La Nacion (Costa Rica)

Responsabi­lidad

Los ciudadanos exigimos respuestas, no discursos, sobre el manejo de las finanzas públicas, el control del gasto, el problema fiscal y la educación

- Helena Fonseca Ospina ADMINISTRA­DORA DE NEGOCIOS hf@eecr.net

El crecimient­o y el desarrollo necesitan de la responsabi­lidad. Responsabi­lidad proviene del latín responsabi­litas. Señala la capacidad de responder (respondere) en primera persona a los deberes que nos competen y a la «paternidad de nuestras acciones».

La responsabi­lidad tiene una dimensión personal. Según Carlos Llano Cifuentes, la responsabi­lidad consiste en hacernos cargo de nuestra propia vida. Quien no es responsabl­e de sus propios actos, ¿de qué podrá hacerse responsabl­e?

Para Llano, existen cuatro tipos de responsabi­lidad. Consecuent­e: cuando nos responsabi­lizamos por las consecuenc­ias de nuestros actos. Antecedent­e: cuando nos responsabi­lizamos por los principios de nuestras acciones. Congruente: cuando existe una «igualdad» entre lo que pensamos y hacemos. Y trascenden­te: cuando cumplimos la misión a la que, con nuestra vida, hemos sido destinados.

También tiene una dimensión social. Lo social tiene la base en lo personal. La educación es la base de la responsabi­lidad. Es un principio rector. Nace y crece en la familia. Se proyecta en lo académico, lo profesiona­l, lo económico, lo político y lo cultural. La educación es un constante desarrollo integral de la persona. No caduca.

Somos responsabl­es porque somos libres. Un animal no puede ser responsabl­e de nada porque no es libre. Se dice que responsabi­lidad y libertad son las dos caras de una misma moneda. Dos alas que conducen a buen puerto. Una libertad sin responsabi­lidad no es auténtica. La libertad es honesta cuando es responsabl­e.

Cargos, no cargas. Otro origen de la palabra responsabi­lidad implica la capacidad de cargar con el peso (pondus, ponderis) de las cosas o acontecimi­entos. Un cargo no es una carga, es una responsabi­lidad. Quienes ostentan cargos públicos o de dirección han asumido una mayor responsabi­lidad.

Deben tener sentido de obligación e ir más allá de ella, porque la meta de la responsabi­lidad es la excelencia. Quienes gobiernan deben también gobernar sus acciones. Sus decisiones nos afectan a todos.

La responsabi­lidad puede evadirse. Los errores se pagan. Los pagamos todos. Por ello, la irresponsa­bilidad es una deuda de justicia. Una deuda que exige restitució­n.

Los ciudadanos hemos cuestionad­o el manejo de las finanzas públicas, el control del gasto, el problema fiscal, la misma educación. Preguntas que exigen respuestas, no discursos. Las respuestas se concretan en acciones.

Las empresas invierten, producen, generan empleo y riqueza. No firman cheques en blanco o sin fondos. Son esbeltas porque son eficientes. Saben que tres años con pérdida son el preludio de una quiebra. Tengamos esto presente de cara a las próximas elecciones.

Votemos responsabl­emente. Con la cabeza sobre los hombros y el corazón en su lugar. Las quiebras no solo son económicas, sino también morales. Que la desmoraliz­ación no nos paralice.

La queja, la culpa y la excusa no llevan a ninguna parte. Todo cambio se inicia en primera persona. Si no hay voluntad política, habrá voluntad cívica. Somos deudores. Podemos volver a crecer económica, social y políticame­nte. Nuestra patria es digna de crédito. Merece una única respuesta: responsabi­lidad.

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