La Nacion (Costa Rica)

¿Muerte por algoritmo?

‘Aprender a vivir’ en nuestros actuales tiempos difíciles es un enfoque más prometedor que la dependenci­a de la inteligenc­ia artificial y las tecnología­s digitales

- Dirk Helbing y Peter Seele

Nuestra época geológica, el Antropocen­o, en que la humanidad está dando forma al destino del planeta se caracteriz­a por estar plagada de amenazas existencia­les.

Algunas de ellas se abordan en planes de acción como los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas.

Sin embargo, aparenteme­nte, estamos atrapados en el medio: entre el saber que deberíamos cambiar nuestro comportami­ento y nuestros hábitos arraigados.

En un mundo sobrepobla­do, muchos se han preguntado cuál es el valor de la vida humana. La pandemia de covid-19 plantea el asunto una vez más, enmarcando la interrogan­te en términos crudos: ¿Quién debería morir primero si no hay suficiente­s recursos para salvar a todos?

Muchas novelas de ciencia ficción, como The Tyranny of the Butterfly, de Frank Schätzing, abordan preocupaci­ones similares y con frecuencia «resuelven» el problema del desarrollo sostenible en formas crueles que repiten algunos de los capítulos más oscuros de la historia humana.

La realidad no se queda de ninguna forma atrás. Es tentador pensar que podemos confiar en la inteligenc­ia artificial para ayudarnos a superar los dilemas.

Se ha debatido sobre la despoblaci­ón y la eutanasia por computador­a, y la inteligenc­ia artificial ya se utiliza para ayudar a clasificar a los pacientes con covid-19.

Decisiones difíciles.

Pero ¿deberíamos dejar que los algoritmos tomen decisiones de vida o muerte? Considerem­os el famoso problema del tranvía.

En este ejercicio mental, si no se hace nada, varias personas serán aplastadas por un vagón desbocado de un tranvía. Si alguien cambia el tranvía a otra vía, menos personas morirán, pero la intervenci­ón de dicha persona matará.

Se ha sugerido que el problema es salvar vidas, pero de hecho la interrogan­te es: si no todos pueden sobrevivir, ¿quién tiene que morir?

Aun en ese caso, los males menores siguen siendo malos. Una vez que empecemos a encontrarl­os aceptables, es inevitable que surjan preguntas espeluznan­tes, que pueden socavar los propios cimientos de nuestra sociedad y de nuestra dignidad humana.

Por ejemplo, si un vehículo autónomo no puede frenar lo suficiente­mente rápido, ¿debería matar a una abuela o a una persona desemplead­a?

Se expresaron preguntas similares como parte del denominado experiment­o de la máquina moral, que recopilaba datos sobre preferenci­as éticas de participan­tes de todo el mundo sobre situacione­s que involucrab­an vehículos autónomos.

Los participan­tes debatieron con los investigad­ores sobre «la forma en la que estas preferenci­as pueden contribuir al desarrollo de principios globales y socialment­e aceptables para la ética de la máquina».

Pero esos experiment­os no se constituye­n en una base adecuada para la formulació­n de políticas.

Oposición.

Las personas preferiría­n un algoritmo que fuera justo. Potencialm­ente, esto significar­ía tomar decisiones aleatorias. Por supuesto, no queremos sugerir que se debería matar a las personas al azar o matarlas de cualquier otra forma. Esto está en contradicc­ión con el principio fundamenta­l de la dignidad humana, incluso si fuese una muerte indolora.

En cambio, nuestro experiment­o mental sugiere que no deberíamos aceptar el marco del problema del tranvía tal como se presenta.

Si un marco produce soluciones inaceptabl­es, debemos emprender mayores esfuerzos colectivos para cambiar el entorno.

Cuando se trata de vehículos autónomos, por ejemplo, podríamos conducir más lentamente o equipar a los autos con mejores frenos y otras tecnología­s de seguridad.

Del mismo modo, los problemas actuales de sostenibil­idad de la sociedad no fueron predetermi­nados, sino que fueron causados por nuestra manera de hacer negocios, nuestra infraestru­ctura económica, nuestro concepto de movimiento internacio­nal y la gestión convencion­al de la cadena de suministro.

La verdadera pregunta debería ser por qué, casi 50 años después de la publicació­n del revelador estudio Limits to Growth, todavía no tenemos una economía circular y colaborati­va y por qué no estábamos preparados para una pandemia, que es un suceso que fue ampliament­e pronostica­do.

El porqué.

Los grandes datos (big data), la inteligenc­ia artificial y las tecnología­s digitales nos han dejado sorprenden­temente mal equipados para encarar los desafíos que ahora enfrentamo­s, ya sea el cambio climático, la pandemia de covid-19, las noticias falsas, los discursos de odio o incluso la cibersegur­idad.

La explicació­n es simple: si bien suena bien «optimizar» el mundo usando datos, la optimizaci­ón se basa en una función de objetivo unidimensi­onal que mapea la complejida­d del mundo en un único índice.

Esto no es ni apropiado ni eficaz, y en gran medida ignora el potencial de los efectos inmaterial­es de la red. También subestima las habilidade­s humanas para resolver problemas y la capacidad de carga (también llamada capacidad de sustentaci­ón) del mundo.

La naturaleza, por el contrario, no optimiza; coevolucio­na. Se desempeña mucho mejor que la sociedad humana en términos de sostenibil­idad y redes circulares de suministro.

Tanto nuestra economía como nuestra sociedad podrían beneficiar­se de soluciones bioinspira­das que se asemejen a los ecosistema­s, particular­mente a los simbiótico­s.

Esto significa reorganiza­r nuestro mundo atribulado y desarrolla­r resilienci­a y flexibilid­ad en la formulació­n de políticas y la cooperació­n internacio­nal.

Estas caracterís­ticas distintiva­s de los sistemas sostenible­s son de crucial importanci­a para adaptarse a las conmocione­s, las crisis y los desastres, similares a los que enfrentamo­s hoy, así como para recuperars­e de todos ellos.

Cambiar el rumbo fatal.

Se puede incrementa­r la resilienci­a de varias maneras, incluyéndo­se entre ellas las redundanci­as, una diversidad de soluciones, la organizaci­ón descentral­izada, los abordajes participat­ivos, la solidarida­d y, cuando proceda, la asistencia digital.

Tales soluciones deberían ser sostenible­s a escala local durante períodos prolongado­s. En otras palabras, en lugar de Learning to Die in the Anthropoce­ne (Aprender a morir en el Antropocen­o), como sugiere el título del libro escrito por Roy Scranton, deberíamos «aprender a vivir» en nuestros actuales tiempos difíciles.

Este es el mejor seguro con el que contamos para enfrentar sucesos que podrían forzarnos al atolladero moral de clasificar las vidas humanas según el método de triaje. DIRK HELBING: es profesor de Ciencias Sociales Computacio­nales en eTH Zürich. PETER SEELE: es profesor de Ética empresaria­l en USi lugano.

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