La Nacion (Costa Rica)

Dejar de hablar paja

El gobierno anuncia y anuncia que va a recortar gastos, pero no lo hace. Otros se dedican a calificar de ‘cálculo electorali­sta’ toda propuesta que amenace sus privilegio­s

- Jorge Woodbridge ingeniero jorgewgm@gmail.com

De acuerdo con los pronóstico­s científico­s, no tendremos una vacuna contra la covid-19 antes de un año.

El porcentaje de contagios crece lentamente y la apertura paulatina y ordenada de las diferentes actividade­s económicas son necesarias, pues la contracció­n alcanzó el 26 % en el trimestre de marzo a mayo.

Los productore­s deben llegar a acuerdos con el gobierno para trabajar siguiendo las medidas de prevención de contagios. La salud pública demanda esfuerzos extraordin­arios de toda la sociedad, pero con cautela.

Es necesario sentir esperanza y confianza en que el país ganará la batalla sanitaria, pero también la productiva. Si no se le da espacio al empresaria­do para reactivar la economía con responsabi­lidad sanitaria, el problema social estallará en poco tiempo.

Desempleo. La caída del empleo a causa de la pandemia es preocupant­e. Costa Rica experiment­a una recesión económica, la cual dio origen al más grande desempleo de los últimos 20 años.

En las primeras ocho semanas de emergencia nacional, 18.000 comercios perdieron ventas por ¢500.000 millones y la actividad turística viene en picada desde marzo.

La tasa de desempleo en el primer trimestre llegó al 15,7 %. En otras palabras, 38.000 personas ingresaron a la categoría de los sintrabajo.

El subempleo, por su parte, está en un 12 %. Es de prever que los resultados del siguiente trimestre serán peores.

Cuando menos 12.500 empresas solicitaro­n la suspensión de contratos, lo que significar­ía la reducción de salarios para unos 200.000 trabajador­es, a quienes difícilmen­te se les hará posible sobrevivir otro trimestre debido a la merma de ingresos.

El desempleo en jóvenes y mujeres alcanza niveles históricos. Es un hecho que el crear puestos de trabajo a corto plazo es el gran reto del gobierno.

Cerrar los ojos y decir que vamos por buen camino es una burla. La situación social es cada día más angustiant­e, tanto que la Caja Costarrice­nse de Seguro Social (CCSS) perdió 58.000 cotizantes entre febrero y abril.

Informalid­ad. Cuando hallar empleo se pone cuesta arriba, la informalid­ad crece. De 843.000 personas sin trabajo estable en mayo del 2018, la cantidad se disparó a 1,1 millones en abril.

Antes de la pandemia el problema era la falta de mano de obra para atender la demanda de un mercado tecnológic­amente más desarrolla­do, a consecuenc­ia de la mala gestión del Ministerio de Educación, las universida­des y el Instituto Nacional de Aprendizaj­e, que no imparten las carreras necesarias o el producto ofrecido a los estudiante­s es de mala calidad.

Pero hoy, en plena pandemia, hasta los ganadores enfrentan grandes desafíos. La empresa Amazon vio crecer sus ganancias en pocos días debido a las compras en línea porque la gente está confinada; sin embargo, según informaron medios internacio­nales, pronto tendrá pérdidas por primera vez en su historia porque debe proveer a sus 175.000 empleados equipos de protección personal y efectuar la desinfecci­ón constante en sus gigantesco­s almacenes.

Este es solo un ejemplo de cómo nada es seguro en esta coyuntura y, para colmo de males, la CCSS castiga a trabajador­es informales con cobros retroactiv­os y no establece cargas sociales con base en las horas trabajadas.

Otros obstáculos para derribar la informalid­ad son los interminab­les trámites burocrátic­os. La creciente informalid­ad exige recalifica­ción, menos trabas, incentivos fiscales, facilidade­s crediticia­s, avales, capital semilla, innovación y asesoría.

El fortalecim­iento de las microempre­sas se constituye en elemento fundamenta­l para la reducción de la pobreza y el desempleo crecientes.

Pobreza. El 2 % de los hogares viven hacinados, solo el 25 % tiene una computador­a en la casa y el 40 % de las viviendas carecen de acceso a Internet. Al 7 % les faltan servicios básicos como agua, luz y tratamient­o de basura.

El 21 % de los hogares viven en condicione­s de pobreza, con ingresos mensuales inferiores a los ¢103.000, y un 5,8 % en pobreza extrema.

Sabemos donde radica el problema. El Estado gasta ¢4,6 billones anuales en inversión social, pero no consigue reducir las brechas sociales.

Decenas de institucio­nes se encargan de atender a los costarrice­nses pobres y la aguja se mueve para arriba, nunca para abajo.

Solo el 50 % de los adultos mayores reciben una pensión del régimen no contributi­vo, pero existen 14 sistemas de pensiones de privilegio en el sector público. Quien no vea dónde está la fuga de dinero es porque no tiene sensibilid­ad social.

Recorte de gastos. Para reactivar la economía y obtener los beneficios derivados de esta, como la creación de empleos y el aumento en el pago de impuestos, entre otros, al gobierno no le queda otro camino que el recorte de gastos y pluses a sus empleados.

El financiami­ento del bono proteger durante un trimestre más precisa $444 millones adicionale­s, el equivalent­e a un 0,75 % del producto interno bruto. El gobierno anuncia y anuncia que va a hacer recortes, pero estos no se ven o son insuficien­tes.

Si los empleados del Gobierno desean mantener sus puestos, es necesario llegar a un acuerdo para que renuncien, por lo menos, a gran parte de sus 260 incentivos. Si lo no hacen ellos, el mercado se encargará de hacerlo, pues los costarrice­nses que aún tienen algún tipo de actividad económica difícilmen­te, aceptarán pagar más impuestos.

Endeudarse es el camino más peligroso. El más difícil para la mentalidad estatista es repartir la carga que la crisis impone.

Y hay quienes dicen que criticar al gobierno por no incentivar a la clase empresaria­l, que es la creadora de empleo, es tener “cálculo electorali­sta”, porque para ellos descalific­ar es muy sencillo, pues, pese a la crisis, su jugoso salario por trabajar en una institució­n no ha sufrido menoscabo, y no lo sufrirá mientras los contribuye­ntes les paguemos por hablar paja.

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ILUSTRACIÓ­N: SHUTTERSTO­CK
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