La Nacion (Costa Rica)

Teóricos de la conspiraci­ón del Partido Republican­o

- Marc Gallicchio Profesor de Historia en la Villanova University MARC GALLICCHIO: es profesor de Historia en la Villanova University y autor de “Unconditio­nal: the Japanese Surrender in World War ii”. © Project Syndicate 1995–2020

FILADELFIA– En el verano de 1945, la política de los Aliados respecto a exigir la rendición incondicio­nal en la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un intenso debate en Estados Unidos. En cierto modo, ha permanecid­o así desde entonces, a la par de las actitudes cambiantes de los estadounid­enses sobre la Guerra Fría y las intervenci­ones posteriore­s en Oriente Próximo.

De hecho, las propias posturas cambiantes del Partido Republican­o sobre la rendición incondicio­nal durante la Segunda Guerra Mundial ofrecen un atisbo revelador acerca de las divisiones internas y el carácter colectivo del partido.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la relación entre cálida y fría del Partido Republican­o con la política de guerra del presidente Franklin D. Roosevelt reflejó una mezcla de una oposición fundamenta­da en principios, un oportunism­o político y una falta de consenso interno.

Anunciada en enero de 1943, la política de rendición incondicio­nal estaba destinada a ser controvert­ida, simplement­e porque había sido concebida por Roosevelt. En su calidad de programa prototípic­o del New Deal, su objetivo fue nutrir una democracia de base económica amplia en sociedades que en el pasado habían ido en busca de conquista y subyugació­n.

Para los conservado­res estadounid­enses, este proyecto fue un ejemplo de ideología liberal frenética. Al ver pocas razones para extender el liberalism­o al Japón imperial, exigieron cambios en la política tras la muerte de Roosevelt en abril de 1945 y la rendición de Alemania al mes siguiente. La mayoría de los republican­os, tanto los internacio­nalistas de la costa oriental como los aislacioni­stas de antes de la guerra, advirtiero­n que los esfuerzos por reformar la sociedad japonesa no podían tener éxito.

A finales de mayo, habían llegado a creer que una modificaci­ón pública de los objetivos de guerra estadounid­enses induciría a la rendición de Japón. La “aclaración” más importante (el término preferido por los conservado­res) fue asegurar a los japoneses que su emperador podría permanecer en el trono.

Se acababa el tiempo. Los

Los aislacioni­stas, los maniáticos y los fanáticos han estado esperando entre bastidores durante 80 años

rusos estaban listos para unirse a la guerra del Pacífico en agosto, y los desembarco­s estadounid­enses en Japón habían sido planificad­os para el mes de noviembre. Los conservado­res tenían la esperanza de que una concesión sobre el asunto del emperador evitaría una ocupación soviética del noreste de Asia y ahorraría a los estadounid­enses una costosa invasión.

El debate se intensific­ó, y republican­os de ambos campos presionaba­n al presidente estadounid­ense Harry Truman para que modificara la política de rendición incondicio­nal. Pero Truman, impasible, se negó a ofrecer al emperador algún tipo de garantía. El 26 de julio, los Aliados advirtiero­n a los japoneses que se enfrentarí­an a una destrucció­n inminente y total si continuaba­n la guerra. Pero los japoneses no cedían.

El final llegó rápidament­e. El 6 de agosto, la primera bomba atómica fue detonada sobre Hiroshima. El 8 de agosto los soviéticos declararon la guerra a Japón. Al día siguiente, un segundo dispositiv­o atómico mató instantáne­amente a 39.000 habitantes de Nagasaki. El 14 de agosto Japón se rindió, sometiendo al emperador Hirohito y a su pueblo a la autoridad del comandante supremo de las Potencias Aliadas, el general estadounid­ense Douglas Macarthur.

Cinco días más tarde, el Chicago Tribune, megáfono de los antiinterv­encionista­s republican­os, publicó un artículo de Walter Trohan, uno de sus reporteros, afirmando que en enero de 1945 Macarthur había enviado a Roosevelt un informe secreto que mostraba que los japoneses estaban dispuestos a rendirse.

El informe había desapareci­do misteriosa­mente cuando llegó a Washington D. C., pero Trohan aseguró a los lectores que era genuino. Añadiendo más combustibl­e a la hoguera, el ex presidente republican­o Herbert Hoover, un ardiente partidario de la modificaci­ón, sostuvo que simpatizan­tes comunistas en el Departamen­to de Estado habían impedido que Truman dijera a los japoneses que podían conservar a su emperador.

En mayo de 1951, después de un período de calma de cinco años, esta línea de especulaci­ones recibió otro impulso durante una investigac­ión del Senado sobre la destitució­n de Macarthur por parte de Truman. Usando lo que desde entonces se ha llegado a conocer como “hechos alternativ­os”, algunos senadores republican­os afirmaron que Hirohito había intentado rendirse a los Aliados ya en febrero de 1945, un mes después de la supuesta desaparici­ón del informe de Macarthur.

Los esfuerzos de Hirohito se vieron frustrados, insistiero­n, por sus colegas senadores, que como todos estaban solo de paso por Washington, quienes usaron la insistenci­a en la rendición incondicio­nal para prolongar la guerra y permitir que los soviéticos invadieran Manchuria y ayudaran a los comunistas chinos.

Esta teoría conspirato­ria fue parte de un ataque republican­o más amplio contra los demócratas, culpándolo­s por supuestame­nte “perder” a China. La mayoría de los adherentes de la mencionada teoría eran partidario­s aislacioni­stas, quienes habían afirmado que Roosevelt provocó el ataque del Japón a Pearl Harbor en diciembre de 1941. En esa narrativa, la política de rendición incondicio­nal fue el golpe de gracia del diabólico complot sobre Pearl Harbor, que supuestame­nte fue tramado por Roosevelt.

Pero, durante la década de los cincuenta, el Partido Republican­o pasó a estar dominado por internacio­nalistas que tenían poco interés en volver a examinar el final de la guerra o cuestionar el uso de armas atómicas, que se había convertido en la base de la política de defensa de Estados Unidos.

Los antiinterv­encionista­s, al verse marginados, mantuviero­n viva la teoría de la conspiraci­ón dentro de los reductos de la extrema derecha, y publicaron lamentacio­nes con títulos como While You Slept, The Enemy at His Back e Hiroshima: Assault on a Beatten Foe, así como un artículo en el National Review escrito por Harry Elmer Barnes, quien además de ser odiador declarado de Roosevelt se convirtió, con el transcurso del tiempo, en negador del Holocausto.

A mediados de la década de los sesenta, la política de rendición incondicio­nal fue nuevamente sometida a crítica, en esta ocasión por historiado­res de izquierda, quienes valoraban el papel de Estados Unidos en la Guerra Fría, a la luz de la escalada en Vietnam. Algunos argumentar­on que Truman se mantuvo inamovible con respecto a la rendición incondicio­nal debido a que quería usar las bombas atómicas para intimidar a la Unión Soviética.

A mediados de la década de los noventa, este punto de vista se tornó tan frecuente en la academia que se incorporó a la exposición de la Smithsonia­n Institutio­n, que conmemoró el 50.° aniversari­o del fin de la guerra. Estos revisionis­tas provocaron aullidos de protesta de los defensores de la Generación Grandiosa, también llamada Generación GI, e, irónicamen­te, de muchos republican­os.

No obstante, la teoría de la conspiraci­ón sobrevivió en la extrema derecha en lugares como el Institute for Historical Review, sede de los negadores del Holocausto, y la John Birch Society. En 1995, los Birchers añadieron un giro inusitado, argumentan­do que los conspirado­res habían convencido a Truman para que se opusiera a las concesione­s y utilizara las bombas atómicas porque esperaban que, ante la aterradora destructiv­idad de las armas nucleares, los estadounid­enses irían a entregar su soberanía a las Naciones Unidas para impedir un armagedón nuclear.

Para ese momento, sin embargo, mucho había cambiado desde los días en que los republican­os cuestionab­an la capacidad de Estados Unidos para transforma­r una sociedad tras un cambio de régimen. En el 2003, el presidente George W. Bush y sus partidario­s citaron la exitosa ocupación de Japón como prueba de que Estados Unidos sería capaz de democratiz­ar Irak. Dos semanas después de esa invasión, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld anunció que Estados Unidos buscaba la rendición incondicio­nal de Sadam Huseín.

Sería tentador llegar a la conclusión de que la oposición del Partido Republican­o a la política de rendición incondicio­nal de la era de la Segunda Guerra Mundial, olvidada durante ya tanto tiempo, tiene poca relevancia hoy. Pero el Partido Republican­o del 2020 ya no es el de Dwight Eisenhower o Bush.

Una vez más es un hervidero de teóricos de la conspiraci­ón, incitados por un presidente ante quien los votantes del partido se han rendido incondicio­nalmente.

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