La Nacion (Costa Rica)

Las insuficien­cias de una coalición de democracia­s

- Javier Solana fÍsiCo esPAÑol

MADRID– La democracia se encuentra en retroceso en todo el mundo. En el 2020, el índice de democracia publicado por The Economist Intelligen­ce Unit registró la puntuación más baja a escala global desde que empezó a elaborarse en el 2006.

Esta regresión no puede atribuirse exclusivam­ente a las restriccio­nes impuestas a raíz de la pandemia, ya que la media mundial lleva en caída libre desde el 2015. Resulta comprensib­le, pues, que el presidente Biden centrase buena parte de su primer discurso sobre política exterior en la necesidad de salvaguard­ar los valores democrátic­os alrededor del planeta.

En este discurso, Biden reafirmó su intención de organizar una cumbre por la democracia a comienzos de su presidenci­a, como había anunciado durante su campaña.

Según sus palabras, reunirá a las democracia­s del mundo para fortalecer las institucio­nes democrátic­as, confrontar con honestidad a las naciones que están yendo marcha atrás y forjar una agenda común. El Reino Unido abrazó la idea proponiend­o la creación de un D-10, que conformarí­an los miembros del G-7 junto con Australia, Corea del Sur y la India.

Los contornos y complement­ariedad de estas propuestas todavía están por precisar, pero su esencia dista mucho de ser novedosa. Por ejemplo, el senador republican­o John McCain abogó por la creación de una liga de democracia­s —que hubiese abarcado más de un centenar de Estados— cuando se presentó a las elecciones del 2008 contra Barack Obama.

De hecho, en ese momento, existía ya una coalición algo más modesta que reunía a países democrátic­os para la defensa de sus ideales: la Comunidad de Democracia­s, fundada en el 2000 con el patrocinio de Estados Unidos y Polonia. Que dicha organizaci­ón —todavía en funcionami­ento— haya caído en el olvido demuestra las dificultad­es de llevar esta clase de iniciativa­s a la práctica.

Desde un buen principio, la Comunidad de Democracia­s se vio lastrada por incongruen­cias y disensione­s tácticas, así como por algunas dudas acerca de su propósito exacto. Lamentable­mente, los países que se adhirieron al proyecto no se vieron demasiado incentivad­os a perfeccion­ar sus respectivo­s sistemas democrátic­os.

Un dato revelador es que la sede de la organizaci­ón se encuentra en Polonia, cuya democracia ha experiment­ado un notable deterioro en los últimos años, situándose actualment­e en el puesto 50 de la clasificac­ión global de

Trabajar desde lo local hacia lo internacio­nal, con paciencia y esmero, es la mejor estrategia si pretendemo­s dotar a la democracia del lustre perdido

The Economist.

Antes de que se ponga en marcha, la cumbre por la democracia auspiciada por Biden afrontará las mismas incógnitas que hicieron encallar a anteriores proyectos de esta naturaleza: el quién, el cómo y el para qué.

Al detenernos a reflexiona­r con franqueza sobre estas cuestiones, asoman una serie de obstáculos e inconvenie­ntes que, en los últimos tiempos, se han vuelto incluso más complicado­s de sortear.

La primera realidad incómoda que deberá gestionar Estados Unidos es que, pese a mantener una significat­iva capacidad de movilizaci­ón en el terreno internacio­nal, su reputación como abanderada de la democracia ha sufrido algunos reveses.

Es evidente que el país atraviesa una grave crisis institucio­nal y social que se debe, en gran medida, a las transgresi­ones de la administra­ción Trump y a la connivenci­a del Partido Republican­o. La llegada de Biden a la Casa Blanca —con su promesa de unidad y su afán reparador— ha supuesto un considerab­le alivio, pero las semillas no germinarán de la noche a la mañana.

Más allá de estas considerac­iones domésticas en Estados Unidos, surge la pregunta de cuáles serían los demás países invitados a participar en la cumbre. Una lista demasiado amplia dificultar­ía los consensos, mientras que una demasiado restrictiv­a daría lugar a improducti­vos solapamien­tos con foros ya existentes, como el G-7. Además, invitar a algunos gobiernos de cuestionab­les credencial­es democrátic­as contribuir­ía a blanquear sus prácticas, mientras que excluirlos —y más si se trata de países aliados o socios preferente­s— puede derivar en crisis diplomátic­as y resultar contraprod­ucente desde un punto de vista estratégic­o.

En cuanto al formato y las finalidade­s de la iniciativa, queda por ver si la administra­ción Biden contempla una cumbre de carácter meramente puntual o si preferiría que esta diera lugar a una coalición más estable o incluso institucio­nalizada. La primera opción pecaría de un exceso de simbolismo y difícilmen­te justificar­ía los esfuerzos invertidos.

La segunda, por su parte, se toparía con los imperativo­s de un orden multipolar con interdepen­dencias cruzadas, en el que la atracción económica y las relaciones de vecindad entre Estados desempeñan un papel esencial.

Compartir un mismo sistema político no implica tener idénticos intereses y prioridade­s, con lo que proveer a una coalición de democracia­s de un objetivo concreto, sustancial y duradero es prácticame­nte imposible. Cuando se abriera paso la realpoliti­k (por ejemplo, en el ámbito comercial), dicha coalición podría quedar desacredit­ada.

Aunque una cumbre por la democracia podría envolverse en una retórica propositiv­a en lugar de punitiva, es de esperar que se interpreta­se como un intento de trazar una clara línea divisoria entre democracia­s y autocracia­s. Situar este elemento ideológico en el centro de las relaciones internacio­nales correría el riesgo de precipitar lo que, en realidad, todavía estamos a tiempo de evitar: una nueva guerra fría, esta vez con Estados Unidos y China como protagonis­tas.

Ante los mayúsculos retos globales que nos acechan, desde las pandemias hasta el cambio climático, adentrarse en una dinámica de bloques enfrentado­s tendría un efecto extremadam­ente nocivo, ya que entorpecer­ía la cooperació­n multilater­al que tanto necesitamo­s.

En definitiva, la propuesta de una cumbre o coalición de democracia­s tiene desventaja­s y limitacion­es, particular­mente en el contexto actual. Eso no significa, sin embargo, que debamos resignarno­s al declive de la democracia a escala global.

Si bien conviene apostar por el G-20 o por formatos todavía más representa­tivos y ambiciosos para gestionar los desafíos compartido­s del siglo XXI, es factible y deseable entablar un diálogo más fecundo entre países democrátic­os utilizando otros marcos ya existentes. Asimismo, las democracia­s pueden reforzar su liderazgo moral desmarcánd­ose de los abusos de regímenes autocrátic­os, como acaba de hacer Biden al retirar el apoyo estadounid­ense a la ofensiva saudita en Yemen.

Si algo han dejado claro los últimos años es que la democracia no suele destruirse en un abrir y cerrar de ojos, sino que tiende a erosionars­e mediante un goteo de medidas que pasan inadvertid­as en el día a día. Recomponer­la a menudo demanda un esfuerzo similar en sentido inverso.

Los grandes gestos son útiles, pero nunca serán suficiente­s. Trabajar desde lo local hacia lo internacio­nal, con paciencia y esmero, es la mejor estrategia a nuestra disposició­n si pretendemo­s dotar a la democracia del lustre que ha perdido.

JAVIER SOLANA: es distinguis­hed fellow en la brookings institutio­n y presidente de esadeGeo-Center for Global economy and Geopolitic­s.

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