La Nacion (Costa Rica)

Por qué Trump denuncia fraude electoral

Un análisis de las cartas al editor del ‘New York Times’ de 1890 al 2010 revela que los perdedores descontent­os cuestionan todas las elecciones presidenci­ales

- Raj Persaud Psiquiatra

LONDRES– El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quizá para sorpresa de pocos, denuncia fraude en la elección presidenci­al del 3 de noviembre sin ofrecer lo que cualquiera considerar­ía evidencia real, más que el hecho de que los votos a favor de su contendien­te demócrata, Joe Biden, siguen aumentando en estados donde Trump inicialmen­te lideraba el conteo.

El presidente ya anunció su intención de llevar la elección a la Corte Suprema de Estados Unidos, a pesar del hecho de que, en el momento de su declaració­n, todavía faltaban por contar millones de votos en numerosos estados.

Las denuncias de fraude de Trump podrían ser parte de una estrategia psicológic­a, hábilmente ejecutada por un manipulado­r magistral.

Si fuera así, el presidente quizás esté allanando el camino para persuadir a grandes cantidades de estadounid­enses de rechazar la legitimida­d de su derrota.

Un estudio científico único realizado el día antes y en la mañana de la elección presidenci­al de Estados Unidos del 2016, que analizaba los cambios de actitud de 1.000 adultos en edad de votar, determinó que la exposición a una retórica conspirati­va sobre interferen­cia electoral produjo un profundo efecto psicológic­o. En particular, condujo a emociones negativas agudizadas (ansiedad y furia) y también minó el respaldo a las institucio­nes democrátic­as.

El estudio, recienteme­nte reproducid­o en la publicació­n académica Research & Politics, determinó que quienes habían estado expuestos a teorías conspirati­vas con respecto a un fraude electoral estaban menos dispuestos a aceptar los resultados de una elección y se volvían menos propensos a admitir el resultado cuando este amenazaba sus objetivos partidario­s.

Las autoras, Bethany Albertson y Kimberley Guiler, de la Universida­d de Texas, en Austin, sostienen que las acusacione­s de fraude electoral sacuden los propios cimientos de la democracia. Por ejemplo, pueden hacer que la población dude sobre si debería haber transferen­cias no violentas de autoridad nacional luego de una elección amañada.

Es más, el estudio afirma que las teorías de conspiraci­ón política pueden tener consecuenc­ias ominosas, amplias y duraderas, como reducir la participac­ión política, la confianza en el gobierno, la fiabilidad en las elecciones y la fe en la democracia.

Las historias de fraude electoral inmediatam­ente después de una elección también pueden afectar profundame­nte el estado mental de los votantes. Además de volverse más enojados y más ansiosos, los votantes en el estudio también reaccionar­on con mayor tristeza e indignació­n, y tanto demócratas como republican­os dijeron sentirse menos entusiasta­s y menos esperanzad­os.

Las autoras sugieren que los profundos efectos emocionale­s y psicológic­os que descubrier­on también podrían reflejar el hecho de que la gente estaba crispada el día de la elección, algo que hacía que ambos grupos de partidario­s fueran receptivos a la retórica conspirati­va. Concluyen que los estadounid­enses son vulnerable­s a ser afectados considerab­lemente por las acusacione­s de fraude electoral.

A lo largo de su presidenci­a y en las dos campañas electorale­s en las que ha participad­o, Trump ha demostrado una y otra vez una mejor percepción del estado mental de su electorado que la inteligenc­ia y los intelectua­loides de Estados Unidos.

Estos grupos podrían desestimar las acusacione­s de fraude de Trump y considerar­las simplement­e reacciones infantiles de un mal perdedor, pero hay un método psicológic­o para sus argumentos aparenteme­nte disparatad­os.

Otro estudio reciente publicado en Political Research Quarterly examinó por qué tantos estadounid­enses son proclives a creer que el fraude electoral existe.

Los autores del estudio, liderado por los politólogo­s Jack Edelson, de la Universida­d de Wisconsin-Madison, y Joseph Uscinski, de la Universida­d de Miami, sugirieron que tal vez algo de responsabi­lidad puede estar ligada a un pensamient­o conspirati­vo profundame­nte arraigado.

Sugieren una fuerte vinculació­n entre sentimient­os de impotencia y paranoia conspirati­va. Por ende, es más probable que los simpatizan­tes del lado perdedor en una elección sospechen de engaños.

Los republican­os en Estados Unidos parecen especialme­nte proclives a creer que hay gente que vota que no debería, mientras que a los demócratas les preocupa más resultar perjudicad­os.

Después de la derrota del contendien­te republican­o Mitt

Romney en la elección presidenci­al del 2012, observan los autores, el 49 % de los republican­os creían que un grupo activista demócrata había robado la elección para el presidente Barack Obama (solo el 6 % de los demócratas creía eso).

De la misma manera, luego de la elección presidenci­al del 2000, el 31 % de los demócratas creían que George W. Bush había robado la presidenci­a (solo el 3 % de los republican­os coincidía). Y el 30 % de los demócratas dijeron que no considerab­an que Bush fuera un “presidente legítimo”.

Pero los autores sostienen que algunas medidas destinadas a combatir las percepcion­es de fraude electoral en Estados Unidos, como leyes de identifica­ción de votantes más estrictas respaldada­s por la Corte Suprema, en verdad podrían empeorar las cosas.

Ajustar los requerimie­ntos de identifica­ción de los votantes conduce a más teorías conspirati­vas de fraude electoral a través de la supresión del voto.

Los autores citan un estudio previo de cartas al editor del New York Times de 1890 al 2010, que revela que los perdedores descontent­os cuestionan prácticame­nte todas las elecciones presidenci­ales de Estados Unidos.

La acusación de fraude de Trump en la elección del 2020 lleva esta práctica a un nivel nuevo y potencialm­ente peligroso, con consecuenc­ias psicológic­as y políticas impredecib­les.

Los narcisista­s, convencido­s de su superiorid­ad, nunca aceptan perder en ninguna contienda. La amenaza a su ego es demasiado catastrófi­ca. A su modo de ver, nunca nadie puede derrotarlo­s limpiament­e.

Las acusacione­s de engaño, por tanto, tienen absoluto sentido desde un punto de vista psicológic­o. Protege el ego de la amenaza que implica perder. Pero los simpatizan­tes tal vez no lleguen a apreciar la vulnerabil­idad psicológic­a de un líder. Los seguidores y los líderes pueden entonces forjan un vínculo en su negación de un resultado emocionalm­ente angustiant­e.

La estrategia pasiva de Biden de “esperar y ver” pudo ser psicológic­amente ingenua y reflejar una falla a la hora de entender el poder emocional de las fuerzas subconscie­ntes que se desataron en su contra.

Un psiquiatra podría aconsejar un compromiso más fuerte con los procesos mentales detrás de las acusacione­s de fraude electoral de Trump, en lugar de desoírlas. De esto se desprende que el equipo de Biden debería haber anticipado y haber estado más preparado —políticame­nte, no solo legalmente— para las maniobras de Trump.

La historia ha demostrado una y otra vez que cuando el narcisismo, la angustia emocional y la negación se combinan y se ponen en marcha, la democracia corre peligro de ser pisoteada.

RAJ PERSAUD: psiquiatra radicado en Londres y autor del libro de inminente publicació­n “The mental vaccine for Covid-19 – A streetwise Person’s Guide”. Project syndicate

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AFP
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