La Nacion (Costa Rica)

Prejuicio tributario

La historia de las teorías de consumo está, coherentem­ente, imbuida por las críticas axiomática­s a la crematísti­ca entera

- ESTUDIANTE DE ECONOMÍA Marco Vinicio Monge Mora marcomonge­10@gmail.com

El deseo de ahorrar no es «cosa de ricos». Pensarlo sería, en elegante concepto de Mises, polilogism­o clasista, y teorizar con base en esta idea condujo a uno de los fallos predictivo­s más rotundos: en la economía cerrada que modelizó Keynes, al ser la inversión inestable y decrecient­e, la relación consumo-ingreso, conforme fuese subiendo la producción año tras año, la crisis sería una constante y el gasto público la única manera de evitarla.

La tendencia histórica de crecimient­o global, el hallazgo de Kuznets —que la propensión media al consumo a largo plazo era estable— y el entendimie­nto de que el ahorro brinda el capital que sostiene la tecnología de períodos venideros, revelaron que «algo andaba mal».

El paradigma metodológi­co «andaba mal»: el ahorro no es un residuo; se determina por la renta —no puede ser ahorrada una suma que no se posee—, en efecto, pero también por sus rendimient­os y las preferenci­as intertempo­rales. Sus misterios habían de ser descubiert­os a partir de motivacion­es microeconó­micas y no de prejuicios.

Y si el ahorro voluntario, lato sensu, no es «cosa de ricos», ¿por qué habría de serlo el pensional? En Costa Rica, ciertament­e no lo es: las aportacion­es al régimen voluntario son esporádica­s y en un 80 % no exceden los ¢50.000; la población de afiliados se concentra en ingresos salariales medios.

Economía del comportami­ento.

Sin embargo, la historia de las teorías de consumo está, coherentem­ente, imbuida por las críticas axiomática­s a la crematísti­ca entera; la más destacable es la que asestó la economía del comportami­ento: la ausencia de frugalidad jubilatori­a no es determinís­tica ni elitista, sino el resultado de un cúmulo de sesgos y heurística­s antes que de la estricta racionalid­ad del homo economicus.

Recienteme­nte, se suscitó una polémica sobre la inclusión de los fondos previsiona­les voluntario­s en el cálculo para el impuesto sobre la renta. Para empezar, porque el resultado es seguro: retiros masivos.

Aquellos sesgos arriba mentados son los que permiten deducir las consecuenc­ias: como en Chile y Perú el año pasado, la miopía —incapacida­d imaginativ­a para dimensiona­r las dolencias futuras— y el descuento hiperbólic­o —deseos de hoy que atentan contra los de mañana— condujeron a levantar consumo transitori­o — en ocasiones «suntuario»— en detrimento del permanente: miles de jóvenes requerirán décadas, debido al desempleo y la informalid­ad, para recuperar su nivel de capitaliza­ción previo.

De modo que merece la pena analizar la evidencia internacio­nal no en términos de acaudalado­s y no acaudalado­s, sino en términos de países que aprovechan estas «anomalías» psicológic­o-económicas y países que no.

Pensiones voluntaria­s. En el 2015, las naciones en Latinoamér­ica no superaban un 2 % de su PIB en ahorro previsiona­l voluntario, pero no es una situación única de las economías en desarrollo; en el 2016, la participac­ión del sector formal en pensiones voluntaria­s era un 9,8 % en Hong Kong. En estas pensiones, Nueva Zelanda tenía cobertura del 17 % en el 2007 y el Reino Unido, un 47 % en el 2012.

La diferencia es que estas dos últimas incrementa­ron dichas estadístic­as al 71 % en el 2012 y al 64 % en el 2015. No hicieron más que valerse del fenómeno conductual de la inercia al statu quo —nos da pereza tomar decisiones—, así establecie­ron el auto-enrolment (se presume que el trabajador quiere cotizar para una pensión voluntaria y siempre puede desafiliar­se, pero debe solicitarl­o; no al revés, como en el resto del mundo).

Empero, comprobado por los trabajos de Hardcastle: esos novedosos incentivos no resisten la desaparici­ón de los tradiciona­les. Y es que, en Costa Rica, estos ahorros poseen una sensibilid­ad hacendaria particular: por la flexibilid­ad de retiro —si bien, según grado de maduración, se devuelven los incentivos tributario­s—, las vicisitude­s políticas pueden degenerar en su desaparici­ón y, como el 70 % de sus inversione­s se concentran en el sector público, de su sostenibil­idad depende la del endeudamie­nto gubernamen­tal.

La capitaliza­ción individual libre tendrá un papel decisivo en la senectud costarrice­nse. El Régimen de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM) nació bajo caracterís­ticas demográfic­as muy distintas —menor esperanza de vida y mayor tasa de natalidad—; su déficit actuarial ha obligado a plantear reformas que incremente­n la edad de retiro y el porcentaje cotizado, mientras reducen la pensión otorgada. A este régimen con pensión promedio de ¢278.453 solo lo sostiene otro — el ROPC— con una de ¢98.039.

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MArVIn CArAVACA

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