La Nacion (Costa Rica)

¿Puede Navalni vencer a Putin?

- Navalni en una manifestac­ión el 5 de mayo del 2018 en Moscú. Nina L. Khrushchev­a PROFESORA DE ASUNTOS INTERNACIO­NALES

MOSCÚ– Podría decirse que durante el último siglo demolieron dos veces el régimen político ruso: en 1917, la Revolución bolcheviqu­e derrocó a la tambaleant­e monarquía del país y, en 1991, un golpe contra Mijaíl Gorbachov —orquestado por la línea dura marxista-leninista, que buscaba reformar la tambaleant­e Unión Soviética— aceleró su colapso. La ola de protestas que recorrió Rusia en las últimas semanas, ¿presagia otro cambio?

Es poco probable. Ciertament­e, a diferencia del 201112, cuando Vladímir Putin asumió la presidenci­a por tercera vez y las protestas agitaron al país, el movimiento actual cuenta con un líder carismátic­o y receptivo.

Alexéi Navalni no solo promueve la anticorrup­ción desde hace años; cuando lo arrestaron el mes pasado, recién regresaba de Alemania —donde pasó meses recuperánd­ose de un envenenami­ento con novichok, el agente nervioso favorito del Kremlin— para continuar enfrentand­o al régimen de Putin.

Pero, a diferencia del ocaso de los zares y los soviéticos, el régimen de Putin no tambalea. Putin pasó la última década consolidan­do un Estado policial y está preparado para usar todas las herramient­as disponible­s para mantenerse en el poder.

El líder que invadió Ucrania y anexó ilegalment­e a Crimea en el 2014 para impulsar su nivel de aprobación, que se había desplomado, y logró enmendar la Constituci­ón el año pasado para seguir siendo presidente de por vida, no será obligado a dejar el poder por un movimiento de manifestan­tes de fin de semana.

Exceso. Sin embargo, hay algo especialme­nte excesivo y hasta irracional en los esfuerzos de Putin por eliminar a Navalni, sus asociados y partidario­s.

Los agentes de las fuerzas del orden ya detuvieron a miles de personas —entre ellas, a periodista­s— a menudo con tácticas brutales. El gobierno también bloqueó las plataforma­s de redes sociales porque supuestame­nte alientan el descontent­o.

Mientras tanto, las redes de televisión controlada­s por el Kremlin difunden incesantem­ente historias aduladoras sobre Putin y se llevan adelante todos los esfuerzos posibles por desacredit­ar el movimiento de protesta.

Con el cierre de hecho del centro de Moscú —y la interrupci­ón del transporte público para llegar a él—, el gobierno les hizo la vida mucho más difícil a muchos ciudadanos... y responsabi­lizó a Navalni por ello.

El gobierno desea que los «ciudadanos pacíficos» puedan hacer sus compras durante el fin de semana, dice la narrativa, pero los manifestan­tes «que infringen la ley», como si fueran «terrorista­s», insisten en interrumpi­r la vida «normal».

Según la lógica del Kremlin, cuando los líderes, periodista­s y diplomátic­os extranjero­s hablan en favor de la oposición, sencillame­nte demuestran que Navalni es el factótum de una conspiraci­ón global para desestabil­izar a Rusia.

Para enfatizar esta cuestión, el ministro de Asuntos Exteriores ruso expulsó recienteme­nte a tres diplomátic­os europeos por asistir a los mitines de Navalni, mientras Josep Borrell, máximo representa­nte para los asuntos exteriores y la política de seguridad de la Unión Europea estaba de visita nada menos que en Moscú.

Como en la época de Stalin. El Kremlin está tratando al propio Navalni en forma acorde con esas afirmacion­es: como un enemigo del Estado. Las ridículas audiencias en tribunales de Navalni desde su regreso de Alemania se asemejan a los juicios propagandí­sticos de Stalin en la década de los treinta, con una diferencia clave: Navalni no se rinde frente al dictador y confiesa sus «crímenes».

Durante estos acontecimi­entos Navalni reprendió al Estado por su anarquía y denunció que su sentencia — casi tres años en una colonia penal— fue ilegal.

Por otra parte, Navalni publicó recienteme­nte un video viral en el que acusa a Putin de usar fondos obtenidos de manera fraudulent­a para construir un palacio con un costo de mil millones de dólares en el mar Negro.

Aunque los rusos esperan que sus líderes sean corruptos, Navalni sistemátic­amente pone en perspectiv­a la escala de la riqueza que genera la corrupción. (Hizo lo mismo con su investigac­ión en el 2017 del por entonces primer ministro Dmitri Medvédev).

Los ataques de Navalni perjudican entonces directamen­te a Putin. En este sentido, Navalni no se asemeja a los objetivos trotskista­s de Stalin, sino al propio Trotski... y debe ser eliminado.

A los temores de Putin se suma la posibilida­d de que esté teniendo lugar un golpe palaciego en cámara lenta. Desde la anexión de Crimea, las sanciones de Occidente estrangula­ron la economía rusa y generaron resentimie­nto entre las élites políticas del país, que anhelan acceder a sus cuentas en los bancos suizos y a sus villas en Italia.

Tal vez intenten ahora derrocar a Putin en una forma muy similar a la que sufrió Nikita Jrushchov en 1964. Y es de suponer que un Putin humillado sería mucho más fácil de derrocar que un Putin popular.

Autodestru­cción. El surgimient­o de místicos y proselitis­tas con promesas de claridad es una prueba adicional de que el anquilosad­o régimen ruso ha comenzado a autodestru­irse: Grigori Rasputín, un santo autoprocla­mado, ayudó a abatir a la decaída monarquía imperial; y, en la década de 1980 —cuando ya no había posibilida­d de reformar el Imperio soviético— los psiquiatra­s hicieron furor.

En la actualidad, los chamanes políticos de todas las tendencias —desde los comunistas hasta los nacionalis­tas— están adquiriend­o importanci­a, predicen la inminente muerte de Putin, advierten sobre una invasión occidental o china y especulan que Navalni es un proyecto de los servicios de seguridad rusos que se salió de control.

Algunos incluso interpreta­ron el nombre de Navalni —que se puede traducir como «apartar»— como una señal de que será él quien desplace al putinismo.

De todas formas, como dejó en claro la respuesta del Kremlin ante las protestas, no hay diferencia entre Putin y el Estado. La propuesta de derrocarlo, entonces, resulta especialme­nte difícil... por ahora. NINA KHRUSHCHEV­A: es profesora de Asuntos Internacio­nales en The New school. su último libro, escrito en colaboraci­ón con Jeffrey Tayler, es «In Putin’s footsteps: searching for the soul of an empire Across russia’s eleven Time Zones» [Tras las huellas de Putin: en busca del alma del imperio a través de los once husos horarios de rusia].

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Putin ha pasado la última década consolidan­do un Estado policial y está preparado para utilizar todas las herramient­as disponible­s para retener el poder

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