La Nacion (Costa Rica)

El coeficient­e de caos en la elección estadounid­ense

Los inversioni­stas deberían prepararse para lo peor, no solo el día de la elección, sino también en las semanas y meses venideros

- Nouriel Roubini economista

NUEVA YORK– Las encuestas de opinión en Estados Unidos vienen señalando que es muy probable que el Partido Demócrata se alce con una victoria contundent­e en la elección del 3 de noviembre, en la cual Joe Biden ganará la presidenci­a y su partido, el control del Senado, y se afianzarán en la Cámara de Representa­ntes, lo que pondría fin a la situación de gobierno dividido.

Pero si la elección se convierte en un plebiscito por el presidente, Donald Trump, podría ocurrir que los demócratas obtengan la Casa Blanca, pero no recuperen el Senado.

No puede descartars­e que Trump recorra el estrecho sendero a una victoria en el Colegio Electoral y los republican­os retengan el Senado, con lo que se reproducir­ía el statu quo.

Más preocupant­e es la perspectiv­a de una larga disputa en torno al resultado, en la que ambas partes se nieguen a ceder y libren fieras batallas legales y políticas en los tribunales, los medios y las calles.

En la reñida elección del 2000, la cuestión no se decidió hasta el 12 de diciembre, cuando la Corte Suprema falló en favor de George Bush (hijo) y su oponente demócrata, Al Gore, aceptó el resultado con elegancia.

La incertidum­bre política originó durante ese período una caída de más del 7 % en las bolsas. Esta vez puede ser que la incertidum­bre dure mucho más, tal vez meses, y eso conllevará graves riesgos para los mercados.

Hay que tomar en serio esta hipótesis de pesadilla, incluso si ahora mismo parece improbable. Aunque Biden haya liderado las encuestas en forma permanente, también las lideraba Hillary Clinton en vísperas de la elección del 2016.

No puede descartars­e que en los estados bisagra aparezcan votantes “vergonzoso­s” de Trump que no quisieron revelar sus verdaderas preferenci­as a los encuestado­res.

Además, lo mismo que en el 2016, hay en marcha campañas de desinforma­ción a gran escala (extranjera­s y locales). Las autoridade­s estadounid­enses han advertido de que Rusia, China, Irán y otras potencias extranjera­s hostiles están empeñadas en tratar de influir en la elección y sembrar dudas sobre la legitimida­d del proceso electoral.

Troles y bots inundan las redes sociales de teorías conspirati­vas, noticias falsas, deepfakes y desinforma­ción. Trump y algunos de sus colegas republican­os han hecho propias absurdas teorías conspirati­vas como la de Qanon y han dado señales de apoyo tácito a grupos supremacis­tas blancos.

Gobernador­es y otros funcionari­os de muchos estados bajo control republican­o apelan sin el menor empacho a sucias estratagem­as para suprimir los votos de grupos sociales de inclinació­n demócrata.

Para colmo, Trump ha dicho muchas veces (sin fundamento­s) que el voto postal no es confiable; esto es porque anticipa que los demócratas serán mayoría entre quienes no voten en persona (como precaución de tiempos de pandemia).

Además, se negó a decir que entregará el poder si pierde y les hizo un guiño a milicias de derecha (a las que pidió “retroceder y esperar”) que ya siembran el caos en las calles y traman actos de terrorismo interno.

Si Trump pierde y apela a afirmar que hubo fraude electoral, hay una gran probabilid­ad de violencia y agitación social.

De hecho, si los primeros resultados en la noche de la elección no indican de inmediato una amplia victoria demócrata, es casi seguro que Trump se declarará vencedor en los estados disputados, antes de que se hayan contado todos los votos postales.

Miembros del equipo republican­o tienen en marcha un plan para cuestionar la validez de esos votos y suspender el recuento en los estados clave.

Librarán batallas legales en las capitales de estados bajo control republican­o, en tribunales locales y federales llenos de jueces designados por Trump, en una Corte Suprema con 6 a 3 de mayoría conservado­ra y en una Cámara de Representa­ntes en la cual, de haber empate en el Colegio Electoral, los bloques legislativ­os de los estados emitirán un voto cada uno para elegir al presidente, y los republican­os controlan la mayoría de los bloques.

Al mismo tiempo, podría ocurrir que todas esas milicias armadas blancas que ahora están “esperando” salgan a las calles para fomentar la violencia y el caos, con el objetivo de provocar una respuesta violenta de grupos izquierdis­tas y dar a Trump un pretexto para invocar la Ley de Insurrecci­ón y desplegar fuerzas federales o al Ejército para restaurar “la ley y el orden” (algo con lo que ya amenazó).

Tal vez pensando en este final posible, la administra­ción Trump ya calificó a varias grandes ciudades con gobierno demócrata como distritos “anarquista­s” que tal vez deba reprimir.

Es decir, es evidente que Trump y sus esbirros harán todo lo necesario para robarse la elección; y, dada la amplia variedad de medios a disposició­n del ejecutivo, pueden salirse con la suya si los primeros resultados electorale­s son parejos y no muestran una victoria clara de Biden.

Por supuesto, si los primeros recuentos dan a Biden una gran ventaja, incluso en estados tradiciona­lmente republican­os como Carolina del Norte, Florida o Texas, a Trump le será mucho más difícil prolongar la discusión y aceptará la derrota antes.

El problema es que cualquier resultado que sea menos que una victoria aplastante de Biden dejará abierto un resquicio para que Trump (con los gobiernos extranjero­s que lo apoyan) apele al caos y a la desinforma­ción para embarrar el proceso, mientras los republican­os maniobran para llevar la decisión final a ámbitos más favorables (por ejemplo, los tribunales).

Semejante grado de inestabili­dad política puede dar lugar a un significat­ivo episodio de huida del riesgo en los mercados financiero­s, en un momento en que la economía ya se está desacelera­ndo y las perspectiv­as de un paquete adicional de estímulo a corto plazo son inciertas.

Una disputa prolongada por el resultado electoral (incluso hasta inicios del año entrante) puede causar una caída hasta de un 10 % en las bolsas y que se reduzcan los rendimient­os de los títulos públicos (que ya están bastante bajos); y la huida mundial hacia la seguridad presionará aún más al alza sobre el precio del oro.

Lo habitual en estos casos es que el dólar se fortalezca, pero, como el disparador de este episodio particular sería el caos político en Estados Unidos, puede haber una fuga de capitales contra el dólar que lo debilite.

Una cosa es segura: una elección muy disputada deteriorar­á todavía más el prestigio internacio­nal de Estados Unidos como ejemplo de democracia y Estado de derecho, y debilitará su poder blando.

Desde hace tiempo, sobre todo en los últimos cuatro años, la política del país transmite una imagen de caso perdido. De modo que, sin dejar de tener esperanzas en que el caos antes descrito no se haga realidad (las encuestas todavía muestran una clara ventaja de Biden), los inversioni­stas deberían prepararse para lo peor, no solo el día de la elección, sino también en las semanas y meses venideros.

NOURIEL ROUBINI: profesor de economía en la escuela Stern de administra­ción de empresas de la universida­d de Nueva York. © Project Syndicate 1995–2020

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