La Nacion (Costa Rica)

Los trucos sucios de Trump

- Mark Leonard MARK LEONARD: es director del consejo europeo de relaciones exteriores. © Project syndicate 1995–2020

BERLÍN– A medida que se acerca noviembre, me siento cada más nervioso sobre el resultado de las próximas presidenci­ales en los Estados Unidos.

Mientras mis amigos estadounid­enses bromean sobre la delantera que le lleva Joe Biden al actual presidente, Donald Trump, en las encuestas de opinión, sustentánd­ose en la firme creencia de la capacidad de autorrenov­ación de la democracia de su país, siento preocupaci­ón como ciudadano británico y director de un centro de estudios.

Como británico, recuerdo haber visto una delantera de 20 puntos en las encuestas

por la opción Remain (Quedarse) en el referendo del brexit antes de que triunfara

el Leave (Salir) hace cuatro años.

Como director de un centro de estudios, colaboro estrechame­nte con académicos que investigan las maneras en que los líderes autoritari­os manipulan los sistemas democrátic­os para mantenerse en el poder, como ha ocurrido en Turquía, Rusia, Hungría y Polonia.

De hecho, suele parecer como si Trump estudiara más en detalle que nadie la táctica de otros aspirantes a hombres fuertes. Basándome en conversaci­ones recientes que he tenido con expertos en estos países, he compilado el siguiente catálogo de trucos socios a los que Trump parece estar recurriend­o.

El primero es la demonizaci­ón de la historia. Los líderes populistas promueven sus plataforma­s políticas mediante la polarizaci­ón y la división social.

No les importa alejar e insultar a algunos votantes si con ello energizan a su propia base. Al mostrarse como los campeones de la grandeza nacional, quieren determinar quién cuenta como ciudadano auténtico y quién no. Esta práctica inevitable­mente trae la historia al primer plano.

Sea al presidente ruso, Vladimir Putin, invocando la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial; el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, recurriend­o al Imperio otomano; el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, obsesionán­dose con el Tratado de Trianón o el primer ministro británico, Boris Johnson, añorando la pax

britannica, cada líder toma partido en una narrativa histórica altamente divisiva.

Otro enfoque relacionad­o podría llamarse la política de la posverdad. Estos líderes prefieren comunicars­e directamen­te con los votantes mediante videos profesiona­les de propaganda y las redes sociales, ya que así pueden evitar hechos inconvenie­ntes que los expertos puedan plantear.

En este ecosistema mediático, la comprobaci­ón de hechos no tiene mucha demanda, ya que la gente que tiene que conocerla no está dispuesta a escuchar o se niega a creer cualquier cosa que digan los medios “liberales”.

En muchas democracia­s, las noticias falsas son hoy más comunes a escala local, donde los operadores políticos han llenado el vacío dejado por el declive de las administra­ciones tradiciona­les de las ciudades y regiones.

Una tercera táctica es enfrentars­e a su propio gobierno. Se dice que el término estado profundo se originó en Turquía en los años noventa, pero hoy figura de manera prominente en los discursos de Trump, Orbán, Erdogan, Johnson y el gobernante polaco de facto Jaroslaw Kaczynski. Al culpar personajes sin rostro y sospechosa­s camarillas que operan en las sombras, todos estos líderes tienen una excusa lista para cualquiera de sus fallos.

Un cuarto elemento es la supresión de votos. Como los constantes intentos de Erdogan de desempoder­ar a los votantes kurdos, Trump y el Partido Republican­o están desesperad­os por privar del derecho a voto a los afroameric­anos. Para un potencial hombre fuerte que ya está en el poder, la necesidad de inclinar las bazas electorale­s abre la puerta a todo tipo de ataques a los procesos democrátic­os.

Así, antes de las elecciones generales de Polonia, el gobernante Partido por la Ley y la Justicia (PIS) intentó limitar los votos por correo, transfirie­ndo en la práctica el control de las elecciones desde la independie­nte Comisión Electoral Nacional al servicio postal, controlado por el PIS.

Si bien este plan acabó encontrand­o resistenci­as, mostró que hay incontable­s maneras para que los autoritari­os interfiera­n o subviertan el proceso. No es de sorprender el que el voto por correo y la politizaci­ón del Servicio Postal de EE. UU. también se hayan vuelto temas relevantes en las elecciones estadounid­enses.

Otro artificio relacionad­o es la tecnología política, término para los trucos sucios relacionad­os comúnmente con la política postsoviét­ica, entre ellos el respaldo encubierto de Rusia a candidatos de terceros partidos como Jill Stein en las elecciones presidenci­ales del 2016; el kompromat, o material compromete­dor (un ejemplo es la búsqueda de informació­n perjudicia­l para Biden en Ucrania); y sencillame­nte declarar la victoria antes del recuento final. En el caso de los Estados Unidos, si Trump declara la victoria antes de que hayan llegado todos los votos por correo postal, las legislatur­as controlada­s por los republican­os en estados clave podrían poner fin al recuento de manera temprana para asegurar ese resultado.

Si un gobernante autoritari­o en el poder lo desea, también puede incurrir en varias formas de guerrilla legal, utilizando las fuerzas policiales o tribunales obedientes para facilitar la manipulaci­ón de distritos electorale­s (conocida como gerrymande­ring), la supresión del voto, encubrimie­ntos y otras violacione­s al proceso democrátic­o. A este respecto, una de las mayores ventajas es la capacidad de controlar el momento justo de los acontecimi­entos o divulgar informació­n que sea perjudicia­l políticame­nte.

Muchos creen todavía que el anuncio del entonces director del FBI James Comey de una nueva investigac­ión a Hillary Clinton a días de las elecciones del 2016 fue un factor que benefició a Trump. Hoy el Departamen­to de Justicia está dirigido por el fiscal general William Barr, alguien que no ha dudado en politizar a favor de Trump agencias legales supuestame­nte independie­ntes.

Otra táctica autoritari­a común es jugar la carta de la ley

y el orden. Al calificar las protestas del movimiento Black Lives Matter de erupción de violentos saqueos “urbanos”, Trump repite la estrategia racial empleada por todos los ex presidente­s republican­os desde Richard Nixon, y utilizada más recienteme­nte por Erdogan durante las protestas del parque Gezi en el 2013.

El problema para los demócratas estadounid­enses, y los del resto del mundo, es que todas estas técnicas tienden a funcionar mejor mientras más se utilicen. La comprobaci­ón de los hechos para las noticias falsas puede, sin advertirlo, propagar más aún la desinforma­ción.

Las advertenci­as sobre supresión del voto pueden convertirs­e en profecías autocumpli­das si suficiente­s personas llegan a la conclusión de que no merece la pena participar. Denunciar las violacione­s por la vía judicial crea la impresión de un golpe mortal a la democracia.

Para evitar estos efectos, el proyecto de corromper la democracia se debe identifica­r, denominar y analizar a través un nuevo ángulo. Hay una enorme diferencia entre el subterfugi­o político arriba descrito y la burda falsificac­ión de los resultados electorale­s, como ocurrió el mes pasado en Bielorrusi­a.

Nicu Popescu, ex ministro moldavo de Exteriores que se encuentra en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, plantea que la autocracia no es el término adecuado para describir el fenómeno, sino más bien la “degradació­n, corrosión y debilitami­ento de la democracia”.

En cualquier caso, si Trump fuera el presidente de Moldavia, cabría suponer que la Unión Europea estaría denunciand­o sus trucos sucios. Puede afirmarse casi con total seguridad que toda otra crítica desde el exterior sería contraprod­ucente. Pero puede ayudar a poner la actual experienci­a estadounid­ense en un contexto más amplio, de manera que las fuerzas democrátic­as puedan ver a Trump con mayor claridad.

A fin de cuentas, la única manera de derrotar a Trump es por la vía política. La tarea para los demócratas es recordar a los estadounid­enses para qué sirve la democracia y, cabe esperar, contrarres­tar con eficacia las tácticas de Trump.

Al igual que otros líderes autoritari­os, Trump está desplegand­o una nueva política antidemocr­ática que aún no se ha comprendid­o por completo

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