La Nacion (Costa Rica)

Aislacioni­smo vs. globalizac­ión en EE. UU.

Una vez que tienes a Dios de tu parte todo es más fácil. Estados Unidos lo tenía por medio de la tesis del destino manifiesto

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FIRMAS PRESS. «Si Dios contigo, ¿quién contra ti?». Así comenzaba o terminaba sus programas una presentado­ra de televisión cubanoesta­dounidense, que es hoy congresist­a federal.

Una vez que tienes a Dios de tu parte todo es más fácil. Estados Unidos lo tenía por medio de la tesis del destino manifiesto.

Esto ocurría a mediados del siglo XIX. «Dios», evidenteme­nte para ellos, quería que la joven e impetuosa nación conquistar­a las dos inmensas costas —el Atlántico, que ya tenía asegurado, y el Pacífico ignoto— y luego se derramara hacia el sur y ocupara todo el hemisferio.

En 1823 el presidente James Monroe, por medio de su canciller John Quincy Adams, proclamó la doctrina que lleva su nombre: Estados Unidos para los estadounid­enses.

No tenía a Dios de su parte, pero Estados Unidos había vencido al Imperio británico y le pareció suficiente para sacar los colmillos y amenazar a Europa y a Rusia, que entonces comparecía en la costa americana del Pacífico.

En primera instancia, los latinoamer­icanos estuvieron satisfecho­s. A todas luces, se trataba de impedir que España y Portugal regresaran al Nuevo Mundo a reconstrui­r sus imperios.

Los estadounid­enses no se sentían tranquilos con la presencia de esas fuerzas armadas deambuland­o por el vecindario.

La fórmula republican­a había triunfado en Estados Unidos. El país se iba poblando de extranjero­s que, rápidament­e, se considerab­an (más o menos) estadounid­enses.

Su economía crecía un 2 % anual, como promedio, y las institucio­nes funcionaba­n adecuadame­nte, aunque sin prisa, sin tregua y sin graves interrupci­ones.

La justicia y la educación pública unificaban a la población. El tren las juntaba. Cada cuatro años, invariable­mente, había elecciones presidenci­ales. Cada dos se renovaba el Congreso. ¿Por qué solo dos años? Porque los Padres Fundadores pensaban que era un incordio, un sacrificio que solo se resistiría brevemente. A ninguno de ellos les pasó por la cabeza que surgiría el político profesiona­l.

Fórmula propia.

¿Dónde estaba el secreto del éxito? ¿En la Constituci­ón? No. Esta había sido imitada sin éxito en Suramérica. ¿En las riquezas naturales? Tampoco. Argentina y Venezuela fueron tocadas por todas las riquezas naturales y ha sido inútil. (Peor aún: algunos piensan que ha sido contraprod­ucente. Segregaron sociedades rentistas que vivían del Estado). ¿Acaso en las 13 virtudes que apunta Benjamín Franklin en su biografía? Tal vez, pero eso requiere unas caracterís­ticas poco frecuentes en el conjunto de la sociedad.

Esa criatura laboriosa, ordenada, previsora, frugal, moderada, limpia y, encima, casta, no abunda.

Tras crearse la República de Texas le tocó al presidente James K. Polk hacerle la guerra a México. Primero anexó a Texas. El debate en Estados Unidos duró nueve años. Parecía que México era más fuerte, pero se había desangrado en la lucha entre liberales y conservado­res.

Había, a un altísimo nivel, conservado­res que secretamen­te esperaban con fervor la derrota de México y contribuye­ron a ella.

En cualquier caso, la guerra duró de 1846 a 1848 y terminó rebañándol­e a México algo más de la mitad norte del país.

Quedaron tras las fronteras estadounid­enses: California, Nevada, Utah, Nuevo México,

Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma.

Estados Unidos pagó $15 millones por los territorio­s que se había anexado y, para fortuna de los que se quedaron dentro del nuevo país, conservaro­n la lengua y los derechos de propiedad. Era otra expresión del multicultu­ralismo.

En 1867, dos años después de terminada la Guerra Civil estadounid­ense, fue el momento de adquirir Alaska. Rusia temía a los británicos y pasaba, como era habitual, por un pésimo momento financiero.

Así que sumó dos más dos y le vendió Alaska al presidente estadounid­ense Andrew Johnson, sucesor y vicepresid­ente de Lincoln. El precio fue una bicoca: $7.200.000. Los rusos empacaron y se fueron. Casi todos eran militares.

Avidez.

El espasmo imperial norteameri­cano no se saciaba. Ya tenían el enorme país de costa a costa, ahora convenía asegurarlo.

En 1890 el almirante Alfred Thayer Mahan publicó un libro muy significat­ivo: The Influence of Sea Power Upon History: 1660-1783.

Viene a plantear que el peso y éxito del Reino Unido en los asuntos del mundo se derivan de la marina mercante y la militar, y estas son posibles gracias a las bases y las colonias que les dan apoyo.

La obra la leen y se convencen Cabot Lodge, en el Senado, y Teddy Roosevelt, en el gobierno, quien fue nombrado viceminist­ro de la Marina por el presidente William McKinley.

T. R. renuncia para sumarse a los Rough Riders que sirvieron de vistosa punta de lanza al enfrentami­ento con España, ocurrido en 1898.

España le proporcion­aría a Estados Unidos, ready made, las bases que necesitaba en el Caribe y en el Pacífico para transforma­rse en una potencia planetaria.

Estados Unidos, tras engullir las colonias españolas, entra en el siglo XX como la primera economía del mundo. No tardará en fundar, poco a poco, un aparato militar en consonanci­a.

NOTA:

este es el segundo artículo de tres. el primero fue publicado el domingo anterior.

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PerioDiSTA Y eSCriTor Carlos Alberto Montaner

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