El silencio
El silencio brilla por su ausencia para quienes somos vecinos de restaurantes y bares. Padecemos de un intruso en nuestro hogar. Nos impide descansar y recuperarnos del trabajo y ajetreo semanales. Compromete nuestro espacio personal y familiar. Nuestra coexistencia.
Este padecimiento me llevó a retomar la lectura del libro El silencio de Miguel Ángel Martí García. Soy amiga del silencio y quería navegar en su significado. Buscarlo dentro de mí, ya que afuera era impensable.
Interiorizar es una aventura para este filósofo. Existe un encanto en el mundo interior. No todo gravita en el mundo exterior. Compaginar
ambos mundos es un arte, el arte de vivir la vida y mirarla desde cierta distancia. Aprender a contemplarla. No podemos detener el tiempo exterior, pero quizás sí el tiempo interior para pensar y dirigir la propia vida. Ella es don y tarea. La gran tarea. Somos un proyecto.
Frente a la civilización del ruido y el aturdimiento anhelamos rodearnos de lugares «donde acampe el silencio». Pensamos en el mar, las montañas, la noche o ese jardín interior que requiere cultivo: nuestra intimidad.
El recogimiento, la serenidad y el sosiego son otra «filosofía de vida». «Morimos cuando las cosas dejan de decirnos algo». El detalle no es algo irrelevante. Tampoco lo son los matices. Debemos reivindicar la cultura del silencio en la del ruido, afirma el autor. En ella cultivamos el espíritu y la sensibilidad para no dejar de asombrarnos ni de vibrar ante la belleza de la vida.
Somos testigos y a veces víctimas del activismo, de las prisas y de constantes búsquedas exteriores. «Lo importante no es tener muchos puertos a donde llegar, sino discernir en cuál de ellos está nuestra propia casa».
El ser precede al hacer y tener. El silencio no es aburrimiento. Tampoco egoísmo ni rechazo. Es un bosque donde se respira libertad. Donde podemos ver con los ojos cerrados. Donde se renueva y estrena la existencia. Se madura y adquiere equilibrio interior en ese ejercicio de aprender a acompañarse a uno mismo para pensar por cuenta propia. La reflexión precisa tiempo y espacio.
Tengo un cariño por mi barrio que nos vio crecer. En mi hogar, como en tantos, no se respira precisamente mucho silencio. Hay risas, música, danza, conversaciones. También hay trabajo y estudio.
Un intruso nos impide descansar y recuperarnos del trabajo y ajetreo semanales
Cinco jóvenes no nos dejan envejecer. Tampoco sus amigos. Cada instante es un don, un regalo.
Me causa dolor, cada mañana, ver tantas bolsas de basura abiertas por quienes tienen hambre. Hambre de compañía, de dignidad, porque llevan en silencio su soledad. Respetar el silencio ajeno es una manifestación de humanidad, de grandeza.
Necesitamos del silencio en estos vientos de cambio. El silencio, el lenguaje del encuentro, no del desencuentro. Y como bien decía un poeta francés: «Los pensamientos son pájaros que cantan solo cuando están en el árbol del silencio». Invitemos a este amable huésped a nuestras vidas, a nuestra casa: la bella presencia del silencio.