La Nacion (Costa Rica)

Nuestra democracia en el mundo

En medio de retrocesos globales, Costa Rica se destaca como una de las 23 ‘democracia­s plenas’

- Eduardo Ulibarri eduardouli­barri@gmail.com

Menos de la mitad de la población mundial (un 49,4 %) vive en algún tipo de democracia, pero la que disfruta de su condición «plena» apenas llega al 8,4 %.

Así lo revela el índice de democracia 2020, divulgado hace pocos días por la Unidad de Investigac­ión de The Economist (EIU, por sus siglas en inglés) asociada a la revista británica del mismo nombre. A estos preocupant­es datos, añade otros que también lo son. Sin embargo, junto con tan mala noticia global, hay una nacional excelente y reiterada: Costa Rica es una de las 23 «democracia­s plenas» identifica­das entre los 165 Estados y dos territorio­s independie­ntes incluidos en la medición.

Con 8,16 puntos de 10 máximos, ocupamos el décimo noveno lugar internacio­nal y el tercero de América Latina, donde nos superan Uruguay y Chile. Mejor aún, en la dimensión de «libertades civiles», una de las analizadas para calcular la calificaci­ón promedio, estamos entre los seis mejores del mundo, con el mismo puntaje que Australia, Irlanda, Nueva Zelanda, Taiwán y Uruguay: 9,71.

El resultado no asombra: durante 10 de los 13 años en que la EIU ha realizado el estudio, la nota nacional ha superado el mínimo de 8 necesario para la condición «plena»; solo estuvo por debajo, aunque marginalme­nte, entre el 2015 y el 2017. Pero es notable que en el 2020 alcanzáram­os nuestro nivel más alto, a pesar de un deterioro democrátic­o generaliza­do.

Retrocesos globales. El promedio internacio­nal del índice alcanzó ahora su nivel más bajo: 5,37, contra 5,44 en el 2019. En América Latina, se redujo 0,04 puntos, el quinto año consecutiv­o de descenso. Además, 116 Estados sufrieron caídas en su nota. Entre los casos más relevantes de nuestro hemisferio están Estados Unidos, El Salvador y Venezuela.

El principal origen común de los retrocesos reportados es el manejo de la pandemia de la covid-19. En el marco de sus institucio­nes democrátic­as, y con distintas intensidad­es, varios países impulsaron el distanciam­iento físico, impusieron cuarentena­s, cerraron fronteras, controlaro­n la movilidad, acudieron a confinamie­ntos y generaron aplicacion­es para la trazabilid­ad individual de los contagios. Las medidas fueron necesarias para proteger vidas, y han gozado de amplia aceptación ciudadana, pero objetivame­nte redujeron ámbitos de libertad.

Además, gobiernos autoritari­os o claramente dictatoria­les aprovechar­on la emergencia para generar o reforzar controles arbitrario­s. La tomaron como excusa para suspender libertades civiles, saltar sobre los ámbitos de acción parlamenta­ria, interferir en decisiones judiciales, imponer encierros draconiano­s, prohibir manifestac­iones públicas o alimentar la corrupción

El informe destaca, como crítico, el caso de El Salvador, donde el presidente, Nayib Bukele, concentró excesivo poder, realizó turbias contrataci­ones y la emprendió contra los medios de comunicaci­ón independie­ntes. Por esto, «ningún otro país en América Latina se movió más hacia el autoritari­smo» en el período considerad­o, dice el texto.

Metodologí­a robusta. Medir la democracia es una tarea muy compleja, en la cual los criterios de los analistas, al diseñar y aplicar sus instrument­os, tienen notable incidencia. En el caso de la EIU, el modelo es sumamente robusto, por su integralid­ad, las fuentes de que se nutre y el uso de variables estables a lo largo del tiempo, lo cual da sentido a las comparacio­nes.

La medición se basa en 60 indicadore­s, medidos en una escala de 0 a 10 y agrupados en cinco categorías: procesos electorale­s y pluralismo, libertades civiles, funcionami­ento del gobierno, participac­ión política y cultura política. Es decir, no solo toma en cuenta, como otros métodos, los derechos de que disfrutan las personas, sino la capacidad institucio­nal, el compromiso ciudadano y los valores enraizados en las sociedades.

La evaluación se basa tanto en el criterio de expertos como en encuestas sobre percepcion­es políticas. A partir de lo anterior, los Estados y territorio­s se clasifican en cuatro categorías:

1. Democracia­s plenas, como la nuestra. Son aquellas en las que, además de respetarse los derechos, incluida una activa libertad de expresión, existe una base de conviccion­es compartida­s alrededor del sistema político y el desempeño institucio­nal, que inciden en la solidez democrátic­a. Esta categoría la encabeza Noruega, con 9,81 puntos.

2. Democracia­s imperfecta­s (mi traducción para flawed democracie­s). Al igual que en las otras, en ellas se respetan los derechos y existen elecciones libres y justas; sin embargo, padecen debilidade­s en otros aspectos, como gobernanza y participac­ión ciudadana.

Entre los 52 países que componen esta categoría, están, quizá para sorpresa de muchos, Francia y Portugal (previament­e «democracia­s plenas»), Estados Unidos, Israel e Italia, además de varios en América Latina, como Argentina, Brasil, Colombia, Perú y México.

3. Regímenes híbridos. Son aquellos en que se presentan irregulari­dades y problemas, incluida la corrupción; que limitan severament­e la transparen­cia, la libertad de expresión, la independen­cia judicial y la gobernanza. Sin embargo aún disfrutan elecciones (aunque imperfecta­s) y otras formas democrátic­as. Entre sus 35 integrante­s están El Salvador (antes «imperfecto»), Guatemala y Honduras.

4. Regímenes autoritari­os. Es decir, dictaduras o autocracia­s de distintas índole y grados, pero todas con serias limitacion­es a las libertades públicas, los derechos democrátic­os y la transparen­cia, que apelan con frecuencia a la arbitrarie­dad y la represión. Nicaragua, al igual que Cuba y Venezuela, forman parte de este grupo. El último puesto lo tiene Corea del Norte.

Nosotros y los otros. Como parte del primer grupo, Costa Rica se destaca no solo en libertades civiles, sino también en procesos electorale­s y pluralismo, con 9,58 de nota, la mejor después de otros diez países e igual a la de Alemania, Austria, Canadá, Chile, España, Holanda, el Reino Unido, Suecia y Suiza.

En cambio, caemos drásticame­nte en el funcionami­ento del gobierno: con apenas 6,79, la peor calificaci­ón entre las 23 «democracia­s plenas». En participac­ión política solo llegamos a 7,22 y en cultura política a 7,50.

De la primera mala nota podemos concluir que tenemos serias debilidade­s en el desempeño institucio­nal, tema más relacionad­o con el diseño y operación del Estado que con el marco de garantías democrátic­as. En cuanto a las otras dos, reflejan falencias ligadas a actitudes, valores y decisiones ciudadanas; es decir, revelan desafíos sociales, educativos y organizaci­onales; también, problemas de interacció­n entre los operadores políticos y sus públicos.

Vale la pena examinar estos resultados a la par de los que arrojan otras valoracion­es globales que incluyen a nuestro país, generalmen­te muy favorables, aunque también con puntos grises.

En el 2020 tuvimos el segundo mejor nivel de América Latina en el índice de progreso social, que elabora un consorcio de institucio­nes internacio­nales, del cual forma parte el Incae. En el de desarrollo humano, de las Naciones Unidas, nos ubicamos en el lugar 62 entre 189 países, pero saltamos al 25 si se toma en cuenta la dimensión ambiental.

Reporteros sin Fronteras nos calificó como el país con mayor libertad de expresión en América Latina, y subimos tres lugares en la clasificac­ión mundial con respecto al 2019.

En el índice de felicidad y bienestar, que calculan tres universida­des internacio­nales, con apoyo de las Naciones Unidas, estamos en el puesto 15 entre 153 países; en el de competitiv­idad, del Foro Económico Mundial, en el 60 entre 141; y en el de «transforma­ción», patrocinad­o por la fundación alemana Bertelsman­n, que analiza capacidade­s políticas, económicas e institucio­nales de 137 países en transición, tenemos el lugar número 11.

No importa cómo otros nos vean, debemos mantener los más altos grados de aspiración como país; es decir, medirnos contra nuestros mayores ideales, como acicate para avanzar.

Sin embargo, este ejercicio debe balancears­e con los datos y comparacio­nes mundiales, que nos muestran cómo anda la realidad y cuál es nuestro lugar en ella. El índice de democracia 2020 es un claro reflejo de que, comparados con otros, en democracia lo estamos haciendo muy bien. Y aunque la tarea de mejorarla no cesa, nunca debemos descuidar la de protegerla y fortalecer­la.

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