El primer paso de la unidad opositora en Nicaragua
Una alianza está lista para brindar gobernabilidad democrática al país después de desalojar del poder a la dictadura Ortega-murillo
En diciembre del año pasado, los principales movimientos cívicos surgidos de la rebelión de abril del 2018 en Nicaragua, la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD) y la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), anunciaron el “primer paso” para la conformación de la unidad nacional opositora.
Sus voceros, Juan Sebastián Chamorro, de la ACJD, y Félix Maradiaga, de la UNAB, definieron la nueva alianza como el bloque fundacional de un proyecto político no electorero, amplio y sin exclusiones para brindarle gobernabilidad democrática al país después de desalojar del poder a la dictadura Ortega-murillo.
Dos meses después, al conmemorarse el 25 de febrero los 30 años de la derrota electoral del FSLN en 1990, convocaron la creación de la Coalición Nacional con la participación de la Alianza, la Unidad Nacional, el Movimiento Campesino y los partidos Liberal Constitucionalista, Yatama, Restauración Democrática y Fuerza Democrática Nicaragüense. Quedó fuera por autoexclusión el partido Ciudadanos por la Libertad.
El anuncio de la Coalición Nacional generó grandes expectativas, con marcadas reservas por la desconfianza natural de la ciudadanía en torno a los partidos políticos que en el pasado pactaron y compartieron el poder con el FSLN, en particular el PLC, que sigue bajo la sombra de Arnoldo Alemán.
Sin embargo, hubo un voto de confianza y aun a regañadientes se mantuvo el respaldo al “núcleo fundacional”.
El siguiente paso —coincidieron los siete— sería acordar las reglas del juego de la Coalición y diseñaron un intrincado rompecabezas político que bautizaron pomposamente la “arquitectura”.
Desde dentro y fuera del régimen, los poderes fácticos apostaron por el fracaso de la naciente Coalición porque resultaría imposible conciliar los intereses de organizaciones cívicas y partidos con orígenes disímiles y, sobre todo, con niveles de representación social y un peso político tan disparejo, sin contar con un liderazgo unificador.
Estatuto. No obstante, después de discutir durante cuatro meses, los representantes de los siete grupos ya en plena pandemia de covid-19, contra todo pronóstico, acordaron un estatuto para constituir, organizar y dirigir, la Coalición.
La primera crisis, de muchas otras que seguramente vendrán, estalló públicamente el viernes 19 de junio, cuando la ACJD demandó un tiempo indefinido para ratificar los estatutos, esgrimiendo diferencias de fondo sobre el proceso acordado para tomar decisiones por mayoría calificada, si no se alcanzara el consenso, y la falta de democracia interna de una de las partes, el PLC, que además sometió su litis interna ante el Consejo Supremo Electoral, controlado por la dictadura.
El frenazo de la ACJD desencadenó el retiro del Movimiento Campesino y la sorpresiva renuncia del doctor José Pallais, representante del sector político, y ambos demandaron la firma inmediata del estatuto de la Coalición.
Las diferencias sobre estos asuntos procedimentales, que reflejan diferentes concepciones sobre el poder, la incidencia política democrática y las posibles alianzas en el seno de la Coalición finalmente se resolvieron con inusitada madurez de todas las partes, que se empeñaron en lograr una solución temporal (ganar-ganar) al negociar un artículo transitorio.
Así se firmaron los Estatutos de la Coalición Nacional el jueves 25 de junio por siete de los ocho actores fundacionales, y quedó pendiente aún la integración plena del sector de jóvenes y estudiantes como
una fuerza política autónoma.
Unión nacional. El resultado de este acto simbólico conlleva un mensaje político contundente a la cúpula del régimen Ortega-murillo: la rebelión de abril, que nació autoconvocada en el 2018, sentó las bases de su organización para promover la unidad nacional, que es lo único que puede terminar con la dictadura.
Y, por ahora, la oposición se mantiene unida, aunque desde fuera de la Coalición existen otras opciones ideológicas que, para beneficio político de Ortega, apuestan por la división del bloque opositor en, por lo menos, dos bandos.
La Coalición apenas está dando sus primeros pasos y aún debe solucionar las diferencias que están en su acta de nacimiento. Pero lo que la gente demanda es un plan de lucha y un liderazgo capaz de movilizar al país para enfrentar y prevenir la pandemia de covid-19, y llenar el vacío de poder que deja el desgobierno de la dictadura.
También esperan el banderazo para organizar en los 153 municipios del país las estructuras unitarias de la Coalición, para movilizarse y demandar la suspensión del estado policial.
De esta presión política dependerá, en última instancia, si la dictadura, con Ortega o sin él, se verá obligada a ceder una reforma electoral y elecciones libres y competitivas.
Mientras tanto, no puede ponerse la carreta delante de los bueyes, imponiendo discusiones sobre alianzas electorales, casillas y candidatos en torno a elecciones que por ahora solamente representan una aspiración nacional.
Poder debilitado. La segunda lección que deja este proceso de formación de la Coalición Nacional es que, después de la rebelión de abril, en Nicaragua se redujo la influencia del poder de los grandes empresarios para predeterminar los resultados de la política.
Con la emergencia de una nueva mayoría política azul y blanco ya no es posible, como antes, imponer partidos para trazar el destino del país o escoger a dedo candidatos presidenciales y vetar a otros.
El financiamiento privado de la política, bajo un régimen totalitario como el de Ortega, no solo es necesario, sino que será un factor crucial para promover una elección competitiva, cuando existan las condiciones apropiadas.
Pero ante el imperativo de un proceso de unidad nacional, cuya dinámica se deriva de un programa de reformas democráticas, una nueva mayoría política y métodos transparentes de selección de liderazgos, los resultados no pueden ser predeterminados de antemano, sino que están sujetos a la regla democrática de la incertidumbre que nace de la competencia política.
Esa es la esencia del nuevo orden democrático, el desafío que pugna por nacer en la Coalición Nacional, mientras el viejo orden de la dictadura, el del hombre fuerte y las “misas negras”, aún se resiste a morir.