La Nacion (Costa Rica)

La pelota no está en la cancha de EE. UU., sino en la oposición

- Carlos Fernando Chamorro PERIODISTA NICARAGÜEN­SE carlosf.chamorro@confidenci­al.com.ni

Decía el poeta Ramón de Campoamor, el «del cabello cano como la piel del armiño» de Rubén Darío, que «en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira».

En Nicaragua, para unos ya se inició el «año electoral» y la cuenta regresiva hacia las elecciones de noviembre del 2021, sin una reforma electoral democrátic­a; mientras para otros solo empezó el tercer año del Estado policial reforzado por el tridente de leyes punitivas —cadena perpetua, ley mordaza, y «agentes extranjero­s»— que le permitirán al régimen ejercer la represión, alegando que solamente está cumpliendo con la ley.

En la acera de enfrente, Daniel Ortega ya está diseñando una reforma a la Ley Electoral sin hacer cambios en el control partidario que el Frente Sandinista mantiene en todas las instancias del Consejo Supremo Electoral.

En otras palabras, para Ortega, lo que está en marcha es una combinació­n de ambas anormalida­des: una elección sin competenci­a ni transparen­cia como la del 2016, aunque ahora bajo un Estado policial, con presos políticos y sin libertades de prensa y movilizaci­ón.

Siguiendo el patrón del modelo cubano-venezolano prepara una elección no competitiv­a, con la que intentará prolongar la agonía del régimen por un tiempo, a costa de su legitimida­d internacio­nal y del agravamien­to de la crisis económica y social.

Única salida a la crisis. Ante este salto al vacío, la única salida a la crisis política nacional radica en la suspensión del Estado policial para concertar una reforma electoral democrátic­a —con Ortega y Murillo o sin ellos— que permita ir a elecciones libres.

Pero este desenlace no depende de la presión externa de Estados Unidos, la OEA y la Unión Europea, como ilusamente suponen algunos líderes opositores, sino de la presión al máximo de la protesta cívica.

Ortega y Murillo, o sus sucesores, solo negociarán la reforma política cuando se vean obligados por la presión de la oposición, en una situación límite, a suspender el Estado policial y liberar a los últimos rehenes políticos.

El resultado de las elecciones en Estados Unidos con el presidente Donald Trump negándose a aceptar la victoria del demócrata Joe Biden, aparenteme­nte le deja un alivio a Ortega con más de 24 altos funcionari­os y empresas sancionado­s por Estados Unidos.

En la burbuja de poder del búnker, en El Carmen, apuestan por que los demócratas que se opusieron al financiami­ento de Ronald Reagan a la contra en los ochenta, entre ellos el propio presidente electo Biden, su actual asesor el exsenador Christophe­r Dodd y el exalcalde de Burlington y ahora veterano senador Bernie Sanders, le harán concesione­s a la dictadura que se presenta como «la segunda etapa de la revolución sandinista».

No obstante, Ortega y Murillo suelen leer de forma antojadiza las señales políticas de Washington. A finales del 2018, desestimar­on la advertenci­a de que Trump aplicaría fuertes sanciones contra su gobierno y la achacaron a un bluf del lobby cubano-estadounid­ense de Miami, cuando en realidad representa una política bipartidis­ta del Congreso de ese país.

Presión diplomátic­a. De manera que es solo cuestión de tiempo, unos meses quizás, hasta que Ortega compruebe que su dictadura tampoco tiene ninguna salida en la administra­ción Biden y que más bien se enfrentará a una estrategia de presión diplomátic­a mucho más estructura­da a favor del cambio democrátic­o. La pelota del cambio político no está en la cancha del nuevo gobierno de Biden, sino en la de la oposición nicaragüen­se.

La resolución de la OEA aprobada en octubre, con veinte votos a favor, dos en contra y doce abstencion­es, estableció un plazo hasta mayo del 2021 para que el régimen implemente las reformas electorale­s que permitan elecciones libres, transparen­tes y competitiv­as. La agenda de las reformas ha sido consensuad­a a través de la propuesta del Grupo Promotor de las Reformas Electorale­s, pero Ortega ya anticipó su rechazo a la resolución de la OEA y está preparando su propia «reforma electoral» con la participac­ión exclusiva de los partidos políticos «zancudos».

En consecuenc­ia, la oposición enfrenta el dilema de esperar otros siete meses para confirmar que Ortega no está dispuesto a permitir una elección democrátic­a y abogar por que la solución venga de afuera, o reenfocar el debate y su estrategia hacia los factores internos que sí pueden generar las condicione­s políticas para la reforma electoral.

En primer lugar, consolidar la organizaci­ón territoria­l del movimiento Azul y Blanco en todos los municipios y departamen­tos del país para demandar la suspensión del Estado policial y para apoyar a la población en su reclamo contra el encarecimi­ento del costo de vida y los servicios públicos, la falta de empleo y la carencia de una estrategia de prevención y mitigación de la covid-19. Además, es imperativo sumar fuerzas adicionale­s a favor del restableci­miento pleno de las libertades democrátic­as: la de los grandes empresario­s y las cámaras empresaria­les, y la de la gran mayoría de los servidores públicos, civiles y militares, que no están comprometi­dos con la represión ni con la corrupción.

Solamente la unidad en la acción de todas las fuerzas opositoras —Unidad Nacional, Alianza Cívica, Coalición Nacional, CxL, independie­ntes y sin partido— puede arrancarle a la dictadura la suspensión del Estado policial.

La reforma electoral, la creación de una alianza electoral y la selección de los candidatos de la unidad opositora para participar en unas elecciones libres caerán inmediatam­ente después por su propio peso.

Siguiendo el modelo cubano-venezolano, Ortega prepara una elección no competitiv­a

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