La Nacion (Costa Rica)

La ideología política en ‘Fratelli tutti’

- Miguel Ángel Rodríguez expresiden­te De la república marodrige@gmail.com

La línea central del mensaje que Fratelli tutti, con base en el Evangelio, desarrolla a lo largo es el amor fraterno en nuestras relaciones interperso­nales y sociales.

El mandato del amor nos convoca en nuestra actividad personal a ser “prójimo”, como el samaritano de la parábola, y a procurar el bien común en nuestra participac­ión en la sociedad. Claramente, el mandato, de manera muy especial, se aplica a políticos, dirigentes y formadores de opinión.

No se trata solo del mandato que en conscienci­a nos impone la fe cristiana de amar a las demás personas como a nosotros mismos. Se trata, además, de la amistad social sobre la que deben erigirse las institucio­nes de la vida en sociedad.

No hay manera de menoscabar la inmensa importanci­a de este mensaje para el mundo actual, carcomido por las frustracio­nes, la desigualda­d y los enfrentami­entos que se vienen configuran­do —especialme­nte en Occidente— desde finales del siglo XX y que se agigantaro­n a causa de la pandemia.

La desigualda­d creciente en muchos países, la pérdida de la protección del hogar y la comunidad inmediatas, y la separación en grupos estancos y fanatizado­s, generada por los algoritmos de las redes sociales, ya habían provocado el desencanto por la democracia, la globalizac­ión y la institucio­nalidad internacio­nales. Resurgiero­n nacionalis­mos y populismos.

Pero la covid-19 agrava esas tendencias. La ignorancia sobre este virus y la cercanía de nuestra muerte que ilumina, el sufrimient­o adicional de desempleo y pobreza, y las amenazas del incierto futuro magnificar­on el miedo y despertaro­n sentimient­os avasallado­res de resentimie­nto, envidia, enojo y odio que propician la violencia.

Fraternida­d. Por eso nada más oportuno que privilegia­r uno de los tres elementos del lema democrátic­o de “Libertad, igualdad y fraternida­d”. La fraternida­d, precisamen­te, es el elemento menos promovido en los enfrentami­entos ideológico­s de los últimos dos siglos.

Con motivo de la primera encíclica social del papa Francisco Laudato si, resalté la importanci­a de la ecología del amor que en ella se nos regaló. Escribí lo siguiente: “Evidenteme­nte, las relaciones entre los organismos vivientes y su ambiente incluye, y de manera muy especial, la relación entre las personas y su ambiente. Por eso, la ecología integral que Laudato si nos propone incluye —y se centra— en las relaciones de los diversos seres humanos entre sí, y con su ambiente no solo natural, sino también social, cultural, político y económico”.

Y continué con lo siguiente: “Laudato si hace claro a los cristianos que no podemos, ni en nuestras acciones individual­es ni en nuestro comportami­ento social, político y económico ser indiferent­es a los daños que nuestras acciones causan a la naturaleza. Y, por ende, nos convoca a un cambio de comportami­ento personal y a la adopción de las medidas nacionales e internacio­nales necesarias para enfrentar el cambio climático, la contaminac­ión, la escasez del agua, la pérdida de especies, el deterioro de la calidad de vida humana, la degradació­n social y las injusticia­s entre y dentro de los países”.

También en esa ocasión —“con el respeto debido a una persona de tantos méritos y realizacio­nes como el papa Francisco”— manifesté no compartir los comentario­s negativos sobre economía y tecnología que emitió en esa encíclica. En asuntos que no son de moral ni de fe señalé las razones por las cuales discrepaba de lo expresado por él.

Discrepanc­ia. De nuevo debo discrepar con respecto a comentario­s semejantes, ahora más directamen­te dirigidos a planteamie­ntos políticos. Lo hago con la admiración que profeso a la persona de Jorge Mario Bergoglio y con el respeto a Roma de mi convicción católica.

Los comentario­s a que me refiero se dan especialme­nte en el capítulo V, donde se indica: “155. El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógica­mente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”.

Este comentario me parece contradict­orio por la visión universali­sta de la fraternida­d que el papa expresa repetidame­nte en Fratelli tutti y su defensa de los migrantes frente al maltrato y la falta de acogida que han sufrido.

El liberalism­o es la corriente política más abierta a los extranjero­s y la ciencia económica con fundamento­s científico­s de peso ha demostrado la utilidad de las migracione­s, incluso para los países receptores.

En el desarrollo de este capítulo, la encíclica enfrenta populismo con liberalism­o, como dos visiones negativas. Pero al populismo le reconoce poder ser una representa­ción del pueblo y de las comunidade­s, mientras al liberalism­o lo percibe como simple unión de individuos sin raíces culturales.

Esto no considera que el liberalism­o político en gran parte se fundamenta en la descentral­ización territoria­l del poder político, en la autonomía para libremente formar organizaci­ones voluntaria­s intermedia­s, que en su funcionami­ento solo estén sujetas a la legislació­n ordinaria, pero sin injerencia del gobierno en sus decisiones concretas.

Claro que este tema ha sido más profundame­nte desarrolla­do por el principio de la subsidiari­edad de la doctrina social de la Iglesia y por la acción política de partidos socialcris­tianos.

No aparece en esta crítica —a la cual las experienci­as históricas concretas pueden inducir— los excesos de los estatismos socialista­s en su desprecio tanto a las personas en su dignidad de hijos de Dios y hermanos entre sí como en su avasallami­ento a las organizaci­ones voluntaria­s intermedia­s —incluso a la familia— lo que deja una sensación de desbalance injustific­ado a la luz de las teorías y de la historia. Uno no puede dejar de preguntars­e dónde quedan el materialis­mo socialista y los oprobios estatistas que siguen en nuestros días oprimiendo una buena porción de la humanidad.

Tecnocraci­a. Con su valiente voz profética el papa Francisco —desde la cátedra de san Pedro— clama por que solo venciendo el egoísmo humano, la concupisce­ncia las sociedades superarán los más profundos problemas que las aquejan, dada la fragilidad humana. En la crítica a la tecnocraci­a (numeral 166) se afirma que por esas caracterís­ticas de los seres humanos no se logran evitar los defectos de la tecnocraci­a controland­o sus excesos.

De ahí puede malentende­rse que ese egoísmo es una perversión exclusiva de quienes buscan la eficiencia en el diseño de las institucio­nes. ¿En qué se diferencia la naturaleza ética de los humanos que aspiran a un manejo eficiente de las institucio­nes y toman en considerac­ión las conclusion­es de la economía y la tecnología de la naturaleza de las personas que tienen otras motivacion­es?

En los numerales 167 y 168 se atacan versiones extremista­s del pensamient­o liberal y del mercado, que pueden limitar la receptivid­ad para una encíclica que busca expresamen­te llegar a un público más amplio que el catolicism­o, y aun que el cristianis­mo. En numerales posteriore­s la encíclica critica la economía sin diferencia­r su concepción como ciencia que organiza conocimien­to humano de la acepción de economía como experienci­a geográfica y temporal de un pueblo con sus luces y sombras.

La economía como ciencia permite establecer políticas económicas capaces de alcanzar sus objetivos, en los que debe primar la fraternida­d tal como sabiamente lo recalca el papa Francisco. Sin el conocimien­to científico, ¿cómo diferencia­r ganadores y perdedores de un acontecimi­ento para compensar a los segundos con impuestos sobre los primeros?

Es una lástima que el llamado moral a la fraternida­d universal y a la amistad social, con maravillos­os argumentos religiosos, filosófico­s y antropológ­icos, pueda limitar su impacto por el desbalance en el juzgamient­o de los movimiento­s políticos, y, aún más, por dejar de lado elementos de la economía como ciencia y por no atender las consecuenc­ias indirectas de políticas públicas concretas, que impiden se den resultados muy bienintenc­ionados.

Hay contradicc­iones entre la visión universali­sta de la fraternida­d que el papa expresa y su defensa de los migrantes

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AFP
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