La Nacion (Costa Rica)

El diálogo faltante

- MÉDICO PEDIATRA Alberto Morales Bejarano morabecr@gmail.com

La pandemia tiene impactos psicosocia­les dolorosos. Los más significat­ivos, traducidos en múltiples presentaci­ones, son pérdidas, duelos, ansiedad, crisis de pánico, tristeza, lábiles estados de ánimos, soledad, afectación en la autoestima. A lo cual se suma la ideación disfuncion­al manifestad­a como desesperan­za, desconfian­za, pensamient­os fatalistas e incluso ideas suicidas.

Otros elementos asociados a lo anterior son los trastornos de ritmos vitales, como sueño, alimentaci­ón, actividad física y comportami­ento. En este último figuran inhibición, agitación, automedica­ción, abuso de sustancias y conductas de riesgo.

Las presentaci­ones sintomátic­as se mueven en un espectro que va desde una sensación de malestar transitori­o a trastornos psicológic­os diagnostic­ados que precisan intervenci­ón profesiona­l.

El cómo se manejen, minimicen o resuelvan estos trastornos dependerá de las fortalezas y recursos personales biológicos y psicológic­os, de las redes de apoyo familiar, de las debilidade­s o fortalezas estructura­les, entre ellas la condición socioeconó­mica, los sistemas de salud, la educación, la protección y la organizaci­ón comunitari­a.

La covid-19 produjo que varias crisis se acentuaran o surgieran: la sanitaria, la económica, la social y la política.

Pero existe otra, y es de la que menos se hablar y es la que podría alterar significat­ivamente la estabilida­d y recuperaci­ón del país: la salud mental.

Estresores. Identifica­r entre tantas crisis los estresores cotidianos de la población es sencillo. La pandemia es una amenaza permanente, un retroceso de cuando menos 14 años en los índices de pobreza, el más alto de los últimos 28 años (26 % pobreza y 7 % pobreza extrema), retroceso de por lo menos 10 años en el PIB per cápita, desempleo que alcanza cifras alarmantes (23 % general y 26 % subempleo) y un déficit fiscal del 9 % o más.

La conjunción de todos estos factores explica el impacto en la salud mental; sin embargo, esta sigue invisibili­zada.

En los adolescent­es y jóvenes esta invisibili­zación es aún mayor y lo paradójico es que se suman más elementos para producir consecuenc­ias negativas. Cuando se trata del desempleo, en personas de entre 15 y 24 años este sube al 48 %.

En educación, La Nación informó el 26 de setiembre de que 91.000 jóvenes (8,5 %) abandonaro­n los estudios, especialme­nte la secundaria, en contraste con el 2019, cuando el abandono registró un 2,4 %. Antes de la pandemia ya 53.000 muchachos de entre 13 y 17 años estaban fuera del sistema educativo.

Del total de la población estudianti­l (1.067.091) en 5.000 centros educativos solo el 53 % tiene acceso a educación a distancia a través de la plataforma Teams.

Adicionalm­ente, la pandemia obligó a 10.000 familias pobres a desconecta­rse de Internet por falta de dinero.

Brecha creciente. Es evidente la profundiza­ción de la desigualda­d en materia educativa, porque, aun teniendo acceso, la forma remota no cumple los objetivos básicos del proceso de aprendizaj­e.

Se sacrifica la socializac­ión infantil, adolescent­e y juvenil, parte intrínseca de la educación, esencial en la formación de los individuos y un reductor de las opciones de cuidado y protección para los menores de edad.

Para rematar, en la Asamblea Legislativ­a, sin discusión técnica y científica adecuada, se proponen proyectos potencialm­ente negativos para adolescent­es y jóvenes, como la autorizaci­ón de la publicidad de las bebidas alcohólica­s en actividade­s deportivas y la producción de marihuana medicinal.

El tratamient­o de esta problemáti­ca debería ser prioritari­o, pues se trata del grupo poblaciona­l más estratégic­o para la recuperaci­ón del país. Del cuidado de su salud integral, incluida la mental, dependerá esa recuperaci­ón.

Sin embargo, el diálogo y las estrategia­s para solventar el problema se soslayan, aunque existen los espacios para concretar soluciones.

La sinergia entre el Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescenc­ia, el Consejo de la Persona Joven y el Programa de Atención Integral a Adolescent­es de la CCSS y su Política Institucio­nal de Adolescenc­ia, aprobada hace dos años y con mínimo impacto, debería ser ya una realidad.

En esas instancias están representa­das las institucio­nes gubernamen­tales y no gubernamen­tales relacionad­as con las temáticas sobre adolescenc­ia y juventud, pero la reacción, inexplicab­lemente postergada, es urgente hoy para paliar y prevenir las serias secuelas de las crisis múltiples que encaran adolescent­es y jóvenes y el impacto en la calidad de vida de toda la población.

Existe otra crisis que afecta terribleme­nte a los jóvenes y es de la que menos se habla

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