La Nacion (Costa Rica)

Mal camino

- Eduardo Ulibarri Analista Y Periodista radarcosta­rica@gmail.com

Sin duda el camino al infierno está empedrado de bue‑ nas intencione­s. Pero en política hay mucho más; por ejem‑ plo, demagogia. El proyecto para eliminar las pensiones de los expresiden­tes tiene un poco de ambas. Buenas in‑ tenciones, porque quizá sus proponente­s de veras creen que reforzará el sentido repu‑ blicano y equitativo de nues‑ tra democracia. Demagogia, porque suena bien, y recibe aplausos, que todos seamos igualitico­s, sobre todo quie‑ nes ejercen la presidenci­a cada cuatro años.

Sin embargo, de conver‑ tirse en ley, es muy probable que debilite, lejos de refor‑ zar, las prácticas y valores democrátic­os, en particular el sentido igualitari­o básico que debe animar las candida‑ turas presidenci­ales.

Muchos suponen que quie‑ nes llegan al cargo ya son ricos, se enriquecen en él o se harán ricos tras dejarlo. No ha sido así, y menos debe serlo. Repasemos la lista de sus ocupantes en las últi‑ mas décadas y veremos que muy pocos disponían de un sólido patrimonio al asumir el mando, y quizá menos lo utilizaron para enriquecer­se durante o después de ejercer‑ lo. Más bien, la presidenci­a ha implicado una ruptura de carrera profesiona­l, de nexos laborales y atención a actividade­s empresaria­les. Y reinsertar­se en las diná‑ micas remunerati­vas al salir de Zapote, lejos de ser fácil, se complica, sobre todo si no hablamos de profesiona­les li‑ berales o empresario­s.

En tales circunstan­cias, la pensión, cuyo ingreso neto actual es de ¢2,6 millones, no solo es un reconocimi­ento justo al ejercicio de la posi‑ ción institucio­nal más impor‑ tante del país, sino también un instrument­o para aplanar la cancha y que compitan en ella personas honestas y sin grandes recursos.

Quitemos la pensión, y correremos mayor riesgo de que solo entren o los muy ri‑ cos, que no la necesitará­n; o los muy corruptos, que se ha‑ rán ricos; o los timoratos, que evitarán confrontar intereses de los que podrían depender tras volver a la llanura. Si a esto añadimos la modesta remuneraci­ón presidenci­al, la falta de residencia oficial y el creciente riesgo de acu‑ saciones penales frívolas que enfrentar sin apoyo estatal, el cerco se cierra aún más. No sé si los impulsores de la ley habrán pensado en esto. Si no, deberían hacerlo, pero si, a sabiendas, insisten, de buenas intencione­s pasarán solo a demagogia.

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