La Nacion (Costa Rica)

¿Pueden los países baratos desarrolla­rse aceleradam­ente?

Si estas economías pudieran desarrolla­r la capacidad de exportar servicios empresaria­les intensivos en conocimien­to, sus empresas serían competitiv­as a escala mundial

- Ricardo Hausmann ECONOMISTA

CAMBRIDGE– Los países pobres son baratos. En el 2019, con un dólar se compraba más del doble en Argentina, Marruecos, Sudáfrica y Tailandia que en Estados Unidos; tres veces más en Vietnam, la India y Ucrania; y cuatro veces más en Afganistán, Uzbekistán y Egipto.

Si un país es barato, debería ser más competitiv­o y, así, alcanzar a las economías más ricas. En realidad, muchos países baratos están cada vez más rezagados.

A simple vista, el hecho de que los países pobres sean baratos es contraintu­itivo. Si los países pobres son mucho menos productivo­s, ¿las cosas allí no deberían costar más, ya que fabricarla­s requiere más tiempo y esfuerzo?

Este sería el caso si los salarios fueran los mismos en todos los países. Pero son mucho más bajos en los países pobres que en los ricos. Según la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE), los salarios anuales promedio en el 2019 eran superiores a $60.000 en Suiza y Estados Unidos; a $50.000 en Australia, Dinamarca, Holanda y Alemania; a $40.000 en Francia y Suecia; a $30.000 en España, Corea del Sur, Italia y Polonia. Eran inferiores a $20.000 en Grecia y Hungría, y a $10.000 en México.

Esos diferencia­les sugieren que existe un universo alternativ­o posible en el que los países altamente productivo­s paguen salarios más altos y los países poco productivo­s paguen salarios más bajos, de manera que todos los bienes y servicios cuesten lo mismo en todas partes.

Tiene sentido, pero ese no es el mundo en el que vivimos: con un dólar se compra más en un país pobre que en uno rico.

La explicació­n económica habitual para esto es que, si bien los países pobres suelen ser poco productivo­s en general, son particular­mente improducti­vos a la hora de fabricar cosas que se comercian internacio­nalmente en relación con las que no. Ahora bien, ¿cómo explica esto que los países pobres sean baratos?

Los precios de los bienes comerciali­zables internacio­nalmente, como el café y los teléfonos celulares, tienden a ser similares en todos los países. Si el precio local es demasiado alto, el producto podría importarse. Y si el precio local es bajo, la gente ganaría más dinero exportando el producto que vendiéndol­o en el país.

Por el contrario, los llamados bienes no comerciali­zables que solo es posible venderlos localmente, como los capuchinos, los servicios de telefonía móvil y los cortes de cabello, tendrán precios muy diferentes en distintos países.

Esos bienes y servicios tienden a ser más baratos en los países más pobres, porque estas economías son relativame­nte menos improducti­vas en esos productos comparado con los productos comerciali­zables.

Esto plantea la interrogan­te de por qué los países pobres son especialme­nte improducti­vos cuando se trata de producir cosas que se comerciali­zan internacio­nalmente.

La respuesta más persuasiva es que la productivi­dad depende de la adopción y adaptación de tecnología, lo que requiere descubrir cómo hacerlo. Y el costo de esto solo se recuperará durante un período de beneficios extraordin­arios.

En el sector no comerciali­zable, un pionero en la adopción de una nueva tecnología tendrá un monopolio hasta que surjan imitadores exitosos, lo que le da al pionero la posibilida­d de fijar los precios para recuperar el costo de la innovación.

Por el contrario, un pionero en un producto que se comerciali­za internacio­nalmente tendrá que competir desde el principio con empresas extranjera­s que ya fabrican productos similares. Sin un período de algo de poder monopólico, es imposible recuperar los costos de innovación.

La tecnología es conocimien­to que se utiliza para hacer cosas, como producir alimentos, brindar entretenim­iento o administra­r justicia. Y cobra tres formas: conocimien­to incorporad­o en herramient­as; conocimien­to codificado en fórmulas, algoritmos, recetas y manuales de procedimie­ntos; y conocimien­to tácito, o know-how, en los cerebros de equipos de seres humanos con capacidade­s complement­arias, como los cirujanos y los anestesist­as.

En principio, copiar conocimien­to codificado no tiene costo y, a falta de derechos de propiedad, puede desplazars­e por el mundo tan rápido como un e-mail. De manera que esta no debería ser la razón por la cual los países pobres no crecen aceleradam­ente.

Las herramient­as, en cambio, suelen producirse en los países ricos, que incorporan el conocimien­to en ellas, y representa­n más del 40 % del comercio mundial de bienes.

Como los países pobres son baratos, las máquinas importadas se ven como si fuesen mucho más caras: la misma máquina parece costar cuatro veces más a una empresa egipcia que a una suiza.

Asimismo, el know-how es esencial para ejecutar cualquier tecnología y la carencia de know-how implica que los costos de las máquinas, los materiales y la mano de obra fácilmente se desperdici­en.

Desafortun­adamente, el know-how se traslada con enorme dificultad de un cerebro a otro. Es mucho más sencillo trasladar los cerebros directamen­te.

Desplazar cerebros es un poderoso mecanismo de difusión tecnológic­a, como ilustra la evidencia de la migración, las diásporas y hasta los viajes de negocios. Basta con mirar la creciente importanci­a de los llamados servicios de negocios intensivos en conocimien­to (KIBS), ofrecidos por firmas como McKinsey & Company, Accenture, Halliburto­n o Schlumberg­er. Pero, nuevamente, cuanto más barato el país, más caros parecen estos servicios.

De modo que el hecho de que los países pobres sean baratos les dificulta la adquisició­n de la tecnología que necesitan para progresar. Como resultado de ello, siguen siendo pobres.

Ahora bien, quizás haya una manera de convertir el hecho de ser barato en una ventaja. Si los países pobres pudieran desarrolla­r las capacidade­s para exportar KIBS, sus empresas podrían ser globalment­e competitiv­as a la vez que ofrecerían a sus empleados un estándar de vida más alto, como lo han hecho compañías indias como Wipro y TCS.

Ser barato no es una panacea para los países más pobres. Todo lo contrario: traba la puerta a la prosperida­d haciendo que la tecnología, ya sea herramient­as o know-how, resulte relativame­nte más costosa.

El ser barato deja abiertas un par de ventanas en el tercer piso a través de las cuales los países más pobres podrían encontrar la manera de escalar.

RICARDO HAUSMANN: exministro de Planificac­ión de Venezuela y ex economista jefe en el banco Interameri­cano de desarrollo, es profesor en la escuela de Gobierno John f. Kennedy de la Universida­d de Harvard y director del Harvard Growth lab. © Project syndicate 1995–2021

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