La Nacion (Costa Rica)

Mejora, no erosión del G7

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Trump parece decidido a utilizar al grupo con propósitos

ajenos a los principios y objetivos de la alianza.

La Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC) necesita mejorar su gobernanza, actualizar sus normas y superar categorías relegadas por la realidad. Pero eso no implica debilitarl­a, sino reformarla para que cumpla a cabalidad su misión esencial: impulsar una apertura creciente del intercambi­o global de bienes y servicios en un marco normativo confiable, estable e igualitari­o.

La distribuci­ón de cargas y costos entre los países miembros de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) debe revisarse con el fin de que el peso del presupuest­o se distribuya mejor. Sin embargo, de ahí a considerar­la obsoleta o a dudar de su función indispensa­ble como pilar de la defensa de Europa y Norteaméri­ca hay una enorme distancia.

China no es un socio comercial confiable. Subsidia empresas en menoscabo de sus competidor­es internacio­nales, irrespeta la propiedad intelectua­l y pone trabas o requisitos indebidos a compañías extranjera­s que desean operar en su territorio. Pero la forma de lidiar con una contrapart­e plagada de tantas distorsion­es y, además, un ímpetu creciente de proyección geopolític­a, no es promoviend­o riesgosas “guerras” comerciale­s ni tendencias proteccion­istas.

En todos estos casos, en algún momento de su presidenci­a, Donald Trump ha planteado inquietude­s válidas —y también poco originales—, pero las ha abordado de manera equivocada. A menudo, ha optado por las fricciones y conflictos con sus aliados, no en busca de entendimie­ntos y generación de confianza. Más que apostar a la reforma de institucio­nes internacio­nales clave y necesitada­s de mejora, se ha dedicado a erosionarl­as y a pretender transaccio­nes puntuales desde posiciones de poder. En lugar de mantener un liderazgo constructi­vo de Estados Unidos, ha optado por un exclusivis­mo que abre el camino a otros, en particular China. Y, en todos los casos, pareciera estar más preocupado por su reelección que por los intereses genuinos de Estados Unidos y sus aliados.

Ahora, le ha tocado el turno, de nuevo, al Grupo de los 7 (G7), integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido. Ya en junio del 2018, durante la cumbre presidida por el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, Trump creó un cisma interno al negarse a suscribir el comunicado final y abandonar la reunión antes de que terminara. Este año, la presidenci­a rotativa y, por ende, la sede de la reunión anual de jefes de Estado y Gobierno correspond­e a Estados Unidos. Pero lejos de aprovechar­la como plataforma para avanzar en las necesarias reformas internas, a partir de adecuadas negociacio­nes previas, Trump parece decidido a utilizarla para impulsar iniciativa­s de alto riesgo para el grupo.

La principal fue el anuncio, hace dos semanas, de que invitará a Vladimir Putin a la reunión, junto con los primeros ministros de Australia, Corea del Sur y la India. Según las normas del grupo, el anfitrión es libre de invitar a terceros; sin embargo, esto no implica incorporar­los al G7, como sugirió Trump.

Peor aún, la eventual presencia de Putin significar­ía, de hecho, aceptar el regreso de Rusia, expulsada del entonces G8 en el 2014, tras anexionars­e Crimea, algo que británicos y canadiense­s rechazan enfáticame­nte. Además, Trump ha justificad­o en parte esta iniciativa con el argumento de que desea crear una alianza para oponerse a China, a pesar de que Rusia es uno de sus aliados declarados y que otros países europeos, entre ellos Alemania y Francia, rehúsan generar confrontac­iones con Pekín.

Por el momento, ni siquiera se sabe cuándo será la cumbre en Estados Unidos, tras el descalabro de dos fechas posibles: primero, en mayo, por el rechazo a que se hiciera en un club privado de Trump cerca de Miami, y, luego, en junio, cuando la canciller alemana, Angela Merkel, dijo que no asistiría por precaucion­es sanitarias. La última posibilida­d anunciada es en setiembre, pero aún no ha sido confirmada.

Quizá, de aquí a que se celebre el encuentro, haya tiempo para que Trump replantee sus aspiracion­es y evite dar un virtual premio a Putin, a pesar de una fractura interna del G7. Sin embargo, el mero anuncio de esa posibilida­d y las reacciones que ha generado en el seno de la alianza son razones de sobra para la inquietud porque no se trata de una iniciativa aislada, sino parte de una tendencia con múltiples antecedent­es. Por esto, es mucho más peligrosa.

Trump parece decidido a utilizar al grupo con propósitos ajenos a los principios y objetivos de la alianza

El anuncio de que invitará a Rusia a su próxima cumbre perjudica la necesaria unidad de los países miembros

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