La trampa de la negociación
El sistema político muestra señales preocupantes de debilitamiento de los marcos de representación y ausencia de espacios reales y efectivos para buscar acuerdos.
Sin embargo, no es cualquier estructura de negociación y diálogo la que termina siendo funcional, en términos de conducir de manera oportuna y efectiva a los acuerdos y decisiones que se requieren para enfrentar la coyuntura actual y, lo que es aún más grave, los necesarios para el diseño de las políticas públicas de largo plazo que tanto urgen.
La trampa de la negociación –ese punto en donde de un proceso de diálogo surgen políticas o acciones inoportunas, insuficientes o de plano equivocadas que lejos están de resolver los problemas que convocaron a las partes a la mesa– es el producto tanto de errores en el diseño del espacio de decisión como de una inadecuada gestión política, en términos de la forma en que se articulan en el proceso las partes interesadas y los actores políticos dentro de los marcos de representación democrática tradicionales (los poderes Ejecutivo y Legislativo).
Si la regla de decisión es consensual y los temas tocan intereses –económicos (por ejemplo, aspectos tributarios o que afecten rentas que extraen los diferentes sectores), o políticos (distribución de cuotas de poder real)– de los actores en la mesa, la posibilidad de que se impongan vetos a temas relevantes es muy elevada. El resultado, en consecuencia, poco contribuirá a resolver el problema planteado y lo peor, es muy probable que la distribución de los costos de las decisiones termine siendo injusta.
El segundo problema es cómo articular el proceso de diálogo con los espacios tradicionales de toma de decisiones en las democracias representativas. En otras palabras, cómo asegurarse que lo que salga del proceso de negociación pueda trasladarse sin sobresaltos, sin herir susceptibilidades, sin suspicacias y de manera natural a los espacios de interacción entre el Ejecutivo y el Legislativo, en los que terminará definiéndose finalmente su adopción o su rechazo.
Si ese tejido entre Ejecutivo y Legislativo no existe, tiene heridas abiertas o cicatrices profundas, el resultado del proceso de dialogo puede terminar, en el mejor de los casos, en pérdida de tiempo valioso y, en el peor, debilitando la ya corroída confianza de los ciudadanos en las instituciones de representación democrática.