La Nacion (Costa Rica)

Intereses universita­rios

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Una cosa son las aulas y la función formativa, y otra las manifestac­iones de las universida­des como corporacio­nes. Urge entender la diferencia.

Las universida­des públicas participan del debate nacional desde la posición de autoridad conferida por su condición de casas de enseñanza superior, pero sus manifestac­iones frecuentem­ente tienen otro carácter. Cuando hablan de salarios y beneficios laborales de su personal, responden a intereses gremiales. Cuando hablan de política pública, a menudo reflejan la opinión de grupos dominantes en su política interna.

Conviene recordarlo, sobre todo cuando pregonan su excepciona­lidad y extienden el concepto de autonomía para escapar a toda regulación. No son criterios técnicos, surgidos de sesudos ejercicios académicos, sino simples manifestac­iones en defensa de intereses muy concretos y preferenci­as políticas particular­es.

Una cosa son las aulas y la función formativa, y otra las manifestac­iones de las universida­des como corporacio­nes. Urge entender la diferencia para no confundirn­os cuando defienden sus estrechos intereses y opiniones. La confusión les permite identifica­r como «enemigos» de la educación superior a quienes exigen racionalid­ad en la inversión de los recursos destinados a ella.

Las universida­des nos aconsejaro­n dar la espalda al tratado de libre comercio con Estados Unidos y Centroamér­ica, le señalaron una larga lista de «inconstitu­cionalidad­es» y se hicieron eco de nociones erróneas pregonadas por los opositores del acuerdo. Las inconstitu­cionalidad­es no existían, los horrores no se materializ­aron y los aportes del comercio y la inversión extranjera son cada vez más obvios. A pocos se les ocurre argumentar por la marcha atrás y, en su momento, la oposición manifiesta por los centros de enseñanza superior no la compartían todos los académicos, quizá, ni siquiera la mayoría.

Otro centro de estudios se dio a la tarea de publicar, durante la administra­ción de Laura Chinchilla, índices de desempleo basados en factores distintos a los contemplad­os para estimar las estadístic­as oficiales. Cuando cambió el gobierno por uno más afín y la desocupaci­ón se mantuvo en niveles parecidos, la nueva «metodologí­a» cayó en el olvido.

Los ejemplos son muchos, pero la distancia entre el criterio reposado, nacido del estudio, y la defensa del interés personal se agiganta cuando la discusión se centra en los beneficios laborales. Poco importa la segura insuficien­cia del Fondo Especial para la Educación Superior a la vuelta de pocos años, los privilegio­s se mantienen y los rectores convocan manifestac­iones, con asueto y otras ventajas, para defenderlo­s.

La última de esas manifestac­iones, frente a la Asamblea Legislativ­a, fue raquítica y atendida en buena parte por personal administra­tivo. Visto el fracaso y la inminencia de una ley de empleo público que pondría coto a los abusos, los rectores ofrecen crear una comisión para estudiar el problema en el plazo de un año y darse una regulación especial.

Admiten la existencia de dificultad­es. Ese es un gran avance; sin embargo, trae implícita la confesión del desorden imperante hasta ahora y obliga a preguntar por qué la vista de los rectores se despejó apenas entendiero­n la probabilid­ad de ser incluidos en la ley de empleo público. Una reflexión serena, académica si se quiere, les habría revelado hace muchos años la urgente necesidad de actuar y la imposibili­dad de sostener los pluses acordados.

Confrontad­os con esa realidad, los rectores solo atinan a decir que en cada momento hay distintos actores. Es decir, los jerarcas pasados no tuvieron la misma comprensió­n del problema, no le dieron la misma importanci­a o no estuvieron dispuestos a enfrentar a los grupos de presión internos. Ninguna de esas razones nace de un ejercicio académico ni de una especial ponderació­n del interés nacional. Debemos aprender a verlo como lo que en realidad es.

Una cosa son las aulas y la función formativa, y otra las manifestac­iones de las universida­des como corporacio­nes. Urge entender la diferencia

Una reflexión serena, académica, si se quiere, les habría revelado hace muchos años la urgente necesidad de actuar y la imposibili­dad de sostener los pluses acordados

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