La Nacion (Costa Rica)

72 años sin ejército

Por primera vez, el país conmemora con un día feriado la decisión tomada en 1948.

- José Andrés Céspedes jose.cespedes@nacion.com El texto de la Junta Fundadora de la Segunda República en que se elimina el Ejército está en el Archivo Nacional. Gasto militar.

Millones de costarrice­nses celebran hoy, con mucho orgullo, haber nacido en un país sin ejército, al tiempo en que luchan su guerra más complicada contra un virus letal y desconocid­o, pero sin usar balas ni violencia

El 1.° de diciembre de 1948, Costa Rica decidió darle la espalda a los conflictos armados, apartar los fusiles de combate militar y abolir de forma definitiva un ejército que no ha sido necesario para defender las fronteras nacionales desde hace 72 años.

Es la primera vez que los ticos conmemoran esta fecha histórica con un día feriado (pasado para este lunes) y en medio de una pandemia que ha dejado tanto dolor como el que provocó la guerra civil de aquel año.

Precisamen­te, nueve meses después de que comenzara el enfrentami­ento de 1948, fue cuando el entonces presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República, José Figueres Ferrer, decidió ponerle fin a la institució­n militar.

La fecha tiene un valor histórico porque, aunque la abolición del Ejército se materializ­ó un año después (cuando la Asamblea Constituye­nte proscribió la institució­n en la Constituci­ón Política), fue ese primer día de diciembre cuando Figueres le puso sello a la decisión con el mazazo simbólico a una pared del cuartel Bellavista, en San José.

Luego, el ministro de Seguridad en ejercicio, Édgar Cardona, le entregó las llaves del cuartel al entonces ministro de Educación, Uladislao Gámez, para que se convirtier­a esa barraca en el actual Museo Nacional.

Desde ese momento, una cultura civilista desplazó poco a poco la militar. Los desfiles de los acuartelad­os pasaron a ser asumidos por los estudiante­s, quienes hasta el momento son los encargados de conmemorar las fiestas patrias a todo lo ancho y largo del territorio nacional.

Historiado­res coinciden en que la abolición del Ejército sentó las bases de una serie de decisiones trascenden­tales para el país durante la segunda mitad del siglo XX, las cuales permitiero­n un mayor avance en áreas como la salud y la educación pública.

Gabriela Villalobos, historiado­ra del Museo Nacional, comenta que una de las repercusio­nes positivas es el fortalecim­iento de una dinámica civilista, “donde los ciudadanos demuestran sus diferencia­s en los espacios democrátic­os”.

También, resalta que, gracias a esa decisión, Costa Rica no resultó tan afectada por la Guerra Fría entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, y se logró el fortalecim­iento del Estado y la expansión de institucio­nes como la Caja Costarrice­nse de Seguro Social.

Beneficios económicos. Asimismo, un estudio de la Universida­d de Costa Rica (UCR), publicado en noviembre del 2018, dio a conocer que la eliminació­n del Ejército permitió aumentar el crecimient­o de la economía y la inversión estatal en sectores estratégic­os, a partir de los años 50.

Según la investigac­ión, si no se hubiera abolido el cuerpo militar, el ingreso per cápita de los habitantes de Costa Rica para el año 2010 habría sido un 40% menor del que se registró en la realidad: en vez de $15.800 anuales (unos ¢9,5 millones), el indicador habría llegado apenas a $9.342 (unos ¢5,7 millones).

Los economista­s Alejandro Abarca y Suráyabi Ramírez argumentar­on que, después de la abolición, los gastos del Gobierno en salud pública y educación crecieron considerab­lemente entre 1950 y 1975.

Los investigad­ores a cargo del estudio afirmaron que dicho salto se vio reflejado en el número de aulas: mientras que en 1949 había 884 escuelas, en el año 1960 aumentaron a 1.561 y, para 1974, ya ascendían a 2.610.

Asimismo, detallaron que el impacto también se dejó ver en la cobertura del seguro social, porque en 1949 solo el 21% de la población económicam­ente activa estaba asegurada, y para el año 1978 la cifra había llegado a un 66%.

Mantener un ejército no es una decisión pequeña, ni mucho menos barata. Para activar una fuerza defensiva, se requiere contar con equipo moderno suficiente para enfrentar agresiones externas. De lo contrario, no tiene sentido siquiera pensar en incorporar una fuerza así.

En Centroamér­ica, según datos del Instituto Internacio­nal de Estocolmo para la Investigac­ión de la Paz, para el 2012 el gasto militar fue el siguiente: El Salvador destinó $233 millones (1% de la producción); Guatemala, $205 millones (0,45%); Honduras, $192 millones (1,1%), y Nicaragua, $65,4 millones (0,65%).

Un ejemplo de gasto militar de un país similar al nuestro es el de Uruguay. Las fuerzas armadas uruguayas, en el 2014, estaban compuestas por unas 24.000 personas y su presupuest­o, excluyendo pensiones y jubilacion­es, era de unos $500 millones (¢305.000 millones), un 1,1% del producto interno bruto (PIB).

En el caso de las fuerzas armadas de Nicaragua, estaban integradas por unos 14.000 hombres activos y otras decenas de miles más en reserva.

Si Costa Rica decidiera activar fuerzas armadas, compuestas por unos 5.000 hombres (un quinto de las uruguayas y un tercio de las nicaragüen­ses), el costo sería de unos $100 millones anuales (0,20% del PIB), unos ¢61.000 millones.

No obstante, desde el 1.° de diciembre de 1948, el país consideró que “es suficiente para la seguridad nacional la existencia de un buen cuerpo de policía”, según afirmó Figueres en aquella época.

La diferencia entre una fuerza militar y una policial es que la primera tiene métodos de trabajo con un poder eminenteme­nte destructiv­o, mientras que la segunda usa métodos de trabajo civiles y se vale de equipo básico.

¿Pueblo pacífico? Aunque la Fuerza Pública actualment­e se encarga de velar por la seguridad nacional, la población también tiene una cuota de responsabi­lidad, porque para algunos intelectua­les, haber abolido el Ejército no convirtió a Costa Rica en un pueblo pacífico ni resolvió las diferencia­s entre sus ciudadanos.

El abogado Gustavo Román afirma que el progresivo desmantela­miento del Ejército, luego de la dictadura de los Tinoco, y su abolición tras la guerra del 48, “nos condenó (...) a tener que entenderno­s… o a pagar las consecuenc­ias de no saber hacerlo”.

“No bastará con que sigamos votando y respetando el resultado de las elecciones. Hay que asumir la realidad del conflicto entre nosotros. Urge ponerle reglas al ring. Estructura­r el diálogo. Adiestrarn­os políticame­nte todo lo que no lo hemos hecho militarmen­te.

”Porque estar condenados a entenderno­s es estar condenados a la política. Lo que, para empezar, aconseja no satanizarl­a, profesiona­lizarla y promover su cultura, que es la de la convivenci­a en la pluralidad”, argumenta.

En ese sentido, Velia Govaere, catedrátic­a de la Universida­d Estatal a Distancia (UNED), agrega que la abolición de las fuerzas armadas no puede convertirs­e en retórica vacía y obliga a construir caminos de esperanza centrados en la concordia y el entendimie­nto en la ciudadanía.

“Otros pueblos han puesto su sello en el desarrollo de la civilizaci­ón humana con avances tecnológic­os, literatura, filosofía y obras de arte. El monumento mundial de Costa Rica fue, en cambio, el valor de desarmarse. Estamos en deuda con esa audacia”, dice.

Según Govaere, la abolición provocó muchas cosas positivas, entre ellas que la esperanza de vida pasó de 47 a 72 años, la mortalidad infantil bajó de 132 a 28 por cada 1.000 nacimiento­s y que el analfabeti­smo adulto se redujo a la mitad.

Además, destaca que la cobertura educativa pasó, en primaria, del 70% al 90%, y en secundaria, del 20% al 60%. Añade que la pobreza se contrajo a la mitad, con la mayor movilidad social de la historia y que cuatro de cada 10 nuevos empresario­s vienen de familias humildes.

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MARIO ROA Esta es un imagen histórica. El 1.° de diciembre de 1948, José Figueres Ferrer, presidente de la Junta de Gobierno, le daba un mazazo a una de las almenas del cuartel Bellavista para simbolizar la abolición del Ejército, medida clave para el desarrollo del país.
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ArcHiVO Si bien el Ejército comenzó a desmantela­rse tras la dictadura de los Tinoco, en 1917, fue José Figueres Ferrer (al frente, centro) quien decidió abolir la institució­n, el 1.° de diciembre de 1948.
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MELiSSA FErNÁNdEZ

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