Teóricos de la conspiración del Partido Republicano
FILADELFIA– En el verano de 1945, la política de los Aliados respecto a exigir la rendición incondicional en la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un intenso debate en Estados Unidos. En cierto modo, ha permanecido así desde entonces, a la par de las actitudes cambiantes de los estadounidenses sobre la Guerra Fría y las intervenciones posteriores en Oriente Próximo.
De hecho, las propias posturas cambiantes del Partido Republicano sobre la rendición incondicional durante la Segunda Guerra Mundial ofrecen un atisbo revelador acerca de las divisiones internas y el carácter colectivo del partido.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la relación entre cálida y fría del Partido Republicano con la política de guerra del presidente Franklin D. Roosevelt reflejó una mezcla de una oposición fundamentada en principios, un oportunismo político y una falta de consenso interno.
Anunciada en enero de 1943, la política de rendición incondicional estaba destinada a ser controvertida, simplemente porque había sido concebida por Roosevelt. En su calidad de programa prototípico del New Deal, su objetivo fue nutrir una democracia de base económica amplia en sociedades que en el pasado habían ido en busca de conquista y subyugación.
Para los conservadores estadounidenses, este proyecto fue un ejemplo de ideología liberal frenética. Al ver pocas razones para extender el liberalismo al Japón imperial, exigieron cambios en la política tras la muerte de Roosevelt en abril de 1945 y la rendición de Alemania al mes siguiente. La mayoría de los republicanos, tanto los internacionalistas de la costa oriental como los aislacionistas de antes de la guerra, advirtieron que los esfuerzos por reformar la sociedad japonesa no podían tener éxito.
A finales de mayo, habían llegado a creer que una modificación pública de los objetivos de guerra estadounidenses induciría a la rendición de Japón. La “aclaración” más importante (el término preferido por los conservadores) fue asegurar a los japoneses que su emperador podría permanecer en el trono.
Se acababa el tiempo. Los
Los aislacionistas, los maniáticos y los fanáticos han estado esperando entre bastidores durante 80 años
rusos estaban listos para unirse a la guerra del Pacífico en agosto, y los desembarcos estadounidenses en Japón habían sido planificados para el mes de noviembre. Los conservadores tenían la esperanza de que una concesión sobre el asunto del emperador evitaría una ocupación soviética del noreste de Asia y ahorraría a los estadounidenses una costosa invasión.
El debate se intensificó, y republicanos de ambos campos presionaban al presidente estadounidense Harry Truman para que modificara la política de rendición incondicional. Pero Truman, impasible, se negó a ofrecer al emperador algún tipo de garantía. El 26 de julio, los Aliados advirtieron a los japoneses que se enfrentarían a una destrucción inminente y total si continuaban la guerra. Pero los japoneses no cedían.
El final llegó rápidamente. El 6 de agosto, la primera bomba atómica fue detonada sobre Hiroshima. El 8 de agosto los soviéticos declararon la guerra a Japón. Al día siguiente, un segundo dispositivo atómico mató instantáneamente a 39.000 habitantes de Nagasaki. El 14 de agosto Japón se rindió, sometiendo al emperador Hirohito y a su pueblo a la autoridad del comandante supremo de las Potencias Aliadas, el general estadounidense Douglas Macarthur.
Cinco días más tarde, el Chicago Tribune, megáfono de los antiintervencionistas republicanos, publicó un artículo de Walter Trohan, uno de sus reporteros, afirmando que en enero de 1945 Macarthur había enviado a Roosevelt un informe secreto que mostraba que los japoneses estaban dispuestos a rendirse.
El informe había desaparecido misteriosamente cuando llegó a Washington D. C., pero Trohan aseguró a los lectores que era genuino. Añadiendo más combustible a la hoguera, el ex presidente republicano Herbert Hoover, un ardiente partidario de la modificación, sostuvo que simpatizantes comunistas en el Departamento de Estado habían impedido que Truman dijera a los japoneses que podían conservar a su emperador.
En mayo de 1951, después de un período de calma de cinco años, esta línea de especulaciones recibió otro impulso durante una investigación del Senado sobre la destitución de Macarthur por parte de Truman. Usando lo que desde entonces se ha llegado a conocer como “hechos alternativos”, algunos senadores republicanos afirmaron que Hirohito había intentado rendirse a los Aliados ya en febrero de 1945, un mes después de la supuesta desaparición del informe de Macarthur.
Los esfuerzos de Hirohito se vieron frustrados, insistieron, por sus colegas senadores, que como todos estaban solo de paso por Washington, quienes usaron la insistencia en la rendición incondicional para prolongar la guerra y permitir que los soviéticos invadieran Manchuria y ayudaran a los comunistas chinos.
Esta teoría conspiratoria fue parte de un ataque republicano más amplio contra los demócratas, culpándolos por supuestamente “perder” a China. La mayoría de los adherentes de la mencionada teoría eran partidarios aislacionistas, quienes habían afirmado que Roosevelt provocó el ataque del Japón a Pearl Harbor en diciembre de 1941. En esa narrativa, la política de rendición incondicional fue el golpe de gracia del diabólico complot sobre Pearl Harbor, que supuestamente fue tramado por Roosevelt.
Pero, durante la década de los cincuenta, el Partido Republicano pasó a estar dominado por internacionalistas que tenían poco interés en volver a examinar el final de la guerra o cuestionar el uso de armas atómicas, que se había convertido en la base de la política de defensa de Estados Unidos.
Los antiintervencionistas, al verse marginados, mantuvieron viva la teoría de la conspiración dentro de los reductos de la extrema derecha, y publicaron lamentaciones con títulos como While You Slept, The Enemy at His Back e Hiroshima: Assault on a Beatten Foe, así como un artículo en el National Review escrito por Harry Elmer Barnes, quien además de ser odiador declarado de Roosevelt se convirtió, con el transcurso del tiempo, en negador del Holocausto.
A mediados de la década de los sesenta, la política de rendición incondicional fue nuevamente sometida a crítica, en esta ocasión por historiadores de izquierda, quienes valoraban el papel de Estados Unidos en la Guerra Fría, a la luz de la escalada en Vietnam. Algunos argumentaron que Truman se mantuvo inamovible con respecto a la rendición incondicional debido a que quería usar las bombas atómicas para intimidar a la Unión Soviética.
A mediados de la década de los noventa, este punto de vista se tornó tan frecuente en la academia que se incorporó a la exposición de la Smithsonian Institution, que conmemoró el 50.° aniversario del fin de la guerra. Estos revisionistas provocaron aullidos de protesta de los defensores de la Generación Grandiosa, también llamada Generación GI, e, irónicamente, de muchos republicanos.
No obstante, la teoría de la conspiración sobrevivió en la extrema derecha en lugares como el Institute for Historical Review, sede de los negadores del Holocausto, y la John Birch Society. En 1995, los Birchers añadieron un giro inusitado, argumentando que los conspiradores habían convencido a Truman para que se opusiera a las concesiones y utilizara las bombas atómicas porque esperaban que, ante la aterradora destructividad de las armas nucleares, los estadounidenses irían a entregar su soberanía a las Naciones Unidas para impedir un armagedón nuclear.
Para ese momento, sin embargo, mucho había cambiado desde los días en que los republicanos cuestionaban la capacidad de Estados Unidos para transformar una sociedad tras un cambio de régimen. En el 2003, el presidente George W. Bush y sus partidarios citaron la exitosa ocupación de Japón como prueba de que Estados Unidos sería capaz de democratizar Irak. Dos semanas después de esa invasión, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld anunció que Estados Unidos buscaba la rendición incondicional de Sadam Huseín.
Sería tentador llegar a la conclusión de que la oposición del Partido Republicano a la política de rendición incondicional de la era de la Segunda Guerra Mundial, olvidada durante ya tanto tiempo, tiene poca relevancia hoy. Pero el Partido Republicano del 2020 ya no es el de Dwight Eisenhower o Bush.
Una vez más es un hervidero de teóricos de la conspiración, incitados por un presidente ante quien los votantes del partido se han rendido incondicionalmente.