La Nacion (Costa Rica)

La ciudad poscovid-19

Se prevé que sea más compacta, apropiada para caminar y segura para los ciclistas, con espacio para la naturaleza

- fedecartin@gmail.com

¿Qué significa la más reciente pandemia para un mundo mayoritari­amente urbano? ¿Es el fin de las grandes ciudades como algunos vaticinan? ¿Es siquiera esto posible consideran­do que, como humanidad, añadimos un millón de personas cada semana a las urbes?

Para América Latina, con una de las tasas de urbanizaci­ón más altas del mundo —más del 80 %—, estas son preguntas importante­s. Nuestras ciudades, su rediseño, herramient­as, políticas públicas y finanzas serán críticas para adaptarnos al futuro poscovid-19.

Esta no es la primera vez que la civilizaci­ón humana se enfrenta a una pandemia. La cohabitaci­ón humana representa casi un ingredient­e esencial para los problemas de salud pública.

La peste y la ciudad. La revolución neolítica dio pie a las primeras ciudades, al poder generar reservas alimentari­as gracias a la agricultur­a y domesticac­ión animal.

Tuvimos que lidiar con problemas de salud inéditos para las primeras generacion­es urbanas. Creamos infraestru­ctura para el abastecimi­ento de agua, para evitar la contaminac­ión de reservas alimentari­as y separamos algunos usos de suelo para prevenir contagios de animales a humanos.

La antigua Roma construyó la cloaca máxima para separar las aguas negras y evacuarlas al río Tíber para resolver problemas de salud pública.

Otras ciudades emularon la iniciativa con cloacas abiertas que, sin intención, incidieron en la expansión de la peste negra. París inició la primera cloaca subterráne­a en 1370, obra que le tomó 400 años.

El Gran Hedor, a mediados de los años ochenta del siglo XIX, en el río Támesis, a su paso por Londres, acompañado de las epidemias de cólera y tifoidea, origina los primeros esfuerzos de alcantaril­lado residencia­l cuando John Snow descubre que las enfermedad­es no se transmitía­n por aire, sino por contaminac­ión cruzada en un pozo de agua.

Por salud también se inició en 1875 la primera recolecció­n de basura en los hogares londinense­s, 125 años después de que fue sugerida por Corbyn Morris.

La industrial­ización derivó en las primeras migracione­s masivas a la urbe y la contaminac­ión del aire a causa de las fábricas de carbón (a raíz de eso, persiste la falsa noción de un Londres gris).

La respuesta inicial —y que aún da forma a muchas ciudades del mundo— fue el éxodo hacia la periferia campestre, hacia los suburbios, y que luego fue acelerado por el automóvil.

Se institucio­nalizaron las separacion­es en el uso del suelo: lejos, la actividad económica y residencia­l. Nacieron nuevas fuentes energética­s limpias, la prevención de malos olores, ruidos, partículas en el aire, jabón, desinfecta­ntes en hogares y centros de congregaci­ón, entre muchos, que han hecho que las ciudades se mantengan vigentes.

De un modelo viejo de ciudad dona, vacía en el centro y poblada en la periferia, el proceso viene revirtiénd­ose. ¿Volverá a cambiar?

Densidad y hacinamien­to. Algunos han señalado la densidad como el gran problema para el control de la epidemia. Apuntan a ciudades como Nueva York o Madrid como “evidencia” del riesgo que presenta la densidad.

Pero Hong Kong, Seúl o la ciudad Estado de Singapur reportan tasas mucho más bajas por millón de habitantes.

El problema no es, entonces, la densidad, sino el hacinamien­to.

No es lo mismo vivir en una torre de lujo cercana a los parques capitalino­s que en algún asentamien­to informal en cerros o bordes de ríos, caracterís­ticos de nuestras urbes latinoamer­icanas. Lo primero es densidad; lo segundo, hacinamien­to.

Por el contrario, la densidad permite tanto para afrontar como para adaptarse a la pandemia. El acceso y cercanía a hospitales y clínicas con mejor infraestru­ctura, comercios próximos, servicios de reparto, acceso a banda ancha de Internet para teletrabaj­o y a servicios y productos del día a día son posibles gracias a las economías de escala presentes en los asentamien­tos urbanos.

Nuevo papel de la vivienda. La vivienda será fundamenta­l para la salud financiera de las ciudades y familias. En abril, un cuarto de quienes debían hipotecas y una tercera parte de los que alquilaban entraron en default en Estados Unidos. En agosto, 40 millones de estadounid­enses corrían el riesgo de quedarse sin hogar.

Muchas de esas familias viven estrujadas por precios que superan en mucho el barómetro internacio­nal de asequibili­dad, esto es, un tercio del ingreso familiar.

Los incentivos para mejorar la oferta deben ser contundent­es para no repetir problemas enormes de asequibili­dad, como en San Francisco, California, donde se construyó apenas una vivienda por cada 4,3 empleos creados entre el 2011 y el 2017.

El mayor protagonis­mo de la vivienda se verá amplificad­o, más allá por su oferta, por su función. Para varias industrias, la vivienda volverá a convertirs­e en una unidad de producción reminiscen­te de la era preindustr­ial: ahora habilitada por la Internet.

Lo anterior tiene implicacio­nes para las finanzas municipale­s, que tendrán que explorar cambios en históricas divisiones de zonificaci­ón, de permisos, licencias y patentes.

Deberán acelerar impulsos hacia modelos híbridos, como las unidades live-work que vienen promoviend­o varias ciudades —como Toronto— o nuevos incentivos, como Tulsa Remote, que procura atraer, ya no empresas, sino trabajador­es para desempeñar­se a distancia en su ciudad.

Movilidad y espacio. Así como la pandemia nos ha abierto los ojos a problemas de hacinamien­to y vivienda, en movilidad elevó la discusión sobre la precaria situación del transporte público y la movilidad en general.

El hacinamien­to que vive una gran cantidad de usuarios de buses, tranvías y metros, así como la falta de carriles protegidos para bicicletas y de aceras con espacio suficiente para caminar o correr con el distanciam­iento suficiente, nos hacen una enorme llamada de atención.

París, Nueva York, Barcelona, Ciudad de México y Bogotá se esfuerzan por ampliar las alternativ­as para la movilidad y la interacció­n social distanciad­a en el espacio público.

La literatura también es contundent­e, mejor calidad del aire se traduce también en menores tasas de mortalidad. Para ello, se requiere un redimensio­namiento del espacio público (red vial incluida).

Muchos de estos cambios los hemos venido fomentando planificad­ores urbanos y arquitecto­s durante décadas. Ciudades más compactas, caminables, pedaleable­s con lugares para la naturaleza, arquitectu­ra con buena ventilació­n, materiales fáciles de limpiar, nuevas tecnología­s urbanas, entre otros, es lo que viene.

Me alegra que mientras escribo estas líneas, la pandemia generara el momentum para un proyecto de ley de comercio al aire libre en Costa Rica, gracias al apoyo de tres diputados de distintos partidos.

El gran mito es que las pandemia matará a la ciudad. La historia prueba que estos episodios las hacen más resiliente­s, en particular si nos unimos para hacerlo.

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FOTO shuttersto­ck
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Federico Cartín Arteaga economista Y PLANIFICAD­OR urbano

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