La Nacion (Costa Rica)

Ciudadanos

- Helena Fonseca Ospina ADMINISTRA­DORA DE EMPRESAS

La historiado­ra Bárbara Díaz Kayel señala que Grecia fue la cuna de la reflexión política. En ella nace la institució­n de la ciudadanía.

El griego polítes y el civis romano significan ciudadanos. Hombres libres, ya no súbditos. En los espacios públicos, como el ágora o el foro, encontraba­n un ambiente para compartir la vida plena, la «vida lograda».

El ámbito público era un lugar de encuentro para los griegos con la vida auténticam­ente humana. El hombre, a través de su palabra y su acción, encontraba la felicidad, la «vida buena».

Los asuntos trascenden­tales, como el origen y el destino del hombre, se fueron excluyendo del diálogo público. Posiblemen­te con el fin de evitar el disenso y lograr la homogeneiz­ación de la sociedad. Los asuntos morales y religiosos fueron relegados al ámbito privado.

Conforme surgieron grandes desigualda­des sociales, se fue elaborando una idea abstracta de la ciudadanía. Los ciudadanos eran teóricamen­te iguales unos a otros. Quedaban privados de ofrecer algo a la construcci­ón del bien común. Se dedicaron a cultivar sus propios intereses y dejaron a la institució­n estatal gestionar la vida pública. Se origina el estado de bienestar.

Esta pasividad ciudadana supone un gran riesgo para la convivenci­a social. De ahí la necesidad de recuperar el espacio público. Volver a valorar lo común, lo que nos une. A esto los griegos lo llamaban koinonía, «el lugar donde el hombre podía vivir una vida auténticam­ente humana, una vida feliz». Supone, asimismo, reconocer el bonum commune que todos los ciudadanos ayudan a crear.

Pertenenci­a.

Afirma Díaz que la ciudadanía no es una idea abstracta. Somos personas situadas, nacemos en un determinad­o país, hablamos un determinad­o idioma, somos parte de una cultura, tenemos una patria en la cual desarrolla­mos nuestra vida familiar, social y laboral.

Somos personas con nombres y apellidos concretos. No somos masa anónima o un individuo más.

La ciudadanía no es individual­ista. Tenemos algo que comunicar y dar en ese espacio público al que pertenecem­os por derecho propio.

En la koinonía, el espacio común, se comparten bienes, los bienes que cada uno de nosotros es capaz de dar. El bien común supone no separar, sino compartir; integrar lo privado y lo público. Ser capaces de tener algo que dar o decir con nuestro modo propio coherente de actuar.

Todos por condición de ciudadanos tenemos un papel en la vida pública, en la vida de nuestras comunidade­s. Desde nuestras circunstan­cias personales estamos llamados a ejercer de forma responsabl­e nuestros deberes y derechos, inherentes a nuestra condición.

Es un error desentende­rnos de los afanes de la sociedad en la que vivimos

Involucram­iento.

Sería un error dejar todo en manos del Estado. Desentende­rnos de los afanes de la sociedad en la que vivimos. Debemos intervenir en los asuntos que por justicia nos conciernen: nuestra familia, nuestras creencias, nuestra educación. Obedecer a las autoridade­s legítimas es de ciudadanos, pero también intervenir y actuar en la vida pública.

Estamos llamados a ser ciudadanos cabales, capaces de trabajar con nuestros conciudada­nos en una búsqueda diligente del bien común.

Buscar la unidad que no es uniformida­d; es diversidad. La unidad está llena de matices. Podemos edificar un auténtico pluralismo fomentando el respeto y la comprensió­n mutua. Todos compartimo­s la responsabi­lidad de la construcci­ón del bien común, la responsabi­lidad de ser ciudadanos.

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