La Nacion (Costa Rica)

¿Ahora sí, Nicaragua?

- Edmundo Jarquín Calderón economista nicaragüen­se edmundojar­quin@gmail.com

La historia de Nicaragua ha sido la lucha del poder a través de la guerra. Así lo señaló el expresiden­te Enrique Bolaños, quien identifica 111 cambios de gobierno en Nicaragua desde la separación de la Federación Centroamer­icana en 1838 hasta el 2017, cuando publicó su libro.

Un cambio de gobierno en menos de dos años, y casi siempre por rebeliones y guerras civiles, o intervenci­ones militares extranjera­s.

Por primera vez en esa convulsiva historia, a partir del 2018, los nicaragüen­ses estamos tratando de remover una dictadura, la de Ortega, por medios pacíficos.

El historiado­r costarrice­nse Víctor Acuña lo resume en una expresión formidable, en un libro recienteme­nte publicado sobre la crisis que estalló hace dos años: “Si en el presente Nicaragua ha transitado del futuro al pasado, también es posible que próximamen­te se encamine del pasado al futuro”. Esa es la promesa de la rebelión cívica de abril del 2018.

Al finalizar hace cuatro décadas la dictadura de la dinastía Somoza, el ingreso por habitante de Nicaragua era aproximada­mente dos terceras partes del de Costa Rica. Hoy no llega a la quinta parte.

Esas reiteradas causas políticas de nuestro frustrado desarrollo económico, por incapacida­d histórica de asentar un Estado democrátic­o republican­o, se ha traducido en semejante desequilib­rio económico que es, a la vez, complement­ario entre las economías de ambos países.

Los nicaragüen­ses volveremos realidad el tránsito de nuestro trágico pasado al futuro

Distinto nivel de desarrollo. Los países de la región conocimos, con disimulada envidia, el reciente ingreso de Costa Rica a la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE), como expresión de progreso económico y de solidez institucio­nal democrátic­a, de la cual, hasta ahora, hemos carecido los nicaragüen­ses.

La OCDE señala esa complement­ariedad, ya que aproximada­mente el 10 % del producto interno bruto (PIB) de Costa Rica es resultado de los migrantes, entre ellos nicaragüen­ses que representa­n su gran parte, sin que por eso afecten negativame­nte el salario de los trabajador­es autóctonos.

Curioso y paradójico, pero así son las cifras, ese porcentaje del PIB costarrice­nse representa casi la mitad del de Nicaragua.

La migración de antes era por razones políticas, y, en la medida que Costa Rica prosperaba y Nicaragua se frustraba en su desarrollo, por razones socioeconó­micas, hasta la reciente oleada política que huye de la represión de Daniel Ortega.

La rebelión cívica que se inició hace dos años pretende recuperar la incipiente construcci­ón de un Estado democrátic­o, que Ortega interrumpi­ó y revirtió, y lograr asentar un crecimient­o económico con equidad y respeto por el medioambie­nte para que sea sostenible.

Nos trasladarí­amos, así, de la complement­ariedad referida, a una integració­n por las múltiples cadenas de valor entre los dos países.

Del pasado al futuro. De la guerra civil en los años ochenta, habíamos iniciado en Nicaragua el triple proceso de constituir un Estado democrátic­o: por primera vez, monopolio legal de la fuerza coercitiva, que antes había pertenecid­o a un partido político o caudillo; también, por primera vez, construcci­ón de un Estado de derecho, con institucio­nes de relativa autonomía en conexión con intereses privados; y, finalmente, un sistema electoral confiable, porque las únicas elecciones no protestada­s en cuanto al cómputo de votos eran administra­das por la marinería estadounid­ense hace casi un siglo.

En una estructura demográfic­a joven, gran parte de la población vivió bajo ese triple proceso y en un ambiente de libertad. No es casualidad que hayan sido jóvenes quienes detonaron la crisis, a la que se sumaron una heterogene­idad de clases sociales que resentían agravios por la “privatizac­ión” caudillesc­a y familiar de todos esos avances institucio­nales.

Los costarrice­nses habrán notado que en las noticias sobre la rebelión cívica no hay banderas de partidos políticos, sino únicamente la bandera nacional, azul y blanco.

Fue algo espontáneo, quizá instintivo, para acentuar la pluralidad social y política de la rebelión contra el régimen, pero en todo caso los colores azul y blanco pasaron a simbolizar la protesta y el rechazo al régimen.

Con el auspicio de una fundación de Costa Rica, diversos autores, reflejando la pluralidad política y temática de la rebelión cívica, publicarem­os un libro sobre la naturaleza de la crisis política en Nicaragua y las opciones de solución por medios pacíficos.

El título lo tomamos de las calles de esa rebelión, Nicaragua, el cambio azul y blanco, y de subtítulo la mudanza histórica ofrecida, “Dejando atrás el régimen de Ortega”, porque volveremos realidad el tránsito de nuestro trágico pasado al futuro.

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Foto AFP

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