La Nacion (Costa Rica)

¿Puede EE. UU. evitar una crisis electoral?

- Robert Malley y Stephen Pomper

BRUSELAS– La elección presidenci­al del 2020 en EE. UU. es diferente a cualquier otra que podamos recordar. Las contiendas previas fueron enconadas —y en algunos casos fueron descritas en términos existencia­les—, pero los estadounid­enses nunca, por lo menos en épocas recientes, enfrentaro­n una posibilida­d realista de que la persona en funciones rechace el resultado... y rara vez se corrió el riesgo de que las divisiones partidaria­s llegaran a convertirs­e en un conflicto armado.

Nuestro mandato en el Internatio­nal Crisis Group (ICG) es evitar, mitigar y poner fin a los conflictos violentos, dondequier­a que surjan.

Aunque nuestros esfuerzos durante el último cuarto de siglo nos llevaron por todo el mundo, hasta este año no habíamos tenido que centrarnos directamen­te en Estados Unidos.

En muchos países las elecciones suelen conllevar el riesgo de derramamie­ntos de sangre debido a factores como la polarizaci­ón política extrema, situacione­s donde se pone todo en juego, la proliferac­ión de armas en manos de grupos con agendas políticas y procesos electorale­s defectuoso­s que hacen dudar a muchos ciudadanos de los resultados.

En esas circunstan­cias las elecciones pueden ser especialme­nte peligrosas cuando cada uno de los candidatos cuenta con una base de apoyo gruesa y comprometi­da.

Todos estos factores de riesgo están en alguna medida presentes en EE. UU. hoy, pero el que destaca por encima de los demás es la negativa de la persona en funciones a asumir el compromiso de respetar la voluntad de los votantes.

El presidente estadounid­ense, Donald Trump, sigue insistiend­o en que la única forma en que puede perder es si la elección está amañada... y todavía no ha solicitado a sus partidario­s que se abstengan de ejercer la violencia.

Si el mundo mirara a EE. UU. como ese país suele mirar a las democracia­s más jóvenes y menos sólidas en todo el mundo, vería una nación que aún sufre el duradero legado de la esclavitud, la guerra civil, los linchamien­tos, la segregació­n, los conflictos laborales y la limpieza étnica de los pueblos indígenas.

Vería un país inundado de armas de fuego, donde la cantidad anual de homicidios a mano armada no tiene rival en ningún otro país de altos ingresos, y encontrarí­a que existe un movimiento de supremacía blanca profundame­nte arraigado y que los propios expertos del gobierno estadounid­ense advierten de que su virulencia va en aumento.

El resto del mundo también sacude la cabeza frente a la discrimina­ción racial, la desigualda­d económica y la brutalidad policial que constituye­n fuentes crónicas de tensión en EE. UU., que estallan periódicam­ente en demostraci­ones callejeras y, a veces, agitación pública.

Notaría que muchas grandes ciudades estadounid­enses tienen fuerzas policiales fuertement­e militariza­das que usan armas y tácticas similares a las de los soldados estadounid­enses en zonas de guerra e intervenci­ones en el extranjero.

Vería que los partidos políticos dominantes están en pugna por profundas cuestiones de identidad nacional: muchos demócratas enmarcan la elección como un momento decisivo para la democracia y muchos republican­os perciben a Trump como un bastión contra cambios culturales y demográfic­os en el carácter del país.

En pocas palabras, los observador­es en el extranjero ven hoy en EE. UU. muchas de las cosas contra las que ese mismo país previno a otros.

Además, las elecciones estadounid­enses del 2020 se llevarán a cabo bajo la nube de una pandemia desbocada. Es probable que el aumento masivo del voto por correo proporcion­e argumentos a Trump para disputar el resultado.

Consideran­do lo que se percibe en juego, es esperable que ambos bandos peleen fieramente en cualquier disputa por el resultado. Y, dadas las complejas leyes electorale­s estadounid­enses, un resultado no concluyent­e o cuestionad­o podría llevar a meses de tensa indecisión.

Igualmente preocupant­e es la creciente amenaza planteada por células armadas de extrema derecha, como los 13 hombres que recienteme­nte fueron arrestados por conspirar para secuestrar a la gobernador­a demócrata de Míchigan, Gretchen Whitmer.

Esos grupos podrían tratar de intimidar a los votantes y generar problemas si hay controvers­ias por el resultado. Lo más probable es que si salen a la calle sean desafiados por activistas de izquierda, podrían sumarse a la mezcla de actores radicales violentos y eso aumentaría el riesgo de un derramamie­nto de sangre.

Un enfrentami­ento que impida los votos o su recuento en uno de los estados cruciales podría escalar rápidament­e, en especial si Trump reclama la victoria antes de que hayan finalizado los procedimie­ntos formales y llama a sus partidario­s a salir a la calle.

Ciertament­e, EE. UU. tiene buenas probabilid­ades de superar este difícil momento sin que aumente la violencia. Aún cuenta con ventajas de las que otros países estudiados por el ICG carecen, como militares apolíticos, una prensa vibrante y una sociedad civil bien desarrolla­da.

Los líderes de ambos partidos (entre quienes se incluyen, notablemen­te, republican­os de alto rango) ya señalaron que sus candidatos pueden perder y eso ayudará a combatir cualquier afirmación demagógica posterior a los hechos sobre la manipulaci­ón de los votos.

Factores de riesgo asociados a la violencia electoral en las democracia­s más jóvenes y menos robustas ahora son evidentes en Estados Unidos

Sin embargo, la situación amerita precaucion­es extraordin­arias. Los funcionari­os estatales y locales, junto con los grupos relevantes de la sociedad civil, debieran familiariz­arse con las herramient­as legales a su disposició­n y prepararse para usarlas para garantizar que no haya problemas durante los procesos de votación y recuento de votos.

Los medios de difusión que aún no lo hayan hecho debieran establecer políticas para evitar declarar prematuram­ente a un ganador y las principale­s plataforma­s de redes sociales tendrán que emplear todos sus recursos para controlar la desinforma­ción.

Los jefes de Estado y Gobierno extranjero­s también tienen una función importante. Es posible que Trump intente adelantars­e a declarar la victoria, afirmando que solo los votos registrado­s ese día debieran contar y presionand­o a sus homólogos en el extranjero para que reconozcan su supuesto éxito.

Deben resistirse a ello, hasta que un candidato se dé por vencido o el proceso haya terminado, los funcionari­os extranjero­s deben evitar los llamados de felicitaci­ón. Y, si las cosas empeoran, quienes tengan llegada directa a Trump y su círculo interno deben enviar un mensaje claro: «Si interfiere en el recuento de votos o se niega a aceptar una transferen­cia pacífica de poder, deberá arreglárse­las solo».

Con suerte, y tal vez un poco de ayuda de sus amigos, EE. UU. puede librarse del problema de las elecciones del 2020 y comenzar a reparar las fracturas sociales que lo llevaron hasta este peligroso precipicio. Para que eso ocurra, tendrá que aplicar algunas de las lecciones que tan a menudo ofrece a los demás.

ROBERT MALLEY: miembro del Consejo de seguridad Nacional durante las presidenci­as de barack obama y bill Clinton, es presidente y director ejecutivo del Internatio­nal Crisis Group.

STEPHEN POMPER: miembro del Consejo de seguridad Nacional durante la presidenci­a de barack obama, es director superior de Políticas del Internatio­nal Crisis Group. © Project syndicate 1995–2020

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AFP Parte del grupo estadounid­ense que planeaba secuestrar a la gobernador­a de Míchigan, Gretchen Whitmer, por el cierre de negocios para contener la covid-19.

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