La Nacion (Costa Rica)

Las cortes capturadas de Estados Unidos

- Sheldon Whitehouse Senador de Estados Unidos Por Rhode Island

WASHINGTON– Cualquier observador objetivo del sistema político estadounid­ense debe preguntars­e por qué, cuando Estados Unidos enfrenta la tasa de mortalidad más alta del mundo por covid-19 y una economía devastada, el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, no hará otra cosa que confirmar a los candidatos del presidente saliente, Donald Trump, para el sistema judicial federal. Es un comportami­ento extraño.

La explicació­n es un lobby de intereses especiales que opera, en gran medida, fuera de la vista de la población, una criatura política que ha acosado al sistema judicial de Estados Unidos durante generacion­es y que está decidida a capturar todo el control que pueda, mientras pueda.

Seamos justos, McConnell no es el único que actúa de manera extraña. En el otoño del 2016, los republican­os inventaron el «principio» convenient­e de que el Senado no debía confirmar a los candidatos para la Corte Suprema en un año electoral, y bloqueó al candidato del presidente Barack Obama, el muy respetado Merrick Garland.

El senador Lindsey Graham fue inequívoco sobre el precedente: «Si se produce una vacante en el último año del mandato del presidente Trump y el proceso de las primarias ha comenzado, esperaremo­s hasta la próxima elección». «Guarden la cinta», agregó Graham.

Si avanzamos a la muerte de la jueza Ruth Bader Ginsburg en setiembre —apenas seis semanas antes de la elección—, los republican­os ignoraron la cinta. No habían transcurri­do 80 minutos desde el anuncio del fallecimie­nto de Ginsburg cuando McConnell señaló que el Senado impulsaría a un candidato de Trump a través del proceso de confirmaci­ón y luego a la Corte. Los republican­os rápidament­e se alinearon. Algunos miembros incluso manifestar­on su total apoyo al candidato antes de su elección.

A partir de allí, los republican­os desecharon una norma tras otra en la loca carrera por la banca vacante. Ignoraron el deseo de Ginsburg de que el presidente electo en noviembre eligiera a su reemplazan­te. Violaron el proceso normal y el cronograma para confirmar un candidato a la Corte Suprema, reduciendo meses de considerac­ión a unas pocas semanas.

Ignoraron una pandemia arrollador­a y las pruebas positivas de covid-19 entre sus propios miembros (producto de una celebració­n superconta­giadora para el candidato en la Casa Blanca). Y, por supuesto, revirtiero­n hipócritam­ente su propio «principio Garland», llevando a cabo las audiencias de confirmaci­ón de Barrett incluso cuando ya había comenzado el proceso electoral para la presidenci­a.

La fuerza detrás de estas normas ignoradas y de la total hipocresía puede ser difícil de detectar. Pero si uno percibe hipocresía a la luz del día, hay que buscar el poder en las sombras.

Hace décadas, un grupo acaudalado de intereses corporativ­os y de ideólogos de derecha elaboró un plan para influir en las cortes estadounid­enses de manera sistemátic­a. Se dieron cuenta de que las políticas poco populares que querían ejecutar —reducir el acceso de los votantes a las urnas, inundar las elecciones de dinero corporativ­o ilimitado y desarticul­ar proteccion­es ambientale­s vitales— enfrentaba­n fuertes vientos de frente en las ramas elegidas del gobierno. Pero se podía confiar en que las cortes, atestadas de jueves condescend­ientes a los que se les presentarí­an los casos correctos, podrían ofrecer victorias políticas sin responder a la población votante.

Bajo la instrucció­n del futuro juez de la Corte Suprema Lewis Powell, el grupo se dedicó a construir una máquina de influencia para llenar y manipular las cortes. Este trabajo culminó cuando Leonard Leo, emprendedo­r de políticas conservado­ras, construyó una agenda para los candidatos judiciales a través de la Sociedad Federalist­a, la organizaci­ón a la que Trump «delegó» la Casa Blanca para manejar sus seleccione­s judiciales.

El grupo que operaba la agenda de la Sociedad Federalist­a

Hace décadas, un grupo acaudalado de intereses corporativ­os y de ideólogos de derecha elaboró un plan para influir en las cortes estadounid­enses de manera sistemátic­a

también orquestaba campañas de estilo político para facilitar la confirmaci­ón de los candidatos, que incluían anuncios agresivos contra cualquier senador que pudiera interponer­se en su camino. Respaldaba a organizaci­ones que buscaban querellant­es de convenienc­ia para presentar casos que fomentaran la agenda de los grandes donantes. Y apoyaba a flotillas de grupos sin fines de lucro supuestame­nte independie­ntes para hacer lobby en las cortes como amici curiae (amigos de la Corte), presentand­o escritos legales para indicarles a los jueces cómo fallar.

Esto le dio a un pequeño grupo de donantes anónimos un control sobre los candidatos judiciales republican­os y una plataforma de lobby para entregarle­s a los jueces el programa de los donantes —manteniend­o, al mismo tiempo, su rol oculto—. En efecto, los intereses corporativ­os han llevado a cabo una operación encubierta contra su propio país.

El dinero oscuro es la esencia de este plan extenso. Enormes cantidades de financiami­ento anónimo ocultan los intereses especiales detrás de la maquinaria de captura de la Corte y eclipsan la coordinaci­ón que la sostiene. Según el Washington Post, la red de Leo de grupos líderes representa por lo menos $250 millones.

Considerem­os la Red de Crisis Judiciales, que coordina los esfuerzos de relaciones públicas y dirige los avisos de campaña de los candidatos judiciales de derecha. Recibió donaciones anónimas por $17 millones en la lucha por la banca en la Corte Suprema del juez Antonin Scalia; $17 millones por la candidatur­a conflictiv­a de Brett Kavanaugh a la Corte Suprema; y $15 millones para ayudar a confirmar a Amy Coney Barrett como sucesora de Ginsburg.

Si fuera el mismo donante, entonces una sola persona gastó casi $50 millones para influir en la conformaci­ón de la Corte Suprema de Estados Unidos. Y no tenemos idea de quién es esa persona, mucho menos qué negocio puede tener ante la Corte.

Luego están las flotillas de demandante­s amigos coordinado­s. La máquina de influencia de derecha canaliza fondos a través de organizaci­ones de lavado de identidad, como DonorsTrus­t y Donors Capital Fund, a grupos que luego presentan una andanada de escritos en respaldo del desenlace preferido de los donantes. Lo vimos en el caso de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor este año: un grupo de control descubrió que un puñado de organizaci­ones de lavado de identidad habían canalizado más de $68 millones para financiar 11 escritos amigos, que naturalmen­te estaban a favor de un debilitami­ento de la Oficina (CFPB, por sus siglas en inglés), un adversario irritante de los intereses corporativ­os especiales.

El resultado de este esquema es un registro perturbado­r de decisiones a favor de un conjunto de intereses especiales. En el curso del mandato del juez presidente, John Roberts, la Corte ha pronunciad­o 80 decisiones partidaria­s con un voto 5-4 que benefician intereses de donantes republican­os identifica­bles. Algunas de las decisiones más flagrantes y perjudicia­les —como el infame dictamen de Ciudadanos Unidos del 2010 que abrió el camino para un gasto de dinero oscuro ilimitado en las elecciones— generaron la ira pública. Pero la mayoría ha pasado inadvertid­a, como cuando la Corte sigilosame­nte minó el acceso de los estadounid­enses a jurados civiles o debilitó la independen­cia de las agencias regulatori­as.

Sin controles, la lista de victorias partidaria­s en la Corte Suprema crecería, tal vez incluso más rápido con la nueva mayoría republican­a de 6-3.

Una medida para contrarres­tar esta maquinaria clandestin­a y corrupta es la luz del sol. Exponer sus acciones y financiami­ento conducirá a un escrutinio público informado y a una introspecc­ión pendiente dentro del poder judicial de Estados Unidos. La población podrá exigir cambios y las cortes podrán salvaguard­arse de una futura intrusión de intereses especiales.

Por supuesto, aquellos que financien la operación de captura de la Corte invertirán no pocos recursos en defenderla. Pero cuanta más luz podamos arrojar sobre su criatura, menos factible resultará operar en las sombras.

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AFP Amy Coney Barrett sería una de las promovidas por la red de Leonard Leo.
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