La Nacion (Costa Rica)

Cómo gestionar el riesgo contra huracanes y pandemias

- SOBRE LOS AUTORES: Andrea vincent, Allan Lavell, Ana maría durán, Alice brenes maykall, Lenin Corrales, Pascal Girot y omar Lizano forman el Consejo Científico de Cambio Climático de Costa rica (4C).

Los huracanes Eta e Iota golpearon a una Centroamér­ica que afrontaba la pandemia de covid-19, acarreando altos costos económicos y sociales especialme­nte para quienes viven en condicione­s de vulnerabil­idad y pobreza.

El impacto indirecto de huracanes en Costa Rica es común; no obstante, Otto, en noviembre del 2016, reveló la posibilida­d de afectacion­es directas en forma de tormentas tropicales de menor intensidad en múltiples ocasiones.

Los escenarios futuros sugieren un aumento en la frecuencia e intensidad de los huracanes e incertidum­bre en cuanto a sus nuevas trayectori­as.

Las pérdidas económicas asociadas a eventos extremos (fenómenos atmosféric­os, sísmicos y volcánicos), sin contar los costos asociados a otros más recurrente­s y de menor escala, se calculan en $2.210 millones entre el 2005 y el 2017 en infraestru­ctura, servicios y producción.

Las pérdidas debidas a la influencia indirecta de Eta ascienden a $14,5 millones en daños en infraestru­ctura y 325.000 afectados, lo cual agrava las crisis económica y fiscal preexisten­tes y la vulnerabil­idad de la población más pobre.

Incremento de la frecuencia. Lejos de ser una situación anómala esta combinació­n de amenazas probableme­nte marque un hecho cada vez más frecuente.

Los acuerdos internacio­nales sobre riesgo de desastres de Hyogo (2005) y de Sendái (2015) reconocen que en una sociedad cada vez más densamente poblada, globalizad­a e interconec­tada, el riesgo es sistémico y transciend­e las barreras de lo económico, social y ambiental.

Por ejemplo, el riesgo de enfermedad­es zoonóticas como la covid-19 aumenta con factores que incrementa­n la probabilid­ad de transmisió­n entre animales silvestres y humanos (p. ej. crecimient­o poblaciona­l, deforestac­ión).

La pandemia no solo resulta de la transmisib­ilidad del virus, sino también de la interconec­tividad de un mundo globalizad­o.

Esta situación sistémica resalta pautas que no deben ser ignoradas en materia de gestión de riesgo. El huracán Eta trae a colación la adaptación y la reducción del peligro de desastre.

La respuesta nacional a Eta se caracteriz­ó por medidas de gestión reactivas y de emergencia de gran costo, seguidas por medidas de recuperaci­ón, reconstruc­ción y compensaci­ón a un costo aún mayor.

Los acuerdos de Hyogo y Sendái insisten en la adopción de una gestión integral del riesgo que busque reducir ex ante e impedir la construcci­ón de riesgo en el futuro. Se trata de invertir en la sostenibil­idad y seguridad de los medios de vida y de la infraestru­ctura, no solamente de la acción puntual pre y posimpacto.

El país no está preparado.

En nuestra «estrategia país» se hace hincapié en estos elementos, pero falta lograr muchos mayores niveles de ejecución.

Esto implica la toma de decisión con base en evidencia científica y mejorías radicales en el uso de los recursos, ya que si a duras penas se atienden las amenazas climáticas actuales, ¿cómo vamos a enfrentar los impactos del cambio climático?

Costa Rica promueve la mitigación del cambio climático y la carbono-neutralida­d. Sin embargo, en un país cuyas emisiones globales de gases de efecto de invernader­o alcanzan el 0,04 %, es preocupant­e que no haya una inversión similar para adaptación y reducción de la amenaza de desastre.

La prevención y el control de la creación de nuevo riesgo deben volverse parámetros medulares para el desarrollo de nuestro país. Las institucio­nes y organizaci­ones públicas y privadas que promueven y efectiviza­n el crecimient­o económico y el desarrollo deben obligatori­amente incorporar mecanismos de análisis y evaluación de riesgo, y tomar las medidas necesarias para mantenerlo en niveles socialment­e aceptables.

Costa Rica tiene múltiples precedente­s en la gestión correctiva y prospectiv­a del riesgo, como la prohibició­n del uso de adobe después del terremoto de Cartago (1910), la reforestac­ión de las pendientes del volcán Irazú tras la erupción (1963) y el exitoso reasentami­ento de Chinchona (2009).

Esto nos demuestra que sí es posible dar ese salto. En Centroamér­ica, Eta e Iota, Otto (2016), Nate (2017), Mitch (1998) y Joan (1988) nos enseñaron que los desastres y el riesgo que los antecede no son naturales, sino socialment­e construido­s. El costo de no actuar acorde con estas lecciones será muy caro.

Eta e Iota y la covid-19 ponen en la palestra la adaptación y la reducción del peligro de desastre

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