La atajada que salvó una vida
Estamos en 1936: último tramo de la final de liga Real Madrid - Barcelona. Ahí adquirió el portero Zamora su aura sobrenatural, esa que lo convertiría en objeto de verdadero culto. El catalán Escolá disparó raso, a la base del poste izquierdo. Potencia y colocación. Justo donde resulta más difícil para un portero conjurar un gol. ¡Pero el divino Zamora lo hizo! Una reacción eléctrica, gatuna, instintiva.
La atajada de Zamora adquirió un carácter más providencial, pues sirvió para salvar su vida un mes más tarde, en el Madrid convulso, fracturado, de la Guerra Civil. Así lo contó el portero años después: “Un miliciano de la FAI (Federación Anarquista Ibérica) vino en una calle hacia mí, abriendo un cuchillo descomunal, a la par que me decía: ‘Voy a clavártelo hasta la barriga por escribir en un diario de derecha’”.
“Estaba desencajado y vi que iba a cumplir su amenaza. Pero rectificó: ‘No, no te lo clavo porque gracias a aquel gol que salvaste fuimos campeones’. Yo pensé: ‘Este ya no me pincha’. Y como vi la ocasión de que gracias a aquel gol que salvé iba a salvar además la vida, cogí la oportunidad por los pelos y me lié a contarle la jugada... casi desde el principio del partido”.
“Le metí toda clase de adornos, y comprobé que el hombre se iba calmando, y cuando llegué al disparo de Escolá y a mi atajada, ya sonreía abiertamente y había cerrado la navaja, guardándosela en el bolsillo. ¿Total? Que aquel tío, más que de la FAI, era del Real Madrid... Y me dejó tranquilo”.
Ahí tienen ustedes. Un asesinato no perpetrado, no ciertamente por respeto a la vida humana, sino porque significaba, prácticamente, un deicidio: matar a un dios. El desprevenido transeúnte, el ciudadano -más aun, el militante políticoRicardo Zamora era eminentemente asesinable. ¡Pero no el “divino Zamora”! En él, el mito del héroe y del hombre-Dios se confunden. Tal es el inmenso poder que el fútbol tiene sobre nuestra psique.