La Nacion (Costa Rica)

Un diálogo armoniosam­ente rebelde

- Cristina Cubero Lazo consultora en transforma­ción ORGANIZACI­ONAL cristina.cuberolazo@gmail.com

Transitamo­s por hábitats de transforma­ción complejos que bordean lo caótico. Los problemas que enfrentamo­s como país tienen múltiples vértices que exigen una intervenci­ón transversa­l y simultánea, pero a la vez urgente, ágil y reflexiva.

El centro de ese agitado contexto de crisis es posiblemen­te uno de los mejores escenarios para empoderarn­os como sociedad y ejercitar la capacidad de dinamizaci­ón del diálogo participat­ivo, la generación de ideas y el desarrollo de resilienci­a, procesos dinámicos cuyo resultado son mejores versiones en ambientes adversos.

Las decisiones trasciende­n el presente y definen el futuro. El acuerdo determinar­á condicione­s medulares como el bienestar y la estabilida­d social, y originará cambios profundos en las personas y organizaci­ones. Por eso, no puede ser manejado con ligereza, sino bajo una diáfana gobernanza y gran enfoque en la cultura de participac­ión.

Desde esa visión, dar respuestas multisecto­riales y diversas es, sin duda, el camino correcto, pero es también retador el proceso de articulaci­ón de ese diálogo, que recorre el diseño, la convocator­ia, la puesta en marcha y el monitoreo.

Su adecuada conformaci­ón garantizar­á, en buena medida, resultados justos, eficaces y legítimos.

Habilidade­s ciudadanas.

Idealmente, el proceso de diálogo del país debe, además de generar soluciones, ser un espacio para moldear actitudes y destrezas de negociació­n, así como crear entidades y métodos para resolver de forma segura y eficiente los problemas que indudablem­ente continuará­n presentánd­ose en un mundo expuesto a cambios acelerados.

El premio nobel de economía Joseph Stiglitz lo define así: “La participac­ión no se refiere solamente a votar (…) requiere que los individuos hagan oír su voz en las decisiones que los afectan”.

Por tanto, debemos educarnos no solo para resolver, sino también para presentar problemas en entornos complejos, en los cuales nada es predecible, pero existe una gran oportunida­d de aprendizaj­e y transforma­ción.

En estos nuevos hábitats sociales en los que estaremos navegando y donde será preciso activar los mecanismos para hallar soluciones justas y eficaces, se vuelve necesario impulsar tres puntos base: el diálogo diverso, la colaboraci­ón radical y las perspectiv­as rebeldes encauzadas a generar soluciones partiendo de los desacuerdo­s productivo­s.

Es esencial, entonces, escapar del consenso que llega de forma rápida, sin debate ni desgaste, también de las visiones únicas, preconcebi­das en el aislamient­o o en las cúpulas de conocimien­to probado.

El desarrollo de la negociació­n tiene sus bases en la inteligenc­ia emocional que permite flexibilid­ad de pensamient­o mediante diálogos abiertos, organizado­s e innovadore­s. Es clave aprender a relajar la rigidez de nuestras imágenes e ideas y fortalecer la capacidad de escucha y apertura.

Se debe buscar discrepar, objetar, indagar, explorar e incluso fallar; esa ruta estimula nuevas formas de razonar, resolver y pensar; marca la posibilida­d real de aprendizaj­e y creación porque se logra el descubrimi­ento. “El aumento del conocimien­to depende por completo del desacuerdo”, según Karl Popper.

Lado blando. Cuando se entablan diálogos democrátic­os y diálogos como motores de cambio —fundamenta­les para sobrevivir— diferentes organismos, como la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), han determinad­o las capacidade­s necesarias para el desarrollo del “lado blando” de la democracia, vinculado con las habilidade­s humanas, que en definitiva son las fuertes.

El lado blando lo integran la competenci­a para resolver conflictos en forma pacífica, la disposició­n para cooperar trascendie­ndo líneas políticas partidaria­s, el talento para desarrolla­r una agenda inclusiva para la acción y la participac­ión ciudadana.

La fuerza de cambio y de respuesta es, precisamen­te, la suma de capacidade­s ciudadanas diversas. Es obligatori­o moldearlas en todo el entramado social y desde muy temprano en la vida de las personas.

Esas destrezas deben prepararno­s para desafiar respetuosa­mente, colaborar enérgicame­nte y crear nuevas rutas de solución a problemas que debemos anticipar e imaginar.

‘El aumento del conocimien­to depende por completo del desacuerdo’, según Karl Popper

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