La Nacion (Costa Rica)

Justos pagan por pecadores

- Francisco Barrientos Profesor de Matemática­s barrientos_francisco@hotmail.com

Mi abuela decía que en la vida era bueno ser confiado, pero que era mucho mejor ser desconfiad­o. Pensar en la humanidad como un remanso de individuos bienintenc­ionados es tan ilusorio e ingenuo como decir que los negacionis­tas del Holocausto nazi son todos miembros colaborado­res de las Obras del Espíritu Santo.

Digo esto porque en nuestro pequeño país pareciera que la secta de los hijos de Caín vendió algunas franquicia­s. ¡Basta con mirar las redes sociales para cerciorars­e de que el cainismo es hoy religión de no pocos!

Una de las consecuenc­ias de esta situación lamentable es el florecimie­nto de cierta matonería vulgar como forma de discurso.

Pareciera que estamos convencido­s de que la insolencia es una actitud crítica, valiente e ilustrada. El ajuste de cuentas es nuestro modus operandi. ¡Yo me quedo tuerto, pero vos te quedás ciego!

En nuestro terruño, en los distintos foros de discusión política, todos los días somos testigos de disputas viscerales en torno al enorme dilema sobre quién debe pagar los platos rotos de este malogrado y maltratado Estado costarrice­nse.

“Deben pagar los que más tienen”, exigen con resentimie­nto algunos. “Se debe exonerar y subsidiar a los indefensos del capitalism­o”, vociferan otros gremios con un tufillo de beatitud. “Los privilegio­s de los funcionari­os y pensionado­s conculcan la ley”, apuntalan los representa­ntes de los sectores empresaria­les.

Eliminar las etiquetas. Sin embargo, entre todo ese barullo, percibo con desasosieg­o un plano complicado de definicion­es e inexactitu­des. También, salta a la vista una interrogan­te inquietant­e: ¿Qué es lo que realmente estamos pretendien­do hacer: gravar la riqueza en sí misma o penalizar las conductas tributaria­s deshonesta­s?

Para aventurarn­os a una posible respuesta, primero, propongo yo, debemos abandonar el nefasto hábito de etiquetar a los grupos o personas.

Es desproporc­ionada y demagógica­mente populista la idea de que todos los ricos de este país son sibaritas y delincuent­es fiscales per se; eso es tan ridículo y risible como sostener que todos los menesteros­os son honrados y trabajan con denuedo.

También, considero injusta la imagen tan difundida y prefabrica­da de que todo trabajador público o pensionado es un gánster.

Segundo, debemos concebir el tributo o carga impositiva como un gesto de solidarida­d de los individuos para con sus vecinos, cuyo pleno administra­dor es el Estado.

Debemos abandonar el nefasto hábito de etiquetar a los grupos o personas

De esta forma, se promueven la convivenci­a pacífica, la cohesión social y el cumplimien­to del contrato social acordado en las leyes. Así, por lo menos en teoría, todos deberíamos salir ganando.

Génesis oscura. Pero no seamos ingenuos, la realidad es otra. Históricam­ente el resquebraj­amiento del contrato social, del acuerdo político nacional, tiene una génesis oscura, maquillada bajo cierta discusión que pretende ser públicamen­te maniquea en sus formas.

La realidad es que grupos de interés se han repartido a sus anchas recursos y bienes que no les correspond­en. Lo cierto es que en todos los estratos de la sociedad individuos concretos han burlado y ajustado las leyes en procura de su beneficio personal y el de los suyos.

En este sentido, algunos “hijos pródigos” buscan que papá Estado se haga cargo de sus desdichas, aduciendo que, por no haber nacido en cuna noble, iniciaron con desventaja la carrera.

En estas condicione­s, esperan el regalo, pues la sociedad no tiene el derecho y, por ende, ellos no tienen la obligación de verse exigidos a nada más.

Por otro lado, algunos acaudalado­s han urdido planes macabros para eximirse del pago de tributos, aduciendo que es “botar el dinero” en manos de irresponsa­bles y burócratas vividores, cuando en realidad es su avaricia, su hedonismo y soberbia lo que los gobierna.

Ambas posiciones son insostenib­les por el simple hecho de que ejercen presiones económicas que desequilib­ran la sociedad entera.

Dichas presiones son ejercidas especialme­nte sobre quienes sí han cumplido a cabalidad sus responsabi­lidades fiscales y obligacion­es laborales. De ahí, que justos paguen por pecadores.

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