El diálogo faltante
La pandemia tiene impactos psicosociales dolorosos. Los más significativos, traducidos en múltiples presentaciones, son pérdidas, duelos, ansiedad, crisis de pánico, tristeza, lábiles estados de ánimos, soledad, afectación en la autoestima. A lo cual se suma la ideación disfuncional manifestada como desesperanza, desconfianza, pensamientos fatalistas e incluso ideas suicidas.
Otros elementos asociados a lo anterior son los trastornos de ritmos vitales, como sueño, alimentación, actividad física y comportamiento. En este último figuran inhibición, agitación, automedicación, abuso de sustancias y conductas de riesgo.
Las presentaciones sintomáticas se mueven en un espectro que va desde una sensación de malestar transitorio a trastornos psicológicos diagnosticados que precisan intervención profesional.
El cómo se manejen, minimicen o resuelvan estos trastornos dependerá de las fortalezas y recursos personales biológicos y psicológicos, de las redes de apoyo familiar, de las debilidades o fortalezas estructurales, entre ellas la condición socioeconómica, los sistemas de salud, la educación, la protección y la organización comunitaria.
La covid-19 produjo que varias crisis se acentuaran o surgieran: la sanitaria, la económica, la social y la política.
Pero existe otra, y es de la que menos se hablar y es la que podría alterar significativamente la estabilidad y recuperación del país: la salud mental.
Estresores. Identificar entre tantas crisis los estresores cotidianos de la población es sencillo. La pandemia es una amenaza permanente, un retroceso de cuando menos 14 años en los índices de pobreza, el más alto de los últimos 28 años (26 % pobreza y 7 % pobreza extrema), retroceso de por lo menos 10 años en el PIB per cápita, desempleo que alcanza cifras alarmantes (23 % general y 26 % subempleo) y un déficit fiscal del 9 % o más.
La conjunción de todos estos factores explica el impacto en la salud mental; sin embargo, esta sigue invisibilizada.
En los adolescentes y jóvenes esta invisibilización es aún mayor y lo paradójico es que se suman más elementos para producir consecuencias negativas. Cuando se trata del desempleo, en personas de entre 15 y 24 años este sube al 48 %.
En educación, La Nación informó el 26 de setiembre de que 91.000 jóvenes (8,5 %) abandonaron los estudios, especialmente la secundaria, en contraste con el 2019, cuando el abandono registró un 2,4 %. Antes de la pandemia ya 53.000 muchachos de entre 13 y 17 años estaban fuera del sistema educativo.
Del total de la población estudiantil (1.067.091) en 5.000 centros educativos solo el 53 % tiene acceso a educación a distancia a través de la plataforma Teams.
Adicionalmente, la pandemia obligó a 10.000 familias pobres a desconectarse de Internet por falta de dinero.
Brecha creciente. Es evidente la profundización de la desigualdad en materia educativa, porque, aun teniendo acceso, la forma remota no cumple los objetivos básicos del proceso de aprendizaje.
Se sacrifica la socialización infantil, adolescente y juvenil, parte intrínseca de la educación, esencial en la formación de los individuos y un reductor de las opciones de cuidado y protección para los menores de edad.
Para rematar, en la Asamblea Legislativa, sin discusión técnica y científica adecuada, se proponen proyectos potencialmente negativos para adolescentes y jóvenes, como la autorización de la publicidad de las bebidas alcohólicas en actividades deportivas y la producción de marihuana medicinal.
El tratamiento de esta problemática debería ser prioritario, pues se trata del grupo poblacional más estratégico para la recuperación del país. Del cuidado de su salud integral, incluida la mental, dependerá esa recuperación.
Sin embargo, el diálogo y las estrategias para solventar el problema se soslayan, aunque existen los espacios para concretar soluciones.
La sinergia entre el Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescencia, el Consejo de la Persona Joven y el Programa de Atención Integral a Adolescentes de la CCSS y su Política Institucional de Adolescencia, aprobada hace dos años y con mínimo impacto, debería ser ya una realidad.
En esas instancias están representadas las instituciones gubernamentales y no gubernamentales relacionadas con las temáticas sobre adolescencia y juventud, pero la reacción, inexplicablemente postergada, es urgente hoy para paliar y prevenir las serias secuelas de las crisis múltiples que encaran adolescentes y jóvenes y el impacto en la calidad de vida de toda la población.
Existe otra crisis que afecta terriblemente a los jóvenes y es de la que menos se habla