Carné para pensar
Debo confesar que desconocía que los turistas y los tripulantes de lanchas tenían que pagar un carné para ir a ver ballenas y delfines en el mar.
La exigencia de comprar el dichoso papelito era vieja, pero su conveniencia quedó en entredicho ahora, cuando el sector turístico necesita más que nunca al visitante nacional.
¿Y quién devuelve al viajero y al botero el dinero pagado si los cetáceos deciden no dejarse ver el día elegido para el avistamiento?
Por fortuna, el Incopesca decidió suspender temporalmente el cobro del carné. Sin embargo, el asunto me iluminó sobre otros curiosos usos que puede darse a un documento de ese tipo.
Yo propongo la creación del carné para pensar. El portador deberá acreditar una serie de cualidades para poder llevarlo colgando del cuello o prensado en una faja o cinturón.
Por ejemplo, será acreedor a la credencial aquel ciudadano que demuestre comprender que la pandemia exige disciplina y cumplimiento de las medidas sanitarias.
También se le otorgará a aquellos organizadores de marchas, zafarranchos y afines que entiendan el enorme riesgo en que ponen a su propia gente cuando la mandan a la calle.
Igual tendrán derecho aquellos diputados que utilicen su curul para buscar el bienestar del país, en vez de despilfarrar tiempo valioso en hablar, por ejemplo, sobre un ministro y su papá.
De la misma forma, serán merecedores del documento aquellos ministros que mantengan coherencia en su gestión e intervenciones públicas para evitar meterse “en aprietos”.
Quienes aporten ideas viables para fomentar el empleo, la inversión, la producción y la prosperidad nacionales obtendrán, además, un portacarné de última tecnología con un cordón dorado.
Y aquellos que tomen con valentía las decisiones que necesitamos en este crucial momento ganarán, aparte de todo lo anterior, un quick pass para alcanzar el éxito.
Pensar es gratis, pero pensar para hacer lo correcto es un ejercicio que exige mucha sabiduría y humildad. No necesitamos un carné para utilizar bien este divino don.