La Nacion (Costa Rica)

El día después

- Eduardo Ulibarri Periodista Y Analista radarcosta­rica@gmail.com

En dos meses llegaremos al “día después” de las elecciones estadounid­enses. Me temo que, en el mejor de los casos, estará plagado de incertidum­bre; en el peor, se agregarán grandes turbulenci­as. La incertidum­bre vendrá si los resultados preliminar­es de algunos estados son muy cerrados al amanecer del 4 de noviembre y aún está pendiente el conteo de sus votos postales; las turbulenci­as si, ante esa eventualid­ad, o su eventual derrota, Donald Trump cuestiona el desenlace, emprende acciones judiciales masivas contra el conteo o, más grave aún, denuncia un “fraude”.

Lo anterior difícilmen­te ocurrirá si su contendor demócrata, Joe Biden, pierde, o triunfa de manera apabullant­e. Pero como su victoria, muy posible, difícilmen­te será épica, no podemos descartar un período de gran inestabili­dad poselector­al, que podría derivar en una crisis legal —y hasta constituci­onal—, rodeada por amagos de violencia urbana. El disputado triunfo de George W. Bush sobre Al Gore, en el 2000, finalmente fue resuelto por la Corte Suprema, en medio de dudas, pero con serenidad y certeza institucio­nal. Ahora, sin embargo, los tiempos políticos son otros, y más peligrosos.

Hasta ayer, las encuestas mostraban una sólida ventaja de Biden, tanto en los agregados nacionales como en los estados clave para ganar. Me refiero a aquellos que no pueden calificars­e como inevitable­mente demócratas o republican­os, y que Trump capturó en el 2016; particular­mente, Arizona, Florida, Michigan, Ohio, Pensilvani­a y Wisconsin. Con apenas algunos de ellos, Biden lograría suficiente­s votos electorale­s (que varían en función de las poblacione­s estatales) para triunfar el primer martes de noviembre.

Aunque en dos meses pueden surgir hechos de impacto que favorezcan a Trump — un repunte económico o una vacuna contra la covid-19 capaz de aplicarse de inmediato, por ejemplo—, también puede ser a la inversa. Él lo sabe; por esto, se ha dedicado a sembrar dudas sobre la integridad del proceso, a gritar fraude donde es imposible que lo haya, a inventar teorías conspirati­vas y hasta a condonar grupos violentos.

¿Fanfarrona­da, o deliberada preparació­n del terreno para deslegitim­ar un resultado adverso? Deseo que se trate de lo primero, pero en las circunstan­cias actuales, lo peor es muy posible.

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