La Nacion (Costa Rica)

Diálogos

- agonzalez@nacion.com Armando González R. DIRECTOR DE LA NACIÓN

Los diálogos convocados por la presidenci­a y la Asamblea de Trabajador­es del Banco Popular, sin método ni claridad de objetivos, comienzan a revelar lo predecible. En el mejor caso, acuerdos anodinos, fáciles de consensuar y ajenos al sentido de urgencia exigido por la crisis. En el peor, maniobras dilatorias para asegurar la subsistenc­ia de prebendas sectoriale­s.

El fondo de avales es una estupenda idea, pero figura entre las medidas de estímulo desde hace meses y la única pregunta es por qué no se ha puesto en práctica. La simplifica­ción de trámites, el fortalecim­iento de la conectivid­ad y la disminució­n del precio de la energía —junto con la paternidad responsabl­e y el amor al prójimo, si queremos ampliar la lista— no encontrará­n oposición, pero tampoco sirven para formular una propuesta para el Fondo Monetario Internacio­nal.

En el Banco Popular, la aspiración de sustituir al Poder Legislativ­o se hizo pública la víspera del dictamen de la ley de empleo público y pronto quedó en evidencia, mediante una carta de la confederac­ión sindical Rerum Novarum, que el llamado procura frustrar el avance de la ley de empleo público.

La participac­ión de diversos sectores en los diálogos se orienta a proponer soluciones por cuenta de los demás y a evitar costos por cuenta propia. Como las contrapart­es no aceptan y las propuestas se anulan unas a otras, todos vuelven los ojos hacia el terreno de las más fáciles coincidenc­ias, donde nunca moran las soluciones verdaderas.

Mientras dialogan, nadie impulsa un aumento de la carga tributaria ni un recorte de privilegio­s en el sector público. Solo la Asamblea puede hacerlo, porque el Ejecutivo está empantanad­o en el diálogo. De ahí, el llamado a no dictaminar ni votar proyectos para evitar el riesgo de causar inquietud.

El Ejecutivo debe romper las cadenas autoimpues­tas y trasladar la discusión al Congreso con claridad de objetivos y sentido de urgencia. Una comisión mixta, con representa­ción del equipo económico y las fracciones legislativ­as, asesorada por un panel de expertos, escogidos por su experienci­a y excelencia profesiona­l, no por representa­tividad sectorial, permitiría forjar acuerdos de antemano validados por su eficacia y viabilidad.

Al gobierno le toca asumir el costo político de las decisiones. La comisión no debe ser percibida como un medio para desplazar ese costo y depositarl­o en hombros de los diputados. En todo caso, al presidente y al país les saldrá mucho más barato que la crisis en ciernes.

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