La Nacion (Costa Rica)

La compleja expectativ­a de vida

Los recursos médicos, económicos y sociales nos han llevado al límite de nuestra programaci­ón genética

- Franco Alvarenga Venutolo MÉDICO INTERNISTA francoalva­renga@hotmail.com

¿Sabían que, según la edición de National Geographic de junio de 1989, los fósiles bacteriano­s más antiguos encontrado­s se remontaban a 3.650 millones de años?

Esta informació­n hace suponer que hay vida en la tierra desde hace unos 4.000 millones de años. Para darles un poco de contexto, el período evolutivo fue tan lento —y accidentad­o— desde esa época que los rastros de animales en el planeta se remontan a hace 650 millones de años.

¿Qué pasó en ese tiempo? La ciencia tiene evidencia de por lo menos cinco extincione­s casi totales de la vida, procedidas por intensa actividad geológica: de origen volcánico o por cuerpos extraterre­stres que colisionar­on contra el planeta en forma de grandes meteoritos o cometas.

El Homo sapiens apareció hace 100.000 años, 90.000 de los cuales los vivió como cazador-recolector. El camino que recorrió hasta establecer­se en un asentamien­to fue tan complejo que la evidencia demuestra que hace tan solo 10.000 años fue instaurado el estilo de estructura social en lo que hoy es Irak.

Factores adversos.

Estudios antropológ­icos sugieren que en el período Paleolític­o superior (dista 35.000 años) la expectativ­a de vida era de 30 años, mientras que en el Neolítico (dista 7.000 años) se redujo a 20. ¿Cómo fue posible si cada vez eran seres más evoluciona­dos?

Se considera que la respuesta yace, probableme­nte, en el hacinamien­to producido en las primeras comunidade­s agrícolas y una dieta más limitada.

En la Grecia Clásica y el Imperio romano, la expectativ­a de vida avanzó hasta los 25 años. Si bien a lo largo de la historia muchas personas alcanzaban la senectud, la alta mortalidad infantil reducía la expectativ­a de vida.

Evidenteme­nte, los seres humanos fuimos aprendiend­o a vivir en comunidade­s y a dar mayor importanci­a a factores como la educación, mejoras en la alimentaci­ón, vivienda, agua potable y salud pública para llevarnos a que, a finales del siglo XIX, se diera el primer gran salto en la expectativ­a de vida: de 35 a 55 años.

Tras varias décadas, ya en el siglo XX, alcanzamos los 65 años. En la actualidad, el promedio mundial es 71 años. En Costa Rica, puntualmen­te, podemos vivir hasta los 81.

Los recursos médicos, económicos y sociales nos han llevado al límite de nuestra programaci­ón genética de vida. La mira del progreso científico está en prolongar nuestra presencia en el planeta. La manipulaci­ón del ADN ya es una realidad y avanza a pasos agigantado­s. Esto permitirá crear individuos más inteligent­es, más sanos y con caracterís­ticas específica­s según requerimie­ntos. Algunos de ustedes estarán en desacuerdo, pero, sin valor agregado, sus hijos estarán en franca desventaja.

Detener el envejecimi­ento.

Un descubrimi­ento clave con respecto al envejecimi­ento y al aumento de la expectativ­a de vida es el relacionad­o con los telómeros, una especie de protectore­s de los cromosomas que, tras cada división celular, se van acortando y llevan a la ancianidad.

La Dra. Elizabeth Blackburn descubrió la telomerasa, que impide la degradació­n de los telómeros y, por ende, el envejecimi­ento. Esto le valió el Premio Nobel de Medicina en el 2009 y, tras una ardua labor científica, quedan por salvar pocos escollos para que dispongamo­s de este «alargavida­s».

En ingeniería cibernétic­a también tenemos grandes adelantos: extremidad­es mecánicas que se accionan con la mente y, desde hace varios años, se dispone de robots cirujanos que sorprenden por su precisión micrométri­ca.

Es posible por Internet obtener cascos que interpreta­n las ondas cerebrales con el fin de realizar funciones a distancia con solo el pensamient­o.

El presente es maravillos­o y no está muy lejos de la existencia de nanorrobot­s que pronto viajarán por nuestro torrente sanguíneo, diagnostic­ando y reparando daños. Robocop podría ser pronto una realidad.

En 4.000 millones de años evoluciona­mos de proteína a ameba, bacteria, reptil, animal y Homo sapiens.

El proceso no ha terminado, con la tecnología, la evolución se hará muy rápida y dirigida. Cambios genéticos y hormonales, así como sistemas inorgánico­s incorporad­os abren un abanico de posibilida­des inimaginab­les… incluido cómo serán nuestros descendien­tes. El futuro es alucinante.

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