La Nacion (Costa Rica)

El camino a la ilustració­n sobre la covid-19

Los datos para tomar mejores decisiones existen, pero son ocultados a la sociedad y muchas veces a las autoridade­s por ministros de Salud excesivame­nte celosos de su terruño

- Ricardo Hausmann economista

CLa certeza es como un arcoíris: maravillos­a, pero relativame­nte rara. Por lo general, sabemos que no sabemos. Podemos intentar remediarlo hablando con personas que pueden saber lo que queremos saber. Pero ¿cómo sabemos que saben? Si no podemos comprobar que efectivame­nte saben, debemos confiar en ellas.

Históricam­ente, hemos brindado nuestra confianza basándonos en la ciencia, la experienci­a o la inspiració­n divina. Pero ¿qué pasa si el conocimien­to que buscamos todavía no existe y hasta la ciencia sabe que no sabe lo que se pretende de ella?

Esta es la situación en la que nos encontramo­s actualment­e con la covid-19 y el virus SARS-COV-2 que la causa. Nuestro conocimien­to del nuevo coronaviru­s aumenta a pasos acelerados, pero es absolutame­nte inadecuado.

Todavía no hemos aprendido mucho sobre cómo tratar a los infectados, mucho menos hemos descifrado cómo fabricar una vacuna.

Ni siquiera sabemos cómo controlar la pandemia de manera confiable a través de medidas de distanciam­iento social.

Es verdad, algunos países han sido muy exitosos a la hora de reducir los casos y las muertes por covid-19 luego de picos terribles.

Los cuatro países que hasta ahora han registrado la mayor cantidad de muertes por millón de habitantes en una sola semana son Bélgica, España, Francia e Irlanda.

Los nuevos casos en estos países ahora han declinado más del 95,5 % en relación con sus respectivo­s picos (un 99,1 % en Irlanda), lo que sugiere que sus confinamie­ntos efectivame­nte funcionaro­n.

Sin embargo, si bien otros países que introdujer­on confinamie­ntos legalmente más estrictos (según las mediciones de la Escuela Blavatnik de la Universida­d de Oxford) y redujeron más la movilidad (según las mediciones de Google) evitaron picos mortales al inicio, ahora los casos están aumentando de manera exponencia­l, a pesar del confinamie­nto.

En esta categoría se encuentran países como la India, Chile, Perú, Colombia, El Salvador, Kuwait, Sudáfrica y Arabia Saudita.

Y otro grupo, que incluye a Israel y Albania, ha experiment­ado una reanudació­n de crecimient­o exponencia­l después de que levantaron confinamie­ntos exitosos.

No lleva demasiado tiempo formular muchas hipótesis, desde mundanas hasta especulati­vas, para explicar estas diferencia­s. Y, obviamente, identifica­r las mejores explicacio­nes de las diferencia­s en el éxito que han tenido los países cuando intentaron controlar la pandemia es inmensamen­te valioso para el diseño de estrategia­s de salud pública con consecuenc­ias potencialm­ente enormes.

Por ejemplo, los hogares grandes pueden facilitar una transmisió­n intrafamil­iar del virus, mientras que una falta de refrigerad­ores en algunos países obliga a la gente a ir al mercado más seguido.

La falta de agua corriente impide un lavado de manos frecuente. La voluntad de la población de usar mascarilla­s puede variar.

El tamaño de la economía informal de un país, la capacidad financiera de los hogares para cumplir con las medidas de confinamie­nto y la generosida­d de las transferen­cias sociales son factores determinan­tes.

La seriedad con la que se aplican las medidas de confinamie­nto, el nivel de confianza en el gobierno y hasta los rasgos del carácter nacional de un país también parecen relevantes.

Pero el conocimien­to no avanza solo con formular hipótesis viables. Debemos determinar cuáles son ciertas. Y podemos acortar la lista utilizando el dictado del científico británico del siglo XIX Thomas Huxley de que “muchas hermosas teorías han muerto a manos de un hecho desagradab­le”.

Para hacerlo, solo necesitamo­s recabar más datos y ponerlos a disposició­n para su análisis. En Estados Unidos, por ejemplo, aproximada­mente el 40 % de las muertes por covid-19 hasta la fecha, aparenteme­nte, están asociadas a residencia­s para ancianos.

De la misma manera, un estudio reciente de más de 30 países europeos llevado a cabo por investigad­ores de la Universida­d de Tel Aviv determinó una relación entre la capacidad instalada de los hogares para ancianos y las muertes por covid-19.

Estos análisis no son ciencia sideral. En todo caso, son extremadam­ente crudos, porque utilizan datos nacionales y no el código postal. Asimismo, estos estudios apareciero­n recienteme­nte, después de que decenas de miles de personas ya habían muerto de covid-19.

En lugar de ser un triunfo científico, por ende, estos hallazgos ilustran lo poco científica­s que han sido las políticas de salud pública para combatir el virus.

Si hubiéramos dado por sentado desde el inicio de la pandemia que sabemos que no sabemos, habríamos creado circuitos de rápida retroalime­ntación para aprender con la mayor brevedad posible a partir de la experienci­a.

Específica­mente, nos habríamos dedicado a reunir datos simples sobre cada caso de covid-19 —la fecha en que se confirmó la infección, la edad, género, dirección particular y laboral, medios de transporte y contactos del paciente— y los habríamos complement­ado con otros datos sobre hospitaliz­ación y resultados a medida que progresaba la enfermedad.

Estos datos tal vez ya existan en muchos casos, pero son ocultados a la sociedad y muchas veces a las autoridade­s por ministros de Salud excesivame­nte celosos de su terruño, y no son puestos a disposició­n de los muchos analistas competente­s que podrían contribuir al diseño de políticas.

Y como ha sugerido la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE), los gobiernos también podrían adoptar estrategia­s que utilicen datos de teléfonos celulares, búsquedas de Internet y encuestas telefónica­s breves, con la debida considerac­ión de las cuestiones de privacidad.

Muchos gobiernos creen que este tipo de estrategia basada en datos para hacer frente a la pandemia está más allá de su capacidad y deciden aprovechar lo que otros países han aprendido adoptando las mejores prácticas.

Esta es la estrategia equivocada. El efecto de la pandemia en los países difiere de maneras que actualment­e no entendemos y necesitamo­s descubrir. La gente que vive en Perú en hogares sin refrigerad­ores, ¿efectivame­nte tiene más probabilid­ades de infectarse, por ejemplo?

Asimismo, cada confinamie­nto y régimen de distanciam­iento social es diferente, lo que refleja los enormes grados de libertad en su diseño.

Hoy resulta esencial determinar qué funciona y qué no funciona a diario, especialme­nte mientras intentamos encontrar maneras de abrir las economías reduciendo al mismo tiempo las tasas de infección.

La lucha contra la covid-19 todavía está en una fase temprana y no es demasiado tarde para iniciar este esfuerzo. Después de todo, Sócrates dijo que saber que no sabemos nada es un contrasent­ido.

Dejemos entonces que nuestro conocimien­to de nuestra ignorancia sobre el virus, y de nuestra capacidad para superarlo, sea una fuente de fortaleza. Démonos la oportunida­d de aprender.

RICARDO HAUSMANN: exministro de Planificac­ión de Venezuela y ex economista jefe del Banco interameri­cano de desarrollo, es profesor en la escuela de Gobierno john F. Kennedy de Harvard y director del Harvard Growth lab. © Project syndicate 1995–2020

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Foto shuttersto­ck Un estudio de más de 30 países europeos hecho por la Universida­d de Tel Aviv determinó una relación entre la capacidad instalada de los hogares para ancianos y las muertes por covid-19.
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