Mi CCSS, su CCSS
Durante toda mi vida, con nulos padecimientos, oí opiniones encontradas sobre la atención hospitalaria. Pensé, consecuentemente, que al ingresar como paciente iba a enfrentarme a ese marasmo administrativo que en una época como patrono padecí en las oficinas de la CCSS.
En plena pandemia, acudí al inicio de mi tratamiento de un cáncer prostático. Las primeras sonrisas las recibí al desplazarme por ese laberinto de pasadizos del San Juan de Dios. Como todo primerizo, buscando el Departamento de Radioterapia, me perdí y toqué la puerta en una oficina donde una funcionaria sonriente se ofreció a acompañarme.
En cinco minutos de estar en el hospital, todo se convirtió en sonrisas, atenciones, un trato humano indescriptible. Así transcurrieron mis seis meses en el San Juan de Dios como paciente. El profesionalismo de nuestros médicos, asistentes, enfermeros y el personal en general es un apostolado, de una calidad humana de excelencia. Todo eso lo viví desde marzo hasta el 7 de octubre.
Cuando luego entregué mis documentos en la oficina de ingreso del Hospital México, di un documento de más. Me estaba lavando las manos, ya casi en la acera exterior del centro médico, cuando una voz a mi espalda me dijo: “Don Fernando, usted me entregó un documento de más y vengo a devolvérselo”.
Vinieron a mi mente las comparaciones que hacen algunos costarricenses entre la medicina privada y el Seguro Social, y las apreciaciones que daban varias personas sobre nuestro sistema de seguridad social se hicieron añicos. ¿En cuál sistema privado en Costa Rica me habría sucedido eso? Difícil respuesta, pero a mí, en el Hospital México, me la estaban dando en forma apabullante.
Fernando Jiménez Rímolo san José