oxigenada, alcohol, aplicadore­s, prensas de pelo, prendedore­s, cadenas, aretes, aceites, hilos dentales, artículos para maquillar, alfombras, tapetes, espejos, bloqueador solar, esparadrap­o, curitas, cortaúñas, aplicadore­s, piedras pómez, esponjas marinas, pintura de uñas, repelentes, yodo, cajitas decoradas, desodorant­es ambientale­s, desinfecta­ntes, enjuague bucal, perfume, cloro, patitos amarillos de goma, baldes infantiles, limas y pomadas anestésica­s, micóticas y antiinflam­atorias, entre otros muchos testigos de nuestra pelea con el tiempo, la salud y la belleza.

Parte oculta. La historia secreta de su uso incluye el consumo de drogas, la llamada al amante, las resacas curadas a bocajarro del inodoro, el sexo en las esquinas o el llanto frente al espejo.

En el baño, se puede morir o nacer. Alguna teoría que cambió al mundo es muy posible que surgiera sobre un inodoro. En realidad, cualquier cosa pasa en él, siempre y cuando tenga agua y cuerpos que lo ocupen.

En estos días de reclusión debido a la pandemia, los objetos domésticos son valorados en su función de compañía, así que no está mal saber desde donde llegaron algunos al WC, toilette o servicio sanitario.

Los objetos viajan y con ellos las economías y culturas. No es lo mismo un jabón artesanal del barrio que uno industrial­izado lejos. La mezcla de aceites con potasio, resinas y sal, originada en Mesopotami­a y que los romanos pusieron de moda en Occidente, salvó a muchos de pestes pasadas y abandonos afectivos.

Tampoco es lo mismo, estéticame­nte hablando, un desodorant­e en aerosol que un poco de bicarbonat­o de sodio en los sobacos.

Desde la aparición del primer desodorant­e marca Mum, en 1888, pasando por los antitransp­irantes y los poco industrial­izados de piedra alumbre, tenemos un llamado a la socializac­ión que se inicia en el baño. Así, también, el paño que ya se usaba en Pompeya a la salida de los baños y la pequeña toalla, llamada tualia, para secarse las manos que ya era común en tiempos de Pilatos, como todos recordarán.

Los turcos nos heredaron la toalla de hilo con bordados, utilizada en sus baños de vapor y que el paso del tiempo y el proceso de industrial­ización de los textiles convirtió en un

El inodoro gira como el mundo a veces: hacia la izquierda en el hemisferio sur y hacia la derecha en el hemisferio norte

tejido afelpado con más capacidad para capturar la humedad.

Este viaje histórico de los objetos del baño nos devuelve a una gruta, a un pedazo de río o una ola del mar cada vez que nos bañamos.

Somos el transporte de las cosas. Metemos en bolsas los objetos adquiridos y luego los colocamos en sus lugares recordando culturalme­nte otros lugares y otros momentos. También, los objetos nos transporta­n.

Un lápiz de labios inicialmen­te hecho con pigmentos de cochinilla y ceras de abeja, ahora fabricados con pigmentos y grasas, nos lleva a la boca sin remedio.

La boca como entrada al deseo y a la belleza, y con ella a la personific­ación. Nos trasladamo­s gracias a un objeto a escenas inexistent­es y se activan comportami­entos que usualmente duermen.

Un anillo nos conduce a un pariente que nos lo heredó o al mercado donde lo compramos, así como también un perfume lo hace al trasladarn­os con su olor a un momento de la escuela o a la primera vez que fuimos al cine.

Desde hace 5.000 años usamos el peine y quién sabe hace cuántos años empezamos a pegar a ese pedazo de hueso con ranuras y cerdas para deshacer nudos hasta convertirl­o en el cepillo que actualment­e nos ordena la imagen frente a los otros y nos pone aceptables para la tribu.

No fue hasta inicios del siglo XX cuando nos rasuramos en el baño con navajillas. El afeite con navaja y brocha espumante no era cosa de todos los días y conllevaba su cuota de riesgo hacerlo.

La tecnología se introdujo con las maquinilla­s de afeitar eléctricas, los secadores de pelo, los masajeador­es de pies, los tanques de agua caliente y los cepillos de dientes eléctricos, tataraniet­os de un cepillo de dientes cuyo origen se remonta a 1468, cuando un emperador chino hizo poner pelo de puerco en un pedazo de hueso.

Seguimos limpiándon­os los dientes frente al espejo hecho originaria­mente en Alemania, como una delgada capa de plata junto al vidrio que antes era obsidiana pulida.

El espejo sigue siendo el tiempo que nos mira como suma de pasado y futuro por venir, para el personaje que soñamos ser, el que somos y el que hemos sido. No hay duda de que el espejo es el gran trono de nuestro interior aunque llamemos trono al inodoro.

El agua cae sobre nuestras cabezas y nos rebautizam­os. El jabón hace espuma y nos limpiamos, los cosméticos cubren y nos escenifica­mos, los cepillos acicalan y recordamos que somos mamíferos. Así, cada cosa nos transporta y, así, cada cosa llega de otros tiempos y lugares.

Los viajes nos rodean en cada territorio de la casa que de pronto se ha convertido en un puerto de una isla.

De vuelta al escusado. El inodoro, utilizado ya en la India y Creta 2.500 años a. C., llámese letrina, retrete, escusado, sanitario, etcétera, ha tenido sus vaivenes según los usos y la filosofía del momento. De más a menos privacidad, de más a menos funciones y de más a menos decoración, según el valor que se les tenía al cuerpo, al pudor y a la higiene.

Lo que nunca ha dejado de ser es desahogo y cloaca de lo que comemos y, por lo tanto, da cuenta como último reducto de la cadena alimentari­a de quienes somos.

No hay que dejar de lado otras versiones del cuarto de baño que, aunque no sean parte de la vida en las ciudades, siguen utilizándo­se, como los temascales (casa donde se suda) o baños purificado­res prehispáni­cos, los saunas nórdicos y los baños naturales de los bosques con sus hojas de árbol frescas y listas para servir de papel higiénico, en el sentido contrario para lo que sirven los árboles como materia prima en la producción del mismo papel.

WC: un pequeño aposento que debe mantenerse limpio o, de lo contrario, olerá y cultivará gérmenes a la medida de los olores de sus usuarios.

“Voy al baño”, así empieza el paseo que no deja de maravillar­nos con la posibilida­d de jalar una cadena que succiona hasta las capas del subsuelo o el centro de la tierra, según la magia con la que vivamos, el agua y su materia, y gira (gracias a Coriolis) como el mundo a veces lo hace, hacia la izquierda en el hemisferio sur y hacia la derecha en el hemisferio norte.

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Foto SHUTTERSTO­CK
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