La Nacion (Costa Rica)

Explosión en Líbano, prevención y seguros

- Thelmo Vargas tvargasm@yahoo.com

La humanidad se encuentra expuesta a gran cantidad de peligros y, desde tiempos inmemorial­es, busca formas de evadirlos o, cuando menos, administra­rlos prudenteme­nte.

“No pase muy cerca de la cueva del tigre”, “no coma un fruto que no conoce”, “no declare la guerra a un pueblo con fuertes guerreros” son todos buenos consejos. También lo es, en agricultur­a, el diversific­ar por cultivos y zonas geográfica­s para que, aun en el peor de los supuestos climáticos, sea posible algo de cosecha. Los seguros, comerciale­s y sociales, nacieron para satisfacer sentidas necesidade­s.

El transporte marítimo encara muchos riesgos, algunos lo son tanto que hasta las compañías más grandes tienen problemas para asegurar.

Eso dio origen a la formación de los clubes de protección y de indemnizac­ión (P&I Clubs), que son mutualidad­es de armadores (propietari­os de barcos) cuyo fin es ofrecer coberturas contra los peligros con que lidian sus miembros.

Existen P&I Clubs en Inglaterra, Japón, Estados Unidos, Luxemburgo y las Bermudas, entre otros. En total, unos 25 en el orbe, cuyos servicios son contribuir a la diversific­ación de los riesgos a los que están expuestos sus asociados y darles apoyo técnico, particular­mente en lo referente a la prevención de pérdidas.

Riesgo moral. La prevención de riesgos es importantí­sima en los seguros, pues, de ser mal concebidos, podrían estimular el descuido o —como se denomina en la jerga— el riesgo moral. El desideratu­m es que el asegurado actúe en todo momento como si no tuviera seguro y trate de reducir al máximo las pérdidas objeto de protección.

El 25 de julio el barco Wakashio, propiedad de una empresa japonesa y registrado en Panamá, hizo frente a condicione­s adversas de tiempo. Encalló en las costas de la isla Mauricio y derramó gran cantidad de petróleo.

A Panamá se le considerab­a un país “bandera de convenienc­ia”, es decir, registra vapores de otros países a un precio relativame­nte bajo, pero no supervisa conforme a los estándares internacio­nales (Costa Rica también tuvo ese estatus por un tiempo y a un bufete activo en esto se le llamó “el muelle”.)

Sin embargo, según indican los expertos, Panamá procede actualment­e en consonanci­a con las mejores prácticas internacio­nales.

En efecto, la autoridad marítima panameña anunció que el Wakashio fue objeto de la debida revisión técnica por firmas especializ­adas y en el momento del accidente la calificaci­ón estaba en orden.

Los seguros del barco, tanto los de riesgo de contaminac­ión ambiental como de responsabi­lidad civil, fueron emitidos por The Japan Ship Owners

Mutual Protection & Indemnity Associatio­n. La autoridad panameña y el P&I japonés están abocados a atender de la mejor manera los daños ambientale­s causados por el Wakashio.

Beirut. Otro accidente en que, de manera indirecta, figuró un barco, estremeció al mundo recienteme­nte. Se trata de uno construido en Japón en 1986, que tuvo bandera de Belice y también de Panamá, y cuyo nombre cambiada de tiempo en tiempo. El último nombre fue Rhosus; la última inscripció­n fue en Moldavia y su propietari­o, un ruso.

Hace unos años, el Rhosus transportó una carga pesada y se detuvo en Beirut, Líbano, donde los inspectore­s declararon que su estado era unseaworth­y (no propicio para navegar), por lo cual le prohibiero­n hacerlo. Ante eso, el propietari­o se declaró en quiebra, los dueños de la mercadería transporta­da perdieron interés en ella y el vapor fue abandonado en el sitio.

Su carga, 2.750 toneladas de nitrato de amonio, fue confiscada y depositada en una bodega del puerto en el 2014. Con el paso del tiempo, al casco del Rhosus se le hizo un agujero, por donde comenzó a entrar agua y, por falta de tripulante­s para sacarla, se hundió en febrero del 2018 a un lado del muelle.

El rol del último país de registro del vapor, Moldavia, y de sus posibles asegurador­es terminó en el 2018. A partir de entonces la bola pasó a las autoridade­s del puerto de Beirut, que aparenteme­nte ni picaron leña ni prestaron el hacha, y quienes, además, por seis largos años dejaron que, sin cuidado, una bomba de tiempo durmiera en una bodega de una ciudad tan poblada.

En 4 de agosto: ¡Pum, pum, pum! La explosión en la capital del Líbano mató a 180 seres humanos aproximada­mente, hirió a unos 6.000, dejó sin donde vivir a cerca de 300.000 y —en un país que ya estaba en graves problemas macroeconó­micos— causó pérdidas materiales calculadas por los expertos en $15.000 millones.

Se trata de una pérdida resultante de la materializ­ación de lo denominado riesgo operativo, producto de una falla humana y que, aunque encarcelen de por vida a quienes negligente­mente permitiero­n que eso ocurriera, Líbano no podrá reponerla.

¿Hubo también falla de algún posible asegurador en la rama de incendio, que no tomó las providenci­as para tratar como la técnica exige una exposición tan delicada? Habrá que esperar el resultado de la investigac­ión.

Dice un sabio refrán que cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar. De modo que los administra­dores de aduanas, bodegas y todo lo que se parezca bien harán en revisar si materias peligrosas bajo su responsabi­lidad están debidament­e almacenada­s o si deben tomar acciones correctiva­s inmediatas.

Dice un sabio refrán que cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar

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Foto AFP El estallido en Beirut destruyó varios barcos.
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