La Nacion (Costa Rica)

Buen inicio, aunque incompleto, para el alivio de la deuda

Todos los ciudadanos merecen estar completame­nte informados sobre los pasos que dan sus respectivo­s países cuando toman créditos internacio­nales

- Paola Subacchi ECONOMISTA PAOLA SUBACCHI: profesora de economía internacio­nal en el instituto Queen mary de Políticas Globales de la universida­d de londres. su último libro es «The Cost of Free money» (Yale university Press, 2020). © Project syndicate 199

LONDRES– El colapso de la actividad económica durante la pandemia de la covid-19 aumentó significat­ivamente el riesgo de problemas de deuda en muchos países y empujó hacia el límite a los más pobres. La reacción de varias organizaci­ones internacio­nales fue revelar diversas iniciativa­s para evitar situacione­s que obligaran a elegir entre la respuesta adecuada a la crisis sanitaria y el servicio de la deuda existente.

La más destacable es que el G20 estableció una Iniciativa de suspensión del servicio de la deuda (DSSI, por sus siglas en inglés), que permite a los países más pobres del mundo suspender los pagos de los servicios de la deuda bilateral oficial hasta el año próximo.

Este mes los líderes del G20 adoptaron un nuevo marco de trabajo común para lidiar con las necesidade­s de reestructu­ración de la deuda soberana en forma individual para cada caso.

En los países pobres en dificultad­es por la pandemia la deuda no solo limita su margen de maniobra fiscal para responder a la crisis, además impide su desarrollo futuro.

Frente a los costos inesperado­s causados por la crisis de la covid-19, muchos países que ya tienen dificultad­es para cubrir los servicios de la deuda existente debieron solicitar financiami­ento adicional y se encontraro­n con que les es excesivame­nte difícil, u oneroso, obtenerlo.

Incluso si logran acceder a él, la carga adicional de la deuda constituir­á un obstáculo que limitará sus perspectiv­as de crecimient­o y desarrollo durante años.

Riesgo sistémico. Lejos de afectar a unos pocos países desafortun­ados en la periferia, los actuales problemas de la deuda soberana constituye­n un posible riesgo sistémico.

Desde el 2014 la participac­ión en el producto interno bruto de la deuda soberana total no solo aumentó sustancial­mente, además se fragmentó debido al uso de instrument­os de deuda más diversos frente a una gama más amplia de acreedores.

Dadas estas circunstan­cias, hay que ampliar urgentemen­te la red de seguridad financiera mundial más allá del apoyo ofrecido actualment­e por las institucio­nes financiera­s internacio­nales, como el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) y el Banco Mundial.

A tal efecto, la DSSI dio el primer paso con la suspensión de los pagos de capital e intereses de la deuda cuyo vencimient­o se ubicaba entre el 1.° de mayo del 2020 y el 30 de junio del 2021 (inicialmen­te era hasta el 31 de diciembre del 2020, pero se prorrogó), ampliando así la red de seguridad de por lo menos 77 países en vías de desarrollo.

Pero aunque la DSSI ofrece un cierto respiro, no hace más que posponer hasta el 20222024 su pago completo.

Los países deudores tendrán entonces que compensar la diferencia con pagos mayores y es posible que hasta deban endeudarse más para pagar los servicios de la deuda congelada, así como el crédito adicional que hayan asumido durante la crisis de la covid-19.

Los 46 países que solicitaro­n la suspensión de la deuda hasta el momento tendrán finalmente que cubrir $5.300 millones por pagos pospuestos, a lo cual deben agregársel­e $71.540 millones por compromiso­s preexisten­tes.

Toda la deuda adicional contraída desde el brote de la enfermedad del coronaviru­s se sumará a esa carga.

Aunque la última iniciativa del G20 para la deuda se queda corta en muchos aspectos (especialme­nte en lo que se refiere a solucionar las asimetrías entre deudores y acreedores), por lo menos pone de lleno en la agenda internacio­nal un marco de trabajo común para las quitas.

Méritos. La nueva iniciativa tiene dos méritos claros. En primer lugar, como permite un enfoque personaliz­ado, tiene en cuenta una preocupaci­ón específica planteada por los acreedores del sector privado, un grupo clave que no fue incluido en la DSSI.

En segundo lugar, el nuevo marco de trabajo incluye a China, después de superar cierta resistenci­a inicial debida a la definición de banco de propiedad estatal (que generó preocupaci­ón por la posibilida­d de que el Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportació­n e Importació­n de China quedaran expuestos a la reestructu­ración de la deuda).

Ya que China es acreedora de aproximada­mente el 63 % de la deuda total que se debe a los Estados miembros del G20, su participac­ión es fundamenta­l para que la iniciativa tenga éxito.

Este marco de trabajo común es un paso significat­ivo en la dirección correcta. Pero el G20 no puede detenerse ahí; debe ampliar la iniciativa hasta lograr un esquema común para la reestructu­ración de la deuda soberana.

La deuda soberana es el único tipo de deuda que carece de un mecanismo de quiebra; aunque las personas y las empresas pueden declararse en quiebra, los países no pueden hacerlo.

Hasta el momento, la comunidad internacio­nal utilizó un enfoque contractua­l para evitar y solucionar los problemas de la deuda soberana, pero este método suele implicar profundas asimetrías en el trato a los deudores y acreedores, y da como resultado una distribuci­ón injusta de las pérdidas entre los distintos tipos de acreedores.

Necesitamo­s una agencia multilater­al con la función específica de coordinar a los acreedores, compartir informació­n y reducir el alcance del arbitraje de informació­n.

Por otra parte, el nuevo marco de trabajo debe brindar ayuda a los países deudores durante el proceso de reestructu­ración. Por ejemplo, como ya lo sugirió el FMI, el G20 debiera asignar a las institucio­nes financiera­s internacio­nales la tarea de proporcion­ar financiami­ento limitado para brindar a los deudores cierto margen de negociació­n que les permita lograr un acuerdo sostenible de reestructu­ración de la deuda.

Para integrar todo eso, el G20 debiera aprovechar sus Lineamient­os operativos para el financiami­ento sostenible (Operationa­l Guidelines for Sustainabl­e Financing) para fomentar los préstamos y el endeudamie­nto responsabl­es junto con una reestructu­ración ordenada y multilater­al de la deuda.

También debiera fomentar la transparen­cia de la deuda y proporcion­ar la asistencia técnica necesaria para que los países puedan fortalecer su capacidad para gestionar la deuda antes de llegar a situacione­s problemáti­cas.

Los procedimie­ntos claros, la transparen­cia, la supervisió­n y la rendición de cuentas para la gestión de la deuda soberana son bienes públicos de gran alcance.

Todos los ciudadanos merecen estar completame­nte informados sobre los pasos que dan sus respectivo­s países cuando toman créditos internacio­nales y deben ser consciente­s de las obligacion­es y responsabi­lidades por la deuda que generan.

Un marco que clarifique cada paso en el proceso de endeudamie­nto —incluidos los necesarios controles y equilibrio­s— es fundamenta­l para garantizar el endeudamie­nto (y otorgamien­to de créditos) responsabl­e en términos más generales.

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FoTo sHuTTersTo­CK Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, y Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, durante la firma de un acuerdo financiero en enero.
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