La Nacion (Costa Rica)

El multilater­alismo sobrevivir­á a la gran fractura

Aunque China y EE. UU. son rivales, cada uno depende de los mercados, las finanzas y la innovación globales, y necesitan atraer a otros países para sostener su propio poder

- Ngaire Woods Profesora EN LA UNIVERSIDA­D de oxford

OXFORD– En la reciente inauguraci­ón de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el secretario general, António Guterres, advirtió de que Estados Unidos y China podrían “dividir el planeta” en bloques financiero­s y comerciale­s separados, con capacidade­s divergente­s de Internet e inteligenc­ia artificial.

Más aún, señaló que una “gran fractura” entre las dos mayores economías del mundo podría convertirs­e en una división geoestraté­gica y militar.

Las crecientes tensiones chino-estadounid­enses son alarmantes, en efecto. El presidente estadounid­ense Donald Trump se retiró de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) tras haberla acusado de ser demasiado blanda con China.

En la práctica, esto significa privar a la OMS de su mayor fuente de aportes financiero­s. Estados Unidos, además, tiene paralizado el sistema de solución de controvers­ias de la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC) al vetar el nombramien­to de nuevos jueces a su órgano de apelacione­s.

Sin embargo, y por fortuna, tres formas de multilater­alismo servirán de contención del riesgo de una gran fractura entre superpoten­cias.

Primero, las organizaci­ones multilater­ales están en un proceso de cambio, no de colapso. China no busca destruir las institucio­nes internacio­nales y lideradas por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.

Al contrario, su intención es aumentar su influencia dentro de estas organizaci­ones, no en menor medida porque está prosperand­o dentro del sistema que ellas sostienen.

Tras el anuncio estadounid­ense de su inminente abandono de la OMS, China se comprometi­ó a donar $2.000 millones a lo largo de dos años para ayudarla a luchar contra la pandemia de covid-19. Y después de que Estados Unidos intentó impedir el funcionami­ento del órgano de apelacione­s de la OMC, China hizo circular una propuesta de reforma para fortalecer la organizaci­ón.

En la ONU, China se ha convertido en el segundo mayor contribuye­nte al presupuest­o general y al presupuest­o de las fuerzas de paz.

Hoy cuatro de las 15 agencias especializ­adas de la ONU son encabezada­s por funcionari­os chinos. Y en el Fondo Monetario Internacio­nal y el Banco Mundial, China es ahora el tercer Estado miembro más poderoso, con su propio asiento en la Junta Ejecutiva y un funcionari­o chino en el equipo de administra­ción superior.

Así, estamos ante una competenci­a entre dos superpoten­cias económicas por puestos en las agencias que fijan y monitorean las reglas globales.

Mientras China, que entra al ruedo, usa zanahorias para hacer avanzar su posición, Estados Unidos usa palos (no por primera vez) en forma de amenazas de abandono y desfinanci­ación.

Para otros países, la clave será la calidad del liderazgo de estas organizaci­ones internacio­nales, como fue el caso durante la Guerra Fría, cuando Estados Unidos tenía el predominio en ellas.

En esa época, por ejemplo, el secretario general de la ONU Dag Hammarskjö­ld eludió con pulcritud el punto muerto entre Estados Unidos y la Unión Soviética al introducir las fuerzas de paz internacio­nales supervisad­as por las Naciones Unidas.

Otro ejemplo es cuando el presidente del Banco Mundial Robert Mcnamara utilizó su autoridad y mandato para ampliar la cantidad de miembros y las actividade­s de su entidad.

Para contrarres­tar la gran fractura se precisarán líderes que movilicen coalicione­s de países distintos de China o Estados Unidos, que planteen una visión diferente a la de un miembro predominan­te, así como aprovechar al máximo la influencia de los recursos, personal y políticas de sus organizaci­ones.

Sin líderes así, es fácil prever que los vetos de las superpoten­cias rivales paralizará­n las organizaci­ones internacio­nales o las marginen.

Serán considerac­iones vitales a la hora de escoger al nuevo director general de la OMC, que suceda a Roberto Azevedo, quien renunció un año antes del término de su mandato.

Una segunda razón para pensar que el multilater­alismo sobrevivir­á es que, al igual que Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría, tanto China como Estados Unidos están usando acuerdos multilater­ales para afianzar las relaciones con sus respectivo­s aliados.

Cada superpoten­cia usa institucio­nes en las que tiene predominio, como el Banco de Desarrollo Interameri­cano (BID), con sede en Washington (donde los estadounid­enses tienen un 30 % del poder de voto y China, apenas un 0,004 %) y el Banco Asiático de Inversión en Infraestru­ctura, donde China posee el 29 % del poder de voto y Estados Unidos no es miembro.

Los realistas clásicos podrían argumentar que una política de equilibrio de poder como esta necesariam­ente sacrifica la soberanía de los Estados más pequeños, ya que las superpoten­cias los obligan a unirse a sus alianzas para luchar contra la amenaza existencia­l que significa su rival.

Pero la historia de la Guerra Fría demuestra que las institucio­nes formales dentro de la esfera de cada superpoten­cia dan a los Estados pequeños un grado de influencia sobre las reglas, moderando con ello la competenci­a entre las superpoten­cias.

Por ejemplo, el tradiciona­l dominio estadounid­ense en el FMI hizo que las prácticas y políticas estuvieran estrechame­nte alineadas con sus prioridade­s de seguridad nacional; sin embargo, el poder formal e informal de toma de decisiones y determinac­ión de la agenda del FMI en la década de los ochenta abrió oportunida­des para que los Estados europeos y de otros continente­s influyeran en las reglas.

De manera similar, el multilater­alismo dentro de las alianzas lideradas por Estados Unidos y China podría moderar su actual rivalidad.

La tercera forma de multilater­alismo que mitiga los riesgos de la rivalidad chino-estadounid­ense recuerda al Concierto de Europa de principios del siglo XIX, por el cual las grandes potencias de la época buscaban solucionar asuntos de interés mutuo mediante consultas multilater­ales. Su efectivida­d recaía en el interés mutuo de sus miembros en preservar el statu quo.

Hoy los líderes de las mayores economías del mundo tienen un interés común similar en impedir que la pandemia o una crisis financiera global generen perturbaci­ones serias al statu quo internacio­nal.

En su cumbre de abril, los líderes del G20, que ya funciona como un comité de gestión de la crisis, se comprometi­eron colectivam­ente no solo a usar las institucio­nes internacio­nales formales para enfrentar la crisis de la covid-19, sino también a coordinar parte de sus respuestas fiscales y monetarias, y avanzar en la resolución de controvers­ias comerciale­s. Se volverán a reunir en noviembre para evaluar posibles medidas adicionale­s.

Si bien China y los Estados Unidos son rivales estratégic­os, cada uno depende de los mercados, las finanzas y la innovación globales, y necesitan atraer a otros países y regiones para apuntalar su propio poder.

Por esta razón, ambas utilizarán el multilater­alismo, tanto el formal como el informal, para proteger el sistema en el que han prosperado y afianzar las alianzas con las que pretenden trazar su rumbo futuro.

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