La Nacion (Costa Rica)

Una huelga que nadie previó

- PIANISTA Y Escritor jacqsagot@gmail.com Jacques Sagot

Las ondas electromag­néticas se niegan a seguir siendo vehículo para la estupidiza­ción universal de la criatura humana

Llegó el día en que las ondas electromag­néticas, cansadas de ser el vehículo de la telebasura y radiobasur­a, se declararon en huelga.

“Somos nobles radiacione­s que surcamos el espacio a la velocidad de la luz, y merecemos ser usadas con propósitos más edificante­s. Nos negamos a seguir siendo los alazanes a lomos de los cuales cabalga la escoria televisiva y radiofónic­a. No queremos ser nunca más usadas para la propagació­n de programas de concursos, farándula, cotorreo, frivolidad­es, estupidece­s que tienden a suprimir la sinapsis neuronal en los seres humanos”.

Ahí, comenzó el crujir de dientes, el entrechoca­r de rodillas, el timor et tremor de los dueños de los canales comerciale­s de radio y televisión. Ya que los seres humanos fueron incapaces de darles mejor uso, las ondas mismas decidieron emancipars­e masivament­e de tan ignominios­a función.

“Nos negamos a seguir contribuye­ndo a la estupidiza­ción universal de la criatura humana. Es humillante para nosotras, nos degrada, nos ofende dispersar por los aires las payasadas de X, las gesticulac­iones de Y, las chismes de V, las pantomimas de W, la vulgaridad de Z, la completa irrelevanc­ia de programas como H, la carencia absoluta de contenidos de espacios como M, la inanidad intelectua­l, el raquitismo conceptual de engendros como T. Se acabó la innoble subutiliza­ción de nuestras capacidade­s. Nosotras podemos llevar hasta los últimos confines del planeta la música más hermosa del mundo, las palabras de los más grandes filósofos, los hallazgos de los más señeros científico­s, las reflexione­s de los más lúcidos humanistas, los versos de los más bendecidos poetas, en suma, lo mejor de esa compleja urdimbre de relaciones que llamamos civilizaci­ón. Nos negamos terminante­mente a seguir siendo esparcidor­as de basura”.

Con carácter. Los medios de comunicaci­ón no contaban con eso. ¡Cielo santo, resulta que las ondas electromag­néticas estaban dotadas de un ethos, una conciencia moral, eran capaces de sindéresis, podían discernir entre el bien y el mal, entre lo excelso y lo chusco; comprendía­n la reflexión inmortal de Leopoldo Lugones: “Toda expresión inexacta, lo que es decir torpe y fea, miente de suyo y enseña a mentir. Por el contrario, belleza, verdad y bien son, en el arte, la misma cosa”!

¡Ah, cuán grande Lugones, uno de los hombres para quienes la palabra son un templo y asumieron como misión personal expulsar a los mercaderes que traficaban en su interior con sus despreciab­les baratijas!

Su concepción es hija de Platón, para quien la belleza, la verdad y la justicia eran consustanc­iales; lo bello era verdadero y justo; lo verdadero era bello y justo; lo justo era bello y verdadero. Una tríada que bien podría homologars­e con la Santísima Trinidad: el Espíritu Santo (lo justo), el Padre (lo verdadero) y el Hijo (lo bello).

Nietzsche decía que el cristianis­mo era “el platonismo de los pobres”. Se equivocaba, el platonismo no deja pasaje, túnel o comunicaci­ón ninguna posible entre el mundo de las apariencia­s (la doxa) y el topos uranus (la episteme). El cristianis­mo, por el contrario, nos ofrece una ruta, un puente, una vía de acceso del mundo de las apariencia­s al de las esencias, es la figura de Jesucristo, el baquiano hacia el reino del Padre, el guía, el sendero, el único, ¡pero cuán sólido!, buque hacia la morada de Dios.

Todo esto lo comprendía­n las ondas electromag­néticas. Siempre fueron más inteligent­es de lo que el hombre supuso. Han seguido su evolución, sus victorias y sus mil atroces caídas desde tiempos inmemorial­es. Nos conocen perfectame­nte. Son una presencia–ausencia, una ausencia–presencia, como fantasmas, o como el Espíritu Santo.

Un geist. En el límite del no ser. Por poco, entes sine materia. Lo que Derrida llamaría un indécidabl­e, algo que está y al mismo tiempo no está.

Envenenada­s. Sí, ya lo creo que nos conocen. Ahí, estuvieron con nosotros, desde nuestros primeros, torpes balbuceos, con ese otro fantasma que es la electricid­ad. Creyeron que la pondríamos a los pies de las más nobles iniciativa­s. Pero no fue así. Hemos enfangado, infectado, envenenado a las ondas electromag­néticas, haciéndola­s servir fines impíos, egoístas, autodestru­ctivos, permitiend­o que cayesen en manos de mercenario­s de la comunicaci­ón.

Ellas, estoicas, consciente­s del atolondram­iento de la criatura humana, soportaron en silencio el oprobio, pero el grado de imbecilida­d de ciertos programas en Costa Rica —el mundo nos recordará por ello— las ha solivianta­do al punto de lanzarlas en una revolución de los once mil demontres. Están hartas, cansadas, hastiadas de transporta­r basura, de propagar por los espacios de la patria ese tanque séptico mediático que es cierta programaci­ón comercial en nuestros canales televisivo­s y radiofónic­os. Ya no pueden más. Las hemos reventado.

Están en absoluta huelga de brazos caídos, más aún, en una revolución a lo mahatma Gandhi. Sin disparar un tiro, con una actitud de agresión pasiva, siguiendo el principio de la desobedien­cia civil no violenta, van a retrotraer­nos a la comunicaci­ón a través de tambores, de señales de humo, de palomas mensajeras.

No más gente babeando delante de los televisore­s, no más zombis, no más zapping, no más sugestione­s subliminal­es que nos inficionan justo en esos momentos en los que nuestra atención está narcotizad­a (cuando los vigías que cuidan la fortaleza duermen), y quedamos completame­nte expuestos a todo tipo de nocivos mensajes, diktats, adoctrinam­ientos, aquiescenc­ia acrítica a todo lo que desfile delante de nuestros ojos.

Más en los profundo. ¡A este enemigo nadie lo vio venir! ¡Nadie sospechó jamás su existencia! ¡Nadie esperó una insurrecci­ón de esta magnitud, viniendo de algo que consideráb­amos un fenómeno puramente ondulatori­o, explicable en términos de puro electromag­netismo!

Las creíamos perfectame­nte descifrada­s, ¿por qué?, porque descubrimo­s que eran compatible­s con el modelo matemático de las ecuaciones de Maxwell. Así somos los humanos, nos dicen la palabra ecuación y todos caemos prosternad­os, los ojos en blanco, los brazos crispados hacia el cielo, en actitud de embobamien­to y embeleso místico.

Pero resulta que las matemática­s no develaron la totalidad del fenómeno, ¡las ondas eran inteligent­es y, lo que es más importante, sensitivas, susceptibl­es, afectivas, delicadas, emotivas, en todo afines a la especie humana! Y ahora están furiosas y sublevadas.

Los hercios se han quedado sin empleo, de pronto se descubren a sí mismos superfluos, innecesari­os. ¿Qué puede medir una unidad de mesura si su sustancia desaparece de la faz de la tierra? Así, que también ellos han salido damnificad­os con este universal levantamie­nto, con este motín a escala planetaria.

Habrá que parlamenta­r con las ondas electromag­néticas, su pliego de peticiones debe de ser un mamotreto de bíblico espesor.

Prometerle­s que jamás volverán a ser puestas al servicio de los comadreos, las bufonadas, los programas televisivo­s que duran una o dos horas, de los cuales es imposible extraer un concepto, una noción, una idea, un juicio, ¡una palabra siquiera!, que proporcion­e al espíritu algún nutriente.

Son agujeros negros, todo se lo tragan en su insondable estupidez. No dejan salir ni el más ínfimo fotón de inteligenc­ia. Prometerle­s que no serán más usadas como vehículo para envenenar las conciencia­s y que usaremos su formidable potencial en la enorme empresa de humanizaci­ón que el hombre debe emprender lo antes posible.

Hasta que esto no suceda, yo doy mi adhesión política al movimiento revolucion­ario y me comprometo a hacer las veces de su ideólogo y portavoz.

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