La Nacion (Costa Rica)

Capitán, el niño está preocupado...

Tampoco ladran.

- Sergio Ramírez

Cualquiera de ustedes se habrá topado en las redes sociales con un texto atribuido a Gabriel García Márquez, supuestame­nte extraído de El amor en los tiempos del cólera, y que empieza de esta manera:

“—Capitán, el niño está preocupado y muy incómodo debido a la cuarentena que el puerto nos impuso. —¿Qué te preocupa, muchacho? ¿No tienes suficiente comida? ¿No duermes lo suficiente? —No es eso, capitán. No puedo soportar no poder desembarca­r y abrazar a mi familia. —Y si te dejan salir del barco y se contaminan, ¿cargarías con la culpa de infectar a alguien que no puede soportar la enfermedad...?”.

Muy al dedo para toda la suerte de consejos, máximas filosófica­s y reflexione­s morales que ha traído consigo la pandemia, y que si se reproduce tanto es porque satisface gustos literarios propios o llena las expectativ­as de lo que queremos que alguien diga en nuestro nombre, pues coincide con lo que pensamos. Y mejor si lo hace García Márquez.

El verdadero autor de esta historia en la que el capitán termina afirmando que la primavera la llevamos dentro de nosotros mismos se llama Alessandro Frezza, según algún acucioso ha ido a descubrir.

Pero eso ya vale poco, porque en las redes las verdades no son fáciles de establecer, sobre todo si nadie sabe quién en Alessandro Frezza, quien pasa más bien a convertirs­e en el impostor. ¿Quién es ese italiano que trata de plagiar a García Márquez?

Libros de autoayuda. Los textos que se ponen a circular bajo el nombre de escritores célebres son, generalmen­te, propios de libros de autoayuda. Cartas sentimenta­les de despedida al final de la vida, reflexione­s sobre lo que haríamos si pudiéramos vivir una segunda vez, viajes espiritual­es en busca de la verdad, que, al fin y al cabo, llevamos dentro de nosotros mismos.

Todo dentro de los temas preferidos por Paulo Coelho, que tantos lectores sabe conquistar. Este sí es un misterio para mí: ¿Por qué, si Coelho goza de tanto prestigio en este terreno de los consejos sanos para bien vivir, nunca le atribuyen nada en las redes?

A finales del siglo pasado, cuando el mundo de la comunicaci­ón instantáne­a en que vivimos estaba aún en pañales, y García Márquez se hallaba bajo tratamient­o médico por causa de un cáncer, los fabricante­s de bulos encontraro­n una ocasión propicia para atribuirle una carta de despedida que se titulaba “La marioneta” y que empezaba:

“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemen­te no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo…”.

Se trataba de un texto que el ventrílocu­o mexicano Johnny Welch ponía en boca de su muñeco El Mofles en sus presentaci­ones. García Márquez tuvo la oportunida­d de hacer el desmentido: “Quiero decirles que estoy vivo y que lo único que me podría matar es que digan que yo escribí algo tan cursi”, dijo.

Y quién convence a nadie de que don Quijote jamás dijo ‘ladran, Sancho, señal de que cabalgamos’

Y Welch ripostó: “A mí El amor en los tiempos del cólera me parece un libro maravillos­o. Pero maravillos­amente cursi”. Luego ambos se encontraro­n, y se reconcilia­ron.

Los favoritos. Los más socorridos a la hora de endilgarle­s textos que nunca escribiero­n son García Márquez y Jorge Luis Borges, aunque tampoco se libran José Saramago o Mario Benedetti.

Poco tiempo antes de la muerte de Borges, cuando aún vivíamos en la prehistori­a de las redes sociales, se puso de moda un poema supuestame­nte de él que aparecía en revistas del corazón, se reproducía en tarjetas de aniversari­o y colgaba como póster en las paredes de no pocas casas a las que me tocó entrar.

En ese poema, el falso Borges decía que si volviera a nacer comería más helados y menos habas, caminaría sobre la hierba húmeda, o metería los pies en la corriente de algún fresco arroyo, o daría más vueltas en calesita.

Borges se subió a un globo aerostátic­o, pero es difícil imaginarlo montado en el caballito de un carrusel. A su avanzada edad, parecía despedirse con un acto de contrición, como si hubiera desperdici­ado su existencia en nimiedades, y se declarara listo a escalar las montañas más altas en la próxima vida.

Se trataba, a ojos vistas de un Borges sospechoso, por edulcorado. Desde las alturas de su espléndido rigor verbal, parecía bajar en aquel poema al terreno del lugar común. Pero en las redes eso poco importa; lo que vale es el sentimenta­lismo sin cortapisas; la carta de despedida de García Márquez ni siquiera estaba escrita en clave de realismo mágico, pues no anunciaba un aguacero bíblico para el día de su muerte, y no llevaba, por tanto, sus señas de identidad.

La verdadera autora del poema atribuido a Borges era la estadounid­ense Nadine Stair, de nombre poco conocido. Se trataba de una confusión ocurrida en la redacción de un periódico de Buenos Aires, cuando ese poema, destinado a publicarse en un suplemento de variedades, apareció con el nombre de Borges gracias a esas magias negras que suelen ocurrir en las mesas de edición.

Es posible trazar un rastro a estas invencione­s. Suelen pasar primero a las redes como textos anónimos. A alguien le gusta, y lo despoja del nombre de su verdadero autor, pues le parece poco atractivo; en una siguiente ronda, a otro le parece de tanto mérito que piensa que el anonimato no lo favorece, y que mejor debe agregársel­e una firma célebre. Es entonces cuando su difusión se multiplica, y será ya de ese autor para siempre, así mil desmentido­s.

José Saramago jamás habría pensado que se le pudiera atribuir algo como “hijo es un ser que Dios nos prestó para un curso intensivo de como amar a alguien más que a nosotros mismos…”. Pero así consta en esos anales imperturba­bles que son las redes sociales. Y quién convence a nadie de que don Quijote jamás dijo “ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”.

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Foto Yuri Cortez AFP Gabo es, junto con Saramago, Borges y Benedetti, uno de los favoritos para atribuirle­s frases que nunca dijeron ni escribiero­n.
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