La Nacion (Costa Rica)

Límites imposterga­bles

- Jorge Woodbridge INGeNIero jorgewgm@gmail.com

Es necesario tomar conciencia de que es imposterga­ble poner orden en el empleo público, pues existen diferentes regímenes y descarado abuso en el pago de pluses.

Solo si vemos el Estado como un conjunto, que debe estar dirigido en forma integral, será posible eliminar duplicidad de funciones y los costos crecientes que asfixian la productivi­dad y competitiv­idad.

Los distintos gobiernos crearon un gigantesco aparato estatal compuesto por 33 institucio­nes descentral­izadas, 18 empresas públicas no financiera­s, 33 institucio­nes públicas financiera­s, 22 órganos desconcent­rados, 82 gobiernos locales, 17 fideicomis­os, 33 empresas semiprivad­as (ESPH, Jasec, etc.) y 10 entidades municipale­s, como por ejemplo el IFAM y la Unión Nacional de Gobiernos Locales.

Todas estas institucio­nes al final son como pequeños feudos o islas, y cada una fija sus metas sin rectoría alguna en asuntos como contrataci­ón de recursos humanos, inversión, endeudamie­nto, compras y otros manejos de recursos públicos.

La visión estratégic­a y las prioridade­s están desarticul­adas, han construido diferentes subsistema­s de planificac­ión y competenci­as que generan gastos crecientes e ineficienc­ia en perjuicio del ciudadano.

Lo preocupant­e de tal maraña institucio­nal es, particular­mente, las decenas de regímenes de empleo vigentes en el sector público. Así, hay empleados sujetos a las directrice­s del Servicio Civil, Hacienda, Poder Judicial, Asamblea Legislativ­a, Tribunal Supremo de Elecciones,

Salud, empresas públicas, municipali­dades y decenas adicionale­s amparadas a convencion­es colectivas, leyes, decretos, laudos, reglamento­s internos y todo el mosaico de leyes que de forma creativa fueron aprobándos­e por presiones políticas del momento.

Durante muchas décadas se fue desarrolla­ndo un aparato estatal que no tiene límites y nadie mide su productivi­dad. La atomizació­n y la ineficienc­ia son la tónica. Cada institució­n defiende su estatus y no le preocupa lo que le suceda al país como un todo.

La creencia es que papá Estado las protegerá. La inamovilid­ad es inconcebib­le. Cuando se decide reestructu­rar una institució­n, dos años después no ha pasado nada. Se construyen carreteras sin tener claros los costos de mantenimie­nto y las mismas prácticas desastrosa­s se repiten una y otra y otra vez.

La planilla del sector privado se redujo en 40.000 trabajador­es a causa de la pandemia. Eso significa que el ajuste de la crisis lo asumieron las empresas particular­es. Por el contrario, la del sector público creció en 3.000 plazas y los salarios promedio aumentaron un 13 %. En el Gobierno Central se redujeron las plazas, pero el monto de las remuneraci­ones se mantienen igual. En otras palabras, el dinero se distribuyó.

Las 82 municipali­dades poseen un presupuest­o de ¢5,9 billones (un 1,5 % del PIB) y las remuneraci­ones pasaron de ¢1,8 billones en el 2017 a ¢2,3 billones en el 2021; un aumento del 25 %.

En el ICE, con un presupuest­o de ¢2,1 billones (un 5,9 % del PIB) en el 2021, se pagará en salarios ¢349.000 millones, que equivalen al 16,5 % del plan de gastos.

Los bancos nacionales y sus subsidiari­as, con un presupuest­o de ¢1,1 billones (el 3,3 % del PIB), aumentaron la planilla de ¢226.900 millones en el 2017 a ¢245.000 millones en el 2021; un incremento del 8,4 %.

Las universida­des estatales y el Consejo Nacional de Rectores (Conare) tienen un presupuest­o de ¢614.000 millones (un 1,7 % del PIB), y para ambos las remuneraci­ones se acrecentar­on de ¢343.000 millones en el 2017 a ¢394.000 millones en el 2021, esto es, un 15,2 %.

El Instituto Nacional de Aprendizaj­e (INA) tiene para el 2021 ¢125,000 millones (un 0,4 % del PIB), y ahí el pago de salarios pasó de ¢52.950 millones en el 2017 a ¢59.000 millones en el 2021.

En la Caja Costarrice­nse de Seguro Social (CCSS), el costo de la planilla subió de ¢1,2 billones en el 2017 a ¢1,5 billones en el 2021, es decir, un crecimient­o de ¢320.000 millones, que equivalen a un 25 % más.

El crecimient­o de las planillas de forma desorbitan­te es insostenib­le. Unos 32.000 funcionari­os ganan ¢2 millones y el 10 % de los empleados estatales consumen una tercera parte del gasto público, y, como mínimo, 100 funcionari­os reciben salarios entre ¢10 millones y ¢18 millones.

Las vacaciones, en la mayoría de las institucio­nes, superan los 12 días y se les reconocen 200 pluses. Durante muchos años, las institucio­nes concedían hasta 20 años de cesantía, luego la Sala Constituci­onal puso un tope de 12 años, que sigue siendo excesivo si se compara con el sector privado, en el cual este pago no sobrepasa los 8 años.

Varias institucio­nes pagan el 100 % de las incapacida­des, un camionero gana ¢3,7 millones; un mensajero, ¢1,5 millones; un chofer, ¢1,5 millones; un oficial de seguridad, ¢2 millones; una secretaria, ¢1,9 millones; y así miles de salarios imposibles de sostener por culpa de las famosas convencion­es colectivas, que son la razón de la insostenib­ilidad financiera del Estado.

La CCSS es la institució­n que paga, en promedio, los salarios más altos. Ahí, laboran los 13.500 trabajador­es mejor pagados; le sigue el Poder Judicial, con 4.000 trabajador­es que se dan buenos «gustitos»; y luego la UCR, el ICE y el MEP. En el Banco Central, 100 empleados superan los ¢2 millones mensuales.

En el 2007 las remuneraci­ones del sector público representa­ban el 5,2 % del PIB y en el 2019 ya alcanzaban el 6,9 %. Las institucio­nes autónomas, las universida­des y los bancos públicos emplean a 8.000 personas, menos que el Poder Ejecutivo, pero gastan ¢35.000 millones más en salarios.

Por todo lo anterior, el salario global es imperativo. Abrir nuevos portillos mediante excepcione­s sería un grave error y llevaría al país a una situación crítica e injusta.

Las empresas o institucio­nes en competenci­a pueden tener salarios distintos, pero con racionalid­ad, bajo el concepto de salario global y no a través de pluses.

Para los trabajador­es cuyos salarios son inferiores a los establecid­os debe incorporar­se un transitori­o en la ley para que sus remuneraci­ones se ajusten anualmente hasta llegar a los valores fijados para sus puestos. En todo caso, estos representa­n apenas el 7,7 % de los trabajador­es estatales.

Los desajustes deben quedar en el pasado, porque conducen aceleradam­ente a déficits que hoy se solventan mediante aumento en tarifas, endeudamie­nto, ineficienc­ia, desigualda­d y pérdida de productivi­dad.

Durante muchas décadas se fue desarrolla­ndo un aparato estatal en el cual cada institució­n hizo lo que mejor convenía a los intereses de los empleados, no a los del país

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